Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy El Padre manifiesta un querer incesante ya manifestado desde El Génesis: La obediencia, cuando dice: “Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte”. (Gen. 2, 16-17)… Existe pues, una autoridad que pide obediencia y por ello el respeto, ya que el que no obedece no respeta, porque el que pide obediencia tiene un título superior. Siendo, pues, Dios Omnipotente, es porque nadie puede más que Él, y por tanto Él no puede obedecer a nadie. Nosotros por en cambio estamos llamados a obedecerle, porque hay una promesa: La Vida Eterna, Aquella que el hombre perdió, por ello dice: «porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte»… es decir, que aquí claramente se demuestra que nuestro primer padre Adán tenía Vida Eterna, una Vida que todos hubiésemos podido tener y que ahora se nos otorga en El Pan Eucarístico: Jesucristo Eucaristía.
«La obediencia evangélica, es pues, la sumisión libre del hombre alimentada de la humildad, dirigida hacia Dios para obedecer Su Divina Voluntad.»
Él nos manda y nosotros obedecemos, porque el hombre sabe cuál es su lugar y cuál es el lugar de Dios, y es que cuando el hombre sabiendo que ello existe pero no lo hace, ciertamente cae en la desobediencia y con ello se aleja de La Vida Eterna.
Por tanto, el hombre tiene interiorizado el sentir de la obediencia, sabe lo que está bien y lo que está mal, sabe cuando obedece o no, y cuando desobedece es producto de la soberbia que para derruirla siempre necesitamos de la gracia divina como auxilio para fortalecernos de esa debilidad: el pecado de la soberbia, la primera que entró en el mundo ya que «por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.» (Rom. 5, 12)
La obediencia va de hijo a padre en una actitud que el hijo manifiesta confianza a su padre, y que por ello le da la certeza de que el padre solo le dará y dirá cosas buenas; pero esta oferta del padre al hijo debe tener como esencia la confianza manifestada en la verdad, para que el hijo la pueda acoger y con este acogimiento de la confianza ofertada, el hijo, en efecto, acogerá también la voluntad del padre. Así todo hombre escucha lo que dice El Divino Maestro: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!» (Mat. 7, 11).
La obediencia de la fe 144 Obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma… «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4)
En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en Mí según Tu palabra» (Lc 1,38). Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48).
Es decir queridos hermanos y hermanas, para obedecer hay que tener fe, y por ello la confianza que los padres le dan a sus hijos, y esa confianza anclada en La Verdad, que Es Cristo. El Padre nos da la confianza en toda Su Palabra revelada, de ello dan cuenta la historia entera de la humanidad, y solo basta con ver la fe en la que se embarca un sin número de hijos a una verdadera vida religiosa: por la fe.
Por tanto, para obedecer, debo tener fe, y para tener fe debo de rezar para pedir la gracia de tener la fe y teniéndola aumentándola. Con esa fe firme y sostenida que va dando pasos de obediencia, el hombre, en efecto, será dichoso porque será bendito por Dios, que vio en Su hijo la obediencia fortalecida en la fe que El Padre le dio y que el hijo la pidió. Pidamos más fe cada día queridos hermanos y hermanas y con ella pidamos la gracia de la humildad para lograr la obediencia.
La obediencia va dando grandes pasos hasta encontrar el abandono en La Divina Voluntad. Escucha como se nos instruye en este abandono: “Consiste en una amorosa, entera y entrañable sumisión y concordia de nuestra voluntad con la de Dios en todo cuanto disponga o permita de nosotros. Cuando es perfecta se le conoce como Santo abandono.” (Padre Rollo Marín)… Es decir, que debe haber amor, y para que haya amor el hombre debe dar el paso de la obediencia, para que obedeciéndole le amemos. Tiene que ser un abandono entero: Todo tu ser, alma y cuerpo donado en la confianza totalmente a Dios, y para ello se necesita de la confianza, en la que Dios Perfectísimo y Todopoderoso podrá también aceptarte por completo. Entrañable sumisión, es el someterse desde el fondo de tu corazón a Dios que indaga hasta lo más íntimo de tu corazón. Así nuestra voluntad estará sometida libremente a La Voluntad de Dios que hará «todo», pero lo hará cuanto queramos disponer o permitir de nosotros, porque el abandono puede estar sujeto según cuanto cedamos para que Dios disponga. Es decir, que no solo basta decir: Acepto, o me abandono a Dios, sino, que se necesita la constancia de permitir a Dios que tome nuestras vidas, ¿Cómo? Aceptando cada día su Divina Voluntad, por más contraria que parezca ¿Y cómo sabemos si es Su Divina Voluntad? Pidiéndole todos los días que se haga Su Voluntad y no la nuestra, y que se nos manifieste por nuestros discernimientos y la dirección espiritual.
San Ambrosio dice, "el que tiene por su porción a Dios, no debe tener otro cuidado que el de aplicarse a Él, y todo cuanto se emplea en otra cosa es un robo que se hace al servicio y culto que se le debe.”… Es decir queridos hermanos y hermanas, que lo que nos toca, nuestra parte, nuestra porción, es decir, todo lo que hacemos es parte del Plan de Salvación de Dios, ésta es la porción de la que nos habla San Ambrosio, porque el hombre debe ser una total donación a Dios, por ello cuando el hombre emplea su vida para otra cosa que no es lo que Dios nos ha pedido, es considerado un robo a los Planes Divinos, porque hicimos nuestra voluntad y no La Divina Voluntad del Padre, que teniendo planes perfectísimos nosotros quisimos hacer nuestros planes imperfectos; que siendo imperfectos robamos la perfección, robamos El Amor… El Amor que El Padre sabe más perfectamente a quienes entregar y de la manera como las quiera entregar.
