Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
La recompensa divina se nos manifiesta «en parte» en esta vida a manera de gracia; aunque la recompensa total la veremos en la otra vida. En esta vida se ganan las gracias de Dios, si es para el bien de nuestras almas y mayor gloria de Dios. De ello podemos dar cuenta de los muchísimos milagros que han acontecido en la historia de La Iglesia, y de los muchos favores que Dios les da a Sus fieles. En efecto, éste es el caso de Pablo que habiendo sido apedreado por los judíos de Antioquía e Icónio, dice La Sagrada Escritura: «Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía» Es decir, que Pablo recibió odio y maltrato y a cambio Dios dio la gracia de ganar bastantes discípulos. Del mismo modo nos dice Tertuliano: «La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos».
Por Cristo, efectivamente, hemos obtenido un nuevo régimen de gracia, en donde Cristo, por Su Sangre preciosa, nos ha procurado la ganancia divina. Él, que yacía en el áspero madero, convirtió el sufrimiento en ganancia; pues, su sufrimiento y su muerte conforman el total de la entrega hacia El Padre para nuestra salvación, aunque como dice Santo Tomás de Aquino: «Una sola gota de la Sangre Santísima de Jesús, derramada en el Calvario, hubiera bastado»
El Señor Jesús, Santo dentro de los santos, Inmáculo por Su condición divina, en efecto, no tuvo de qué purificarse, lo sufrido por Él fue un reparo hacia el Padre por la ofensa que el hombre le hiciera. Ése mismo sufrimiento sirvió para la purificación de nuestras almas, pero ese sufrimiento del Señor Jesús debe ser sumada e imitada por nuestra vida penitencial y de sufrimientos que si son asociados a La Cruz de Cristo y conservamos el estado de gracia, nos sirven de reparo por nuestras ofensas cometidas.
La Cruz de Cristo es marcada en la vida del cristiano que debe asumirla con fe y esperanza ante la eminente realidad de sufrimientos que podamos pasar. No negamos que nuestra naturaleza humana siempre demandará un sufrimiento y con ello nos venga la desesperanza, pero ésta deberá ser combatida con la oración, que más efectiva se hace con la oración comunitaria y la sublime y blanca oración de los niños, a quienes debemos recurrir, ya que ellos en su inocencia, son almas más puras que piden a Dios con sencillez, humildad, ternura y sinceridad; ya que estos dones son de mayor agrado a Dios porque son más compatibles a Él.
Por tanto, las oraciones nos dan la esperanza de sabernos liberados de los momentos de tormenta por el que pasaremos los cristianos; así como nos queda la exhortación a la perseverancia en la fe que nos pide La Lectura de hoy. Si a eso nos concientizamos, que La Cruz es continua, y lo recordamos en esos momentos de tormento, sabremos asumir más tranquilamente con fe y esperanza los sufrimientos por los que debemos pasar, ya que será un vivir una amargura de la cual anticipadamente se nos ha hablado. Así nos dice La Primera Lectura: «Animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.»
El Salmo de hoy nos invita a meditar en que El Reino de Dios, como dice San Agustín, ya está en nosotros. Éste Reino, En efecto, se puede dar también cuando el hombre en gracia de Dios desarrolla una buena obra, y cuando lo aquejan los pesares; pues, en la ganancia que le deparan los pesares, el hombre estará incrementando su gracia, y si así ocurre en cada hombre, El Reino de Dios va aquilatándose, y ello ha ido ocurriendo a través de los años. Así nos dice el salmo: Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado… Donde las hazañas de Dios son manifestadas en los hombres; pues, así dice La Primera Lectura: «Les contaron lo que Dios había hecho “por medio de ellos” y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe» Y luego el salmo añade: «Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad» Que es El Reinado de Dios en los corazones de los hombres, quienes a imitación de Cristo seguimos sus pasos y juntos construimos El Reino de Dios, que, de en edad en edad, es decir de generación en generación se va generando la perpetuidad del Reino de Dios.
El Divino Maestro nos enseña a mantener siempre la esperanza a través de la paz cuando nos dice en El Evangelio de hoy: «Os dejo la paz, os doy la paz mía»… Dándonos una paz que viene de Dios encontramos una paz de amor y lleno de virtudes que aprovechan para nuestra vida en el mundo. En efecto, esa paz con El Amor de Dios llega a un corazón que no está acostumbrado a la paz que viene del Amor constante e inmenso porque viene de Dios. No confundamos la tranquilidad, el tiempo de inactividad o del paseo por el campo con la paz de Dios. Menos la confundamos con diversiones efímeras y pecaminosas que en nada aprovechan para nuestra alma y que son pasatiempos que el mundo da, porque El Mismo Señor nos dice: «[la paz] no os doy Yo como da el mundo.»
