LA CIUDAD SIN NOMBRE (H. P. Lovecraft) | Ficción Sonora - Audiolibro

La red marciana presenta la ciudad sin nombre un relato dejó war filip loft kraft al acercarme a la ciudad sin nombre me di cuenta de que estaba maldita avanzaba por un valle terrible reseca bajo la luna y la vía lo lejos emergiendo misteriosamente de las arenas aflora parcialmente un cadáver de una sepultura desecha el miedo hablaba desde las erosión las piedras de esta vetusta superviviente del diluvio de esta bisabuela de la más antigua pirámide y un aura imperceptible me repeliendo combinaba a retroceder ante antiguos y siniestro secretos que ningún hombre debería ver ni nadie se habría atrevido a examinar perdida en el desierto de arabia se haya la ciudad sin nombre ruinosa y desmembrada con sus bajos muros enterrados en las arenas de incontables años así debería de encontrarse ya antes de que pusieran las primeras piedras de memphis y cuando aún no sabían conocido los ladrillos de babilonia no hay leyendas tan antiguas que recojan su nombre o la recuerden con vida pero se habla de ella temerosa mente alrededor de las fogatas las abuelas michigan sobre ella también en las tiendas de los jeques de forma que todas las tribus la evitan sin saber muy bien la razón esta fue la ciudad con la que el poeta loco abdul a la red soñó la noche antes de cantar su disco inexplicable que no está muerto lo que yace eternamente y con el paso de los egos aún la muerte puede morir yo debía haber sabido que los árabes tenían sus motivos para evitar la ciudad sin nombre la ciudad de la que se habla en extraños relatos pero que no ha visto ningún hombre vivo sin embargo desafiando los penetre en el desierto en explorado con mi camello solo yo la he visto y por eso no existe en el mundo otro rostro que ostenta las espantosos arrugas que el miedo ha marcado en el mío ni se estremezca de forma tan horrible cuando el viento de la noche aferre temblar las ventanas cuando la descubrí en la espantosa quietud del sueño interminable me miró estremecida por los rayos de una luna fría en medio del calor del desierto y al devolverle su mirada olvide el júbilo de haberla descubierto y me detuve con mi camello a esperar que me refiero cuatro horas espere hasta que el oriente se volvió gris se apagaron las estrellas y el gris se convirtió en una claridad rosa fia hablada de oro hoy un amigo que se agita una tormenta de arena entre las piedras antiguas aunque el cielo estaba claro y las vastas extensiones del desierto permanecían el silencio de repente por el borde lejano del desierto surgió el canto resplandeciente del sol a través de una minúscula tormenta de arena pasajera y en mi estado febril imaginé que de alguna remota profundidad brotaba un estrépito de música metálica saludando al disco de fuego como menos lo saluda desde las orillas del nilo y me resonaban los oídos y me fui a la imaginación mientras conducía mi camello lentamente por la arena hasta que el lugar y nominado lugar que de todos los hombres vivientes únicamente yo he llegado a ver ibagué entre los cimientos de las casas y de los edificios sin encontrar relieve inscripciones que habla hacen de los hombres si es que fueron hombres que habían construido esta ciudad y la habían habitado hacia tantísimo tiempo la antigüedad del lugar era más sana por lo que deseo ferviente mente descubrir algún signo clave que probar a que había sido hecha efectivamente por los hombres había ciertas dimensiones y proporciones en las ruinas que me producción desasosiego llevaba conmigo numerosas herramientas y cabe mucho entre los muros de los olvidados edificios pero mis progresos eran lentos y nar de importancia aparecía cuando la noche la luna volvieron a otra vez el viento fondo me trajo un nuevo temor de forma que no me atrevía quedarme en la ciudad y al salir de los antiguos muros para descansar una pequeña tormenta de arena se levantó detrás de mí soplando entre las piedras grises a pesar de que brillaba la luna y casi todo el desierto permaneció inmóvil al amanecer despertar en una cabalgata de horribles pesadillas mi resonó en los oídos como un añito metálico vi sumar el sol rojizo entre las últimas ráfagas de una pequeña tormenta de arena que flotaba sobre la ciudad sin nombre haciendo más patente la quietud del paisaje una vez más