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Comentarios
Hola monguers, enhorabuena por vuestro programa. ? Quiero aportar mi granito de arena para Expediente Guarren, la sección que está a mi altura, con una historia bastante lamentable. Ante la oportunidad que brindáis he decidido sacarme este peso del cuerpo para regalároslo con ilusión. Debería aclarar una cosa antes y es que tengo bastante recelo a aposentar el dos de oros en cualquier trono ajeno, una tara que afecta en menor medida cuanto más desesperada es la situación. Es decir, que si me puedo aguantar me aguanto, pero si no puedo pues nada, echo toda la carne en el asador, me tiro a la piscina. Cuando tenía doce años uno de mis hermanos mayores me invitó a pasar una semana en su casa, en la vecina isla de La Gomera. Todo fue bien los dos primeros días, porque descargué a gusto en casa antes de salir de viaje y fui con la maleta vacía, pero al tercero ya era doloroso. Así que me armé de valor y me puse a ello. No haré alaraca del esfuerzo que costó desterrar mis pesares, me centraré en aclarar que el resultado no parecía salido de un humano, por lo tanto no podría ser desalojado por el conducto por el que lo hacen los resultados humanos. La cisterna no haría el trabajo sola. Aquello había que animarlo a bajar con algo pero ¿qué herramientas de empuje tenéis al alcance en un baño? Exacto, el cepillo de dientes. Durante un buen rato estuve apuñalando aquella abominación, cortándola y dándole forma para que cupiera por el bajante del retrete, mientras intentaba contener las arcadas. No puedo describir el asco que provoca estar hurgando en un rolo enorme y recien evacuado con un accesorio de higiene personal, pero supongo que os hacéis una idea. Aunque sólo fueron unos minutos, cosa que agradecía, se me hicieron particularmente largos ya que no quería que mi hermano o mi cuñada se oliesen el pastel y viniesen a meter las narices en el asunto. Sólo quería terminar con aquello discretamente. Cuando el último retazo de mi legado se hundió en las dulces aguas del olvido respiré aliviado. Bueno, quizá cuando se me pasaron las arcadas. No recuerdo qué hice con el cepillo de dientes, pero eso es otra historia.