«El Padre es más grande que Yo» Dice El Señor en El Evangelio de hoy. Para lograr comprender esta relación de respeto comprendamos primero lo que nos dice El CIC 264 "El Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los dos como de un principio común" (S. Agustín, De Trinitate, 15, 26, 47). Es decir, que no hay espacios de tiempos en el momento que El Padre nos concede a Su Espíritu Santo, y desde el momento en que procede del Padre, pero El Espíritu Santo es concedido y originado principalmente desde El Padre. Y se dice principalmente, en sentido que procede del Padre. Así también, no se considera que El Padre nos otorgue Su Espíritu Santo en un tiempo determinado, porque El Espíritu Santo también Es Dios, y al Serlo, no tiene principio ni fin, por lo tanto, El Espíritu Santo no procede del Padre en tiempo alguno, sino, que procede desde toda La Eternidad; pues, recordemos que El Espíritu Santo es producto del Amor entre El Padre y El Hijo, y si El Hijo y El Padre existieron siempre, es porque siempre se amaron, y si se amaron siempre, siempre también existió El Espíritu Santo, que Es El Amor de Dios, pues, de Éste Espíritu Bendito, Dios nos ha manifestado Su Amor creándonos y creando todo lo que necesitamos para vivir en éste mundo y para vivir Eternamente.
Nos dice el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" (de la misma sustancia, naturaleza indivisible y esencia) al Padre nacido del Padre antes de todos los siglos, [Es decir, desde siempre] Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado (CIC 242) El Hijo es engendrado por El Padre, porque Jesús Es Su Hijo; pues, dice en un lado: es Verdadero, en su Hijo Jesucristo. (1 Jn. 5, 20) Por tanto, es Hijo Verdadero, engendrado, pero no creado, porque crearlo hubiese requerido producir al Hijo desde la nada; es decir, que El Hijo necesariamente hubiese requerido tener principio, y no es así, porque El Hijo Es Dios y siempre existió.
Luego, también hay una connotación con El Padre según dice: Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió (Jn. 6, 44); es decir, que si El Padre envió al Hijo, es porque hay un querer del Padre como Persona, un querer que El Hijo acepta, porque el Padre engendró al Hijo, por eso dice: porque el Padre es más grande que Yo, dice El Señor Jesús. En efecto, esto es así, nos dice Mons. Straubinger, porque el Padre es el origen y el Hijo la derivación; El Hijo deriva del Padre que lo engendró. Y como dice S. Hilario, el Padre no es mayor que el Hijo en poder, eternidad o grandeza, sino en razón de que El Padre es principio del Hijo. Y si El Padre es el principio, y El Padre Es Eterno, es porque desde La Eternidad de Dios fue engendrado El Hijo; es decir, que fue engendrado desde siempre, porque El Hijo salió del Padre, así lo dice El Divino Redentor: «porque Yo he salido de Dios y vengo de Él» Jn. 8, 42.
El Padre nada recibe de otro alguno, mas El Hijo recibe su naturaleza divina del Padre por «eterna generación»; es decir, que El Padre engendró al Hijo desde La Eternidad de Dios; es decir, que lo engendró desde siempre, y no en un tiempo específico, y al engendrarlo, El Padre le dio su naturaleza divina, se lo dio desde siempre, y El Hijo fue engendrado adquiriendo la divinidad, por así decirlo desde el flujo de Dios de donde mana la divinidad El Padre sacó esa naturaleza divina y la entregó al Hijo engendrándolo y El Hijo asumió la divinidad en Su Persona como Dios Hijo. Qué hermoso ese momento eterno en el que El Padre engendra al Hijo, como Dios Hijo y El hijo goza de la misma plenitud divina de Dios Padre.
Sin que el hecho de que El Padre haya engendrado al Hijo tenga que implicar imperfección en el Hijo, porque El Hijo Es Dios como El Padre también Es Dios. De ahí la inmensa gratitud de Jesús y su constante obediencia y adoración del Padre. Un buen hijo, aunque sea adulto y tan poderoso como su padre, siempre lo mirará como a superior.
Por otro lado, el príncipe del mundo: Satanás, se nos manifiesta en El Evangelio de hoy; de esto decimos que es el tiempo del Señor Jesús en Quien la causa de Su envío por parte del Padre, además fue para que el Demonio haya sido derrotado, ya que desde siempre era sabido por El Padre y El Hijo, y así nos dice en un lado: «Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera.» Aquí El Señor Jesús está hablando con conocimiento de lo que ocurrirá en el futuro, lo habla como Profeta, pero también lo habla como Dios conocedor de todo, desde todos los tiempos; es decir, que lo sabe desde siempre. Y hoy El Sagrado Evangelio dice: «Ya no hablaré mucho con vosotros, viene el príncipe del mundo. No es que tenga derecho contra Mí, pero es para que el mundo conozca que Yo amo al Padre» Es decir, que si El Señor Jesús no hablaría más con Sus discípulos, es porque iba a dejar este mundo y no porque el Demonio tenga derecho sobre El Señor Jesús; pues, Él derrotó al príncipe del mundo: al Demonio, porque amó al Padre obedeciéndolo con Su muerte en Cruz.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios nos bendiga y La Santísima Virgen nos proteja, y que fructifique sobre abundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Como siempre los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar: El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día. Dice el Señor (Jn. 6, 54)
En El Nombre del Padre, etc.
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