Nehemías 7:61-65 (La Palabra) Entre los que regresaron de Tel-Mélaj, Tel-Jarsá, Querub, Addón e Imer sin poder demostrar que su familia y su linaje eran israelitas estaban: ciento cuarenta y dos descendientes de Delaías, Tobías y Necodá. Y por lo que se refiere a los sacerdotes, los descendientes de Jobaías, Cos, Barzilay (que tomó mujer entre las hijas del galaadita Barzilay y fue conocido con el nombre de ellas) indagaron en sus registros genealógicos y no los encontraron, así que fueron excluidos del sacerdocio. El gobernador les dijo que no comieran manjares consagrados hasta que se presentase un sacerdote para consultar el Urín y el Tumín. PENSAR: La iglesia no está compuesta sólo por los seres humanos, sino que Dios está en medio de su pueblo, en el centro de todo, dando vida y fuerza, sabiduría y dirección. En el largo capítulo siete de Nehemías hay una instancia en la que se nota la importancia de la participación de Dios en su pueblo. Hay un grupo de sacerdotes que no pudo probar con documentos su pertenencia oficial al pueblo de Israel ni al sacerdocio. Se perdieron las “actas de nacimiento”. Con todo el caos de la conquista y el exilio, se perdieron los papeles. Todos esos movimientos súbitos, drásticos y violentos por los que pasó la población dejaron como resultado que hubo personas que no tenían documentos oficiales de identidad. Entonces, la decisión que tomó Nehemías fue esperar para consultar al Urim y Tumim. Este era un recurso que tenían en ese tiempo para averiguar la voluntad de Dios. Aparentemente eran piedras especiales por las cuales, en un contexto de oración, los sacerdotes podían discernir la voluntad de Dios. Lo más importante aquí es que, para tomar esta decisión tan importante, se considera seriamente la realidad de la presencia de Dios en medio de su pueblo. ¿Serán o no serán realmente descendientes de familias sacerdotales? No tenían el documento escrito, el acta, el papel. Pero sí tenían la presencia de Dios, para confirmar –por medio del Urim y el Tumim, si son del pueblo de Dios y si pueden participar del sacerdocio. Por eso nos llama mucho la atención esta conjunción entre pueblo y Dios. Son dos los integrantes que conforman la iglesia. No es sólo el pueblo, sino que es el pueblo y su Dios. Es la presencia de Cristo, por su Espíritu Santo, en medio de la comunidad de la fe, actuando, hablando, consolando, fortaleciendo, dirigiendo, dando discernimiento y sabiduría para ver quiénes han de ser parte del liderazgo. Hemos hecho mucho énfasis en que la iglesia es la congregación de los creyentes, y es algo que celebramos, porque la importancia recae no en los edificios ni en los programas, sino en la gente. Sin embargo, hay que recordar que la iglesia no se compone sólo del elemento humano, sino que en medio de nosotros está el Espíritu Santo y la palabra de vida que se encarnó en Cristo Jesús. ORAR: Señor, perdona si hemos pensado sólo en términos humanos al hablar de tu pueblo. Amén. IR: Nuestra manera de vivir debe testificar del gran amor de Dios por su mundo.
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