La humildad con fe derrota a la soberbia

Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc…

Queridos hermanos y hermanas:
Sabemos que es difícil el momento en que nos vienen contrariedades como los problemas, y con estos los desánimos, las preocupaciones, la tristeza, la amargura, la ira, etc. Nuestro primer instinto, nuestra primera respuesta va a tender siempre a esas posturas, pero es la fe la que nos hace lograr que pasemos la pagina, que aunque el problema sigue de manifiesto, la fe nos invita a mantener la calma y ya no la contrariedad, la seguridad y ya no la preocupación, la alegría y ya no la tristeza, la dicha y ya no la amargura, la paz y ya no la ira.

Bien hermanos, para que podamos llegar a estas perfecciones cristianas, buena es la práctica, pero ¿cómo ejercemos la práctica si no estamos preparados? Es decir ¿alimentados?, pues, bien, para que exista contienda, una batalla, es necesaria primero la nutrición, tal como el atleta se fortifica para una competencia, nosotros que somos la integridad de un ser: alma y cuerpo, y en cuanto al alma, esta se debe alimentar de la oración para lograr los favores de Dios y sea un alma robustecida de la gracia de Dios, y para que el alma se encuentre preparada para recibir los dones y virtudes del Espíritu Santo, necesaria es la purificación del alma, es decir, llegar el estado de gracia, y esta se logra en La Confesión Sacramental, donde El Buen Dios compadecido de nuestra humillación y franqueza por el reconocimiento de corazón de nuestras miserias, se complace Dios a restituir el alma profanada, para comenzar a purificarla de tal modo que el alma logre su primer estado: Un alma a imagen y semejanza de Dios. Por eso dice hoy el apóstol Santiago: «Y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna.»

Hermanitos: De Dios vinimos y a Él tornamos, si a Él tornamos limpios, tornaremos a Su Vida Bienaventurada; si a Él tornamos sucios, el alma la purificamos en un purgatorio inenarrable; y si tornamos profanados, tornaremos a vivir eternamente sin La Presencia de Dios y sí vivir eternamente con su oponente. Recordando que “Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento”. (RP 17: EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA – Reconciliación y Penitencia -DE JUAN PABLO II)

Luego, para no caer en pecado, aunque caemos por debilidad y en otras por propia voluntad intencional, es necesaria la fe, pues, si nos dice el apóstol Santiago: «quien titubea se parece al oleaje del mar sacudido y agitado por el viento»; es porque el alma se tambalea como el mar, es un alma zarandeada por el demonio y agitada por sus dagas: los pecados. Por ello, el hombre debe poner el ancla de la fe, que «es esperar lo que anhelamos»; es decir, que si sabemos que somos débiles en algunas cuestiones, debemos esperar con seguridad el anhelo de vencer esa cuestión de debilidad, aquél pecado que nos hace tambalear. ¿Cómo logramos esa seguridad? Con la misma fe, y ¿Qué necesitamos para lograr la fe? La oración, para que Dios Buenísimo se complazca en darnos ese hermoso don de la fe, que además «es la convicción de lo que no vemos»; es decir, que con la fe estamos convencidos de tener aquellos dones y virtudes que Dios nos da, aun sin ver que ellos llegan, más aun, sin saber como son, qué aspecto tienen, porque no son tangibles, no se pueden tocar, no tienen forma, pero existen, como la sabiduría existe pero no es palpable porque no es físico, pero existen hombres sabios.
Más importante que todo lo anterior ¿saben qué es queridos hermanos y hermanas? La humildad, porque si no ponemos nuestros corazones humildes, vana será nuestra petición, porque podemos ser el remedo del fariseo (Parábola del fariseo y el publicano) que pedía favores a Dios, pero a la vez se creía salvo. ¡Cínico descarado! Eso es lo que somos si nos atrevemos a manifestar que somos salvos y que merecemos más que los demás, cuando merecemos el mismo infierno por ser cómplices de la muerte de Cristo, pues, nuestros pecados lo crucificaron. Pobre aquél que pide favores a Dios y no tiene un corazón arrepentido, su condena acrecienta, por aquello que nos dice el Apóstol: «el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación.» 1 Cor. 11, 27-29.
Así, pues, hermano y hermana, el salmo de hoy nos recomienda una vida de humildad: «Tú Eres bueno y haces el bien; instrúyeme en tus leyes.» Donde el hombre pide con humildad que Dios lo instruya según Su Ley, y si el hombre pide aquello, es porque se pone a disposición de lo que Dios le pida. Dejando su egocentrismo, el hombre ya no ejerce su propio querer, sale de su arrogancia para que con humildad se mantenga ante Quien nos dijo: «Aprendan de Mi que Soy manso y humilde de corazón».

Por ello queridos hermanos y hermanas, la soberbia no nos conduce a nada bueno, pues, ella nos conduce a ponernos miserablemente como si estaríamos a la altura de Dios, o peor aún, por encima de Dios, porque la soberbia enceguece al hombre, nubla el alma del hombre, y pone al hombre irreconocible, así, una vez irreconocible para sí mismo, pierde el pudor y con descaro se siente igual o superior a Dios: Y se inicia la tragedia del hombre en el Génesis cual Adán pecador.

Así, pues, los «fariseos y se pusieron a discutir con Jesús»; es decir, el hombre se pone a la altura de Dios y discute con Él, cuando el hombre debe estar postrado de rodillas pidiendo clemencia ¿Qué no te has dado cuenta que Dios te hace el milagro en este instante? Cuál dirás, te digo: ¡Estás vivo! Ése de por sí ya es un milagro. «¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.» Dice El Señor (Mc. 8, 17) Donde la mente, es el corazón del hombre, según la tradición semítica de aquellos tiempos; es decir, que los fariseos tenían el corazón, es decir, el alma, sin El Amor de Dios, y un alma sin El Amor de Dios, está ciega. Y yo te digo a ti soberbio: Mira como te sostienes; mira que miras aunque no ves; mira que tienes oídos pero no oyes. Así de débil eres cuando te sientes fuerte, porque te has debilitado cavando tu fosa cuando piensas que tienes vida, y suficiente para ponerte como un igualado ante los ojos de Dios y pedir que se haga tu voluntad y no la Suya. Eres un majadero, pues, vives por gracia de Dios ¿y te atreves a poner a Su altura?

Y el Evangelio continúa: «para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del Cielo»; es decir, que en ocasiones peor aún, pedimos que Dios nos de milagros pero a manera de exigencia, como es la postura de los fariseos, en ellos nos convertimos cuando pedimos con soberbia exigencia que Dios nos de lo que nosotros queremos. Dobla las rodillas hermano y hermana, y espera a ver si Dios tiene misericordia y por «Su Divina Voluntad» accede a tu petición. Esa es la postura correcta, mantén tu lugar y dale a Dios Su lugar; Dios no va a dejar de Ser Dios porque tú no lo hagas, tú eres el que te condenas si no lo haces, por tu falta de humildad y mostrar una postura arrogante.

«Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación." Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.» Dice El Señor; es decir, Dios no te dará ni un milagro por tu soberbia, te dejará, te dejará solo a tus anchas y a tu perdición, no porque Él lo quiera, sino, porque tú lo quisiste y Dios se irá a otra orilla donde encuentre a los humildes que si ingresaran a Su Reino.

Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.

Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)

En el nombre del Padre, etc…