Por tanto si Dios tiene planes perfectos, ¿porqué insistir en nuestros planes imperfectos? Obstinarse, pues, en la realización de nuestros planes es robar El Amor de Dios, de Su Plan Misericordioso para dar paso a nuestras minúsculas pretensiones, eso es desobediencia.
CIC 967 Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia… María, es pues, queridísimos hermanos ejemplo excelso de la obediencia filial, del abandono en Dios de una manera perfectísima, pues, aceptando que Su Hijo muera en La Cruz, aceptó todo cuanto El Padre dispuso.
El mismo salmo de hoy propone la obediencia y el santo abandono, cuando grita: «Yo consulté al Señor, y me respondió, / me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, / vuestro rostro no se avergonzará. / Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha / y lo salva de sus angustias.»… Y es que el hombre escucha la respuesta de Dios, alegre ve que en su vida Dios se ha manifestado, y no solo en la alegría y la prosperidad, sino, también en la tribulación, en tanto la solicitud del hombre esté en concordia con La Voluntad Divina, ya que en ocasiones el hombre debe pasar por unas purificaciones que aunque dolorosas ayudan a una perfección cristiana, porque el dolor purifica, redime y salva, si no, solo miremos al Crucificado para dar cuenta de ello.
El Divino Redentor, Jesucristo nuestro Señor nos da una oración completísima en la que el hombre puede lograr su perfección cristiana: La oración del Padre nuestro, esta que está abocada en varios sentidos, pero lo que está por encima de todo es Amar a Dios por sobre todas las cosas y de una manera adherida amar al prójimo como a uno mismo, para lograr ambos preceptos ineludibles es, pues, necesario que el hombre logre cumplir La Divina Voluntad del Padre para que todas la demás peticiones del Padre nuestro y de toda nuestra vida se logren, empezando desde dirigirnos a Dios diciendo: Padre nuestro que estás en El Cielo… porque si nos dirigimos a Dios pero no hacemos lo que Él quiere ¿por qué nos afanamos en dirigirnos a Él? ¿Qué no nos damos cuenta de nuestras soberbias e hipocresías? Por tanto lo que debe cumplirse primero es: «Hágase Tu Voluntad, en la tierra como en El Cielo»… ése hágase permanente y perfecto que solo Jesús y María lograron y que nosotros estamos invitados a imitar.
Así nos exhorta el Catecismo 2822 La voluntad de nuestro Padre es “que todos los hombres [...] se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). El “usa de paciencia [...] no queriendo que algunos perezcan” (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que “nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado” (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37)… por tanto querido hermano, si pedimos que se Haga La Voluntad de Dios en la tierra como en El Cielo, es porque el hombre debe alimentarse de la fe y la confianza para creer que todo cuanto venga de Dios será para su bien, por ello es que debemos empezar por nosotros mismos, pues, Dios solo actuará plenamente en cuanto se lo permitamos, pues, Él no manipula los corazones de los hombres, Él por el contrario es respetuoso de la libre voluntad del hombre, y así con el permiso del hombre se puede seguir plenamente La Divina Voluntad del Padre, por ello es que dice seguidamente como en «El Cielo»; es decir, primero en la tierra: esperando que el hombre obedezca y se abandone en Dios; y luego: en El Cielo: Cuando el hombre deje actuar a Dios, Él en El Cielo podrá llevar a cabo Su Plan de Salvación de manera plena.
Que en cuanto el hombre se niegue por mísera soberbia en una desobediencia que es producto de una vida apartada de Dios, o que aun cuando el hombre vive una vida en la gracia de Dios, pero en ambos casos el hombre no deja actuar plenamente La Voluntad de Dios, es decir, que el hombre apartado, no lo hace justamente porque no conoce a Dios; y el segundo aún cuando conoce a Dios, a veces por temor, a veces por ignorancia y a veces por soberbia no hace La Voluntad Divina, porque «vivir en La Voluntad Divina» es vivir cumpliendo Los Mandamientos de Dios y de Su Iglesia. «Y hacer la Voluntad Divina» es hacer todo cuanto Dios quiere que el hombre haga cada día, por ello la importancia de pedir a Dios diariamente que se manifieste constantemente en cada momento de nuestra vida, cada cosa que vea, sienta, hable, oiga, respire; cada paso que de, cada dirección que tome, que en todo momento se haga por La Voluntad de Dios, así el hombre estará perfectamente cada vez más abandonado en Dios, en Quien todo será perfecto, porque Dios Es Perfecto.
Así nos exhorta el Apóstol: «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza [...] a Él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de Su Voluntad” (Ef 1, 9-11)»… Toda nuestra vida al servicio de Cristo, porque por Él obtendremos la herencia del Reino de Los Cielos. El Padre nos eligió en La Persona de Cristo para que tengamos presente que Éste (Cristo) hace todo cuanto El Padre tiene por Su Voluntad.
CIC 2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: “He aquí que yo vengo [...] oh Dios, a hacer tu voluntad” (Hb 10, 7; Sal 40, 8-9). Sólo Jesús puede decir: “Yo hago siempre lo que le agrada a Él” (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados [...] según la voluntad de Dios” (Ga 1, 4). “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 10).
«Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo» (Orígenes, De oratione, 26, 3).
San Pablo nos alienta: «No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.» Rom. 12, 2. Y también dice: «No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor.» Ef. 5, 17.
No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de Mi Padre que está en El Cielo. Mat. 7, 21.
Obediencia por la humildad, y abandono en Dios por la obediencia, es lo que necesitamos para que el hombre pueda lograr cumplir su cuota y Dios aproxime más rápidamente El Reino de Los Cielos.
Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)
En el nombre del Padre, etc…
Comentarios
MUY BUENOS AUDIOS DE ENSEÑANZA CATOLICA, GRACIAS GLORIA A DIOS