Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
Dios se indigna ante la hipocresía, porque Él Es Santo, y en Su santidad no obra el mal, el hombre por en cambio, inclinado a la maldad se muestra hipócrita, piensa muy desviado de la verdad que puede ser cruel y no tener misericordia para con sus hermanos más necesitados. El hombre de mal corazón puede ser indiferente ante el clamor de su hermano, pero pronto se presta a pedir favores al Padre. ¿Qué un padre va a ser justo con el hijo que indiferente desprecia y le voltea al rostro a su hermano que está muriendo? Si un padre es justo aquí en este mundo y no da tregua al hijo malvado que no se compadeció de su hermano ¿Cuánto más no lo será El Padre del Cielo?
El hombre cree ser intrépido, pero es un cínico descarado que actúa mal y pide recompensa, porque es un desvergonzado. El hombre, en efecto ha perdido la vergüenza y se le ha hecho una costumbre actuar mal y luego pedir favores al Mismo Dios. Como dice el dicho: Se golpean el pecho en La Santa Misa y luego desprecian al hermano con sus corazones de piedra que no se conmueven por nada. Voltean la cara al hermano caído y se van inmisericordes; el hermano yace en el piso yerto de la consternación por sus necesidades y por la ofensa del hermano que lo ha despreciado. Un dolor que Dios manifiesta desde lo más profundo de Su Ser también.
A éstos malvados Dios les dice: "¿Para qué ayunar, si no haces caso? Y es que hermanos y hermanas, Hay quienes se mortifican para agradar a Dios, pero no hacen caso de los Mandamientos de Dios que nos pide amar a nuestros hermanos como Él nos ha amado.
Mira: el día de ayuno buscas tu interés y aprietas a tus servidores… El hombre, en ocasiones, hace lo que puede solo para él de la manera más egoísta y falto de piedad: ayuna, pero después oprime a su hermano explotándolo y buscando solo su conveniencia hasta el último centavo. Por eso añade: Mira: ayunas entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad.
La piedad queridos hermanos y hermanas, es la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. La piedad sabe tener lástima, misericordia y compasión que se tiene del mal de alguien.
JPII: Mediante este (don de la piedad), el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos.
«Envió Dios a su Hijo..., para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo...» (Gal 4, 4-7; cfr Rom 8, 15). Es decir, que El Padre ha sentido piedad por Sus hijos que caminaban en la perdición, y para abrirles el corazón, manda al Hijo Mayor, Jesucristo nuestro Señor, para que Él enseñe la piedad, y por la piedad de Jesucristo recibiéramos la adopción del Padre; es decir, dice El Padre: Mi piedad es que muera Mi Hijo para que ustedes vivan, y vivan viendo. Y ahora que ustedes ven mejor porque el pecado ha comenzado a desterrarse de sus almas y ya no los tiene por esclavos, ya pueden decirme: Abbá, Padre! Porque ahora sí son Mis hijos. Por ello dice: Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí Estoy."
JP II: La ternura, como apertura auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos.
El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Esto va en consonancia con lo que nos sigue diciendo Isaías al final: Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Is. 58, 9.
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El arrepentimiento con humildad deben brotar del pecador, para que éste encuentre la reconciliación con Dios.
El arrepentimiento es el sentir pesar o sentir dolor por haber hecho algo malo en contra de nosotros mismos o en contra de los demás, pero por encima de todo por haber ofendido a Dios, lo que equivale a dañarle Su Corazón. Y por ello nos apena el corazón. El hombre que no siente pena por todo ello, es porque no tiene piedad, es un impío, tiene el corazón de piedra y tampoco merece el perdón de Dios, aunque siempre rogamos que Dios tenga misericordia de los pecadores más empedernidos aún vivos y de los que ya dejaron este mundo y pueden estar yéndose al mismo infierno, y Dios puede perdonar según Su Divina Voluntad y Divina Justicia, pero ello no garantiza el perdón de Dios, porque no existiría el infierno, y si no existe el infierno, solo existiría El Cielo, y si eso fuera así, entonces de nada serviría la vida de santidad en penitencia y misericordia que han llevado todos los santos de la historia. El asesino no puede con sus víctimas en El Reino de Los Cielos. Por lo tanto, la misericordia no puede ser pretexto para la vida disipada y la vida falta de piedad y misericordia; pues, la vida disipada invita a la condena, mientras que la vida de piedad invita a La Salvación por la perseverancia constante hasta el final (Mat. 10, 22)
CIC 1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61)
«Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a Su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4)… Hermanos y hermanas: La Sangre de Jesús abrió los corazones endurecidos de los hombres.
Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 27-48).
El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el padre misericordioso" (Lc 15,11-24) – Todo el proceso hasta– el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión… El arrepentimiento lleva a la conversión. CIC 1439.
Si – el pecado – no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno… El hombre, en efecto, o bien decide salvarse o condenarse, cualquiera de las decisiones son sin retorno: sin retorno de la condena, sin retorno de La Salvación. CIC 1861.
El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal… CIC 1863. Por ello queridos hermanos y hermanas, no debemos jugar con fuego y debemos mantener una constancia de vida religiosa en la penitencia, en el arrepentimiento y sacrificio para limpiar nuestras muchas faltas cotidianas, buscar la misericordia de Dios, y con ella anclar más fijamente en Su Corazón, lo que nos va garantizando poco a poco la salvación.
“Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10) CIC 864. No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV: Dominum et vivificantem Ioannes Paulus PP. II 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna… Y es que el hombre puede ser perdonado de todas sus faltas, pero ¿cómo se puede perdonar a quién no quiere ser perdonado? Es decir, ¿cómo se puede perdonar a quién no cree en el perdón? Mejor entendido ¿cómo se puede perdonar a quien no cree que Dios por medio de Su Espíritu Santo pueda perdonar en La Confesión Sacramental? Quien no cree que Dios perdona en La Confesión no tiene salvación.
"Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos condenados." (1 Cor. 11, 31).
Por otro lado en El Sagrado Evangelio, El Señor Jesús manifiesta que en tiempos de que el novio, o sea Él, sea llevado entonces Sus discípulos ayunarán; pues, cuando estamos con quien amamos ¿por qué mortificarnos? Ayunamos, en efecto, cuando sentimos pesar, porque nadie puede comer a gusto cuando fallece algún familiar por ejemplo, por lo que es conveniente el ayuno.
El ayuno, en efecto, ayuda al hombre a ejercitarse en la dominación de sus bajas pasiones y como reparación de sus pecados. Que en cuanto a la dominación, es porque el hombre al negarse a comer lo que le es cotidiano o a no comer algún deleite más aun, con ello está dominando ese gusto por el buen comer, ello ayuda pues, a que en las ocasiones de insinuaciones de bajas pasiones que tengamos por las insidias del demonio, sepamos controlarnos y sepamos decir «no» a lo que está mal.
Por tanto, con el ayuno, el hombre por sí mismo, por la costumbre de su negación a lo que es deseable, y sumado a que el hombre recibe la gracia de la virtud de la templanza y el don de la fortaleza que Dios da al hombre que se ejercitó en el ayuno. Ejercicio del hombre en el ayuno y la gracia de Dios, ambos son necesarios para que el hombre pueda combatir sus muchas miserias.
Observemos pues, que La templanza (CIC 1809) es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o ‘sobriedad’.
(Tt 2, 12): Ella (la gracia) nos enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad.
Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a Él (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza). (S. Agustín, mor. eccl. 1, 25, 46).
El Catecismo nos sigue instruyendo 2290. La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 14-V-89: Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez.
Cuando experimentamos, como Jesus en Getsemani, «la debilidad de la carne» (cfr Mt 26, 41; Mc 14, 38), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: «Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
El ayuno siempre ha sido y es parte de la ascética católica. No fue rechazado, como dicen algunos, por el Concilio Vaticano II.
La vida de los santos manifiesta el valor del ayuno y la importancia de integrarlo en una vida de caridad. Algunas comunidades religiosas han incluido el ayuno en su regla.
La Virgen Santísima en varias apariciones (La Salette, Lourdes, Fátima) nos exhorta a la penitencia, práctica que en la tradición de la Iglesia incluye el ayuno.
El ayuno es necesario como forma de vida para estar listo y saber descubrir la presencia de Dios. Lucas 2,37: "(Ana) no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayuno y oraciones".
Por tanto queridos hermanos y hermanas, nos es de mucha necesidad tener piedad de Dios, de nosotros mismos y de nuestros hermanos. Así mismo, debemos tener arrepentimiento de corazón de todas nuestras miserias cometidas que ofenden gravísimamente a Dios y dañan Su Sacratísimo Corazón. Y para lograr que El Espíritu Santo pueda obrar en nosotros con la misericordia de Dios, para lograr la conversión a quienes aún no se arrepienten y para quienes estamos en proceso de conversión hasta el final de nuestras vidas, es decir, para pedir el don de la perseverancia final, todos estamos llamados a una vida penitente con el ayuno y la oración para alcanzar La Salvación de Dios.
Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)
En el nombre del Padre, etc…
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buenos consejos