La romanización de los celtas y su derrota en el primer siglo de la era cristiana en las Islas Británicas no impidieron, la expansión de un legado cultural asombroso, donde no faltan magos y hechiceros, temibles guerreros, grandes héroes y un nutrido elenco de sujetos maravillosos, como gigantes, hadas y gnomos.
Los celtas confeccionaron objetos para la decoración personal, como collares, brazaletes, hebillas, amuletos y pendientes. La ornamentación de objetos de metal se extendió también a las armas, en especial en las empuñaduras de las espadas, cuchillos, y escudos. Como la cosmovisión celta implicaba la aceptación de mundos más allá de la vida terrenal, confeccionaron armas para rituales religiosos, en honor a alguna de sus divinidades, o para ser enterradas junto al guerrero caído en batalla.
Era común la empuñadura de oro con incrustaciones de piedras y marfil. En cascos y escudos se destacan figuras geométricas, con círculos y líneas curvadas. La maestría de los artesanos y orfebres celtas quedó demostrada sobre los más diversos elementos que fabricaron, como vasos, jarros, monedas y alfileres. Se destaca el caldero, un recipiente en el que solían hervir la comida y en el que los druidas preparaban sus brebajes y pócimas.
El caldero tiene un importante papel en la tradición mágica de los celtas como símbolo de la abundancia e, inclusive, de regeneración tras la muerte. De hecho, se han hallado calderos en las salas mortuorias, a manera de ofrenda al fallecido, cuya alma encontraría en el caldero los alimentos necesarios en su otra vida.
Monumentos megalíticos
Además de la metalurgia en oro, plata, hierro y bronce, trabajaron la piedra y la madera, las que tallaron y pulieron para transformarlas en las figuras de dioses. Particularmente importantes los monumentos graníticos, como dólmenes, menhires y los crómlech. Se destacan por ser enterrados verticalmente, y en los que realizaron inscripciones. Se admite que no siempre estas piedras fueron plantadas por los propios celtas, sino por sociedades más primitivas, pero las integraron a su mundo y en ellas grabaron cruces y registros en lengua ogham, antigua escritura celta, y caracteres rúnicos.
Los celtas consideraron que semejantes bloques, cuyo peso y tamaño hacían pensar en una gran fuerza e inteligencia para su transporte y clavado en la tierra, debieron haber sido el producto de una sociedad tan poderosa como sabia, lo que alimentó aún más su devoción para con ellas, constituyendo un objeto de culto y veneración incluso otorgaron a algunas de estas piedras la categoría de morada final de los espíritus sagrados.
Menhires
Cuando los celtas se establecieron en los vastos territorios de Europa central y Gran Bretaña, se encontraron con estos monumentos de piedra que no tardaron en adoptar como propios, tal es el caso de los menhires, grandes rocas verticales y por lo general con una cima redondeada o en punta.
Se designa menhir a un megalito prehistórico muy poco trabajado. Algunos presentan grabados, otros están esculpidos, a menudo antropomórficamente. Su tamaño varía, desde pequeñas rocas que sólo se distinguen de otras piedras por formar parte de alineamientos o crómlech, hasta algunos monolitos bretones con una altura de más de 10 metros.
Dólmenes
Entre los monumentos más característicos asociados con los celtas se destacan los dólmenes, cuyo significado en lengua original es "mesa de piedra". Se trata de un megalito formado por una roca plana dispuesta de manera horizontal sobre otras dos o más, que le sirven de sostén. Los celtas no los construyeron, aunque los admiraron y adoptaron para realizar sus propias ceremonias y ritos religiosos.
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