Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
Siguen más ojos que al clavel temprano,
Y mientras triunfa con desdén lozano
Del luciente cristal tu gentil cuello,
Goza cuello, cabello, labio y frente,
Antes que lo que fue en tu edad dorada
Oro, lilio, clavel, cristal luciente,
No sólo en plata o vïola troncada
Se vuelva, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas distilado,
Y a no invidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
Amantes, no toquéis, si queréis vida;
Porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora
Y sólo del Amor queda el veneno.
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
Si entre aquellas rüinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ¡oh patria!, ¡oh flor de España!
Grandes, más que elefantes y que abadas,
títulos liberales como rocas,
gentiles hombres, sólo de sus bocas,
illustri cavaglier, llaves doradas;
hábitos, capas digo remendadas,
damas de haz y envés, viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tiradas;
catarriberas, ánimas en pena,
con Bártulos y Abades la milicia,
y los derechos con espada y daga;
casas y pechos, todo a la malicia,
lodos con perejil y hierbabuena:
esto es la corte. ¡Buena pro les haga!
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
Cascarse nubes, desbocarse vientos,
Altas torres besar sus fundamentos,
Y vomitar la tierra sus entrañas;
Duras puentes romper, cual tiernas cañas;
Arroyos prodigiosos, ríos violentos,
Mal vadeados de los pensamientos,
Y enfrenados peor de las montañas;
Los días de Noé, gentes subidas
En los más altos pinos levantados,
En las robustas hayas más crecidas.
Pastores, perros, chozas y ganados
Sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
Y nada temí más que mis cuidados.
De chinches y de mulas voy comido,
Las unas culpa de una cama vieja,
Las otras de un Señor que me las deja
Veinte días y más, y se ha partido.
De vos, madera anciana, me despido,
Miembros de algún navío de vendeja,
Patria común de la nación bermeja,
Que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.
Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
Tal coz el que quizá tendrá mancilla
De ver que me coméis el otro lado.
A Dios, Corte envainada en una villa,
A Dios, toril de los que has sido prado,
Que en mi rincón me espera una morcilla.
DE LOS QUE CENSURARON SU POLIFEMO
Pisó las calles de Madrid el fiero
monóculo galán de Galatea
y, cual suele tejer bárbara aldea
soga de gozques contra forastero,
rígido un bachiller, otro severo,
crítica turba al fin, si no pigmea,
su diente afila y su veneno emplea
en el disforme cíclope cabrero.
A pesar del lucero de su frente,
lo hacen obscuro, y él, en dos razones
que en dos truenos libró de su occidente,
«Si quieren -respondió- los pedantones
luz nueva en hemisferio diferente,
den su memorïal a mis calzones».
Con poca luz y menos disciplina
(al voto de un muy crítico y muy lego)
salió en Madrid la Soledad, y luego
a Palacio con lento pie camina.
Las puertas le cerró de la Latina
quien duerme en español y sueña en griego,
pedante golfo, que, de pasión ciego,
la suya reza, y calla la divina.
Del viento es el pendón pompa ligera;
no hay paso concedido a mayor gloria,
ni voz que no la acusen de extranjera.
Gastando, pues, en tanto la memoria
ajena envidia más que propia cera,
por el Carmen la lleva a la Victoria.
Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
fulminas jovenetos? Yo no sé
cuánta pluma ensillaste para el que
sirviéndote la copa aun hoy está.
El garzón frigio, a quien de bello da
tanto la antigüedad, besara el pie
al que mucho de España esplendor fue,
y poca, mas fatal, ceniza es ya.
Ministro, no grifaño, duro sí,
que en Líparis Estéropes forjó,
piedra, digo, bezahar de otro Pirú,
las hojas infamó de un alhelí,
y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh tú, mil veces tú!
INFIERE, DE LOS ACHAQUES DE LA VEJEZ, CERCANO EL FIN A QUE, CATÓLICO, SE ALIENTA
En este occidental, en este, oh Licio,
Climatérico lustro de tu vida,
Todo mal afirmado pie es caída,
Toda fácil caída es precipicio.
¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio.
Desatándose va la tierra unida;
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
La ruina aguardó del edificio?
La piel no sólo sierpe venenosa,
Mas con la piel los años se desnuda,
Y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!
¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
Porción depuesta en una piedra muda,
La leve da al zafiro soberano!
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