Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
El Padre llama a Sus hijos insistentemente, porque Él más que nadie quiere que viva. El Padre por ello, explica que la conversión da lugar a la regeneración, a Su perdón, para que el hombre haga un cambio en su estado de vida y consiga la reconciliación. Es decir, que El Padre, no solo pide que el hombre se convierta como parte de un mandato, sino, que Él como Padre, anhela que la decisión del hijo sea voluntaria y sincera, que se arrepienta de corazón y que busque Su perdón, que Él como Padre le hará llegar, porque Él Mismo le está tocando el corazón a Su hijo para que recapacite. Pero ahí está el respeto del Padre hacia Su criatura, que justamente le da vida y voluntad propia para que tome sus propias decisiones, tal como lo hacen los padres en este mundo, cuando sus hijos, cumplida su mayoría de edad, les es dada la libertad para que hagan de sus vidas según sus criterios. Aunque el padre siempre está al costado para darles sugerencias pero siempre les deja su autonomía, más aun, cuando los hijos han decidido emprender la retirada a otros lugares.
Así, pues, El Padre siempre busca a Sus hijos para que se salven, porque el perdón de Dios les logra La Vida Eterna, porque el hombre, en efecto, ha iniciado por su propia voluntad acercarse a su Dios, que lo creó y lo crió.
El pecador, tiene como gran ayuda para su conversión La Eucaristía, que "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales" (Concilio de Trento: DS 1638). Pero para que sea el antídoto pleno y eficaz, el hombre debe acercarse a La Confesión Sacramental para tomar del antídoto. Aun cuando el hombre se siente muy distante de Dios y de hacer una acción de penitencia con La Confesión, el hombre, en efecto, puede acercarse a participar de La Celebración de La Eucaristía, y sin que participe de La Sagrada Comunión, un buen inicio es el ofrecimiento de La Eucaristía para lograr la reconciliación con Dios de manera plena en La Confesión.
Es decir, que el hombre puede ir dando pasos al inicio de su conversión cuando ofrece lo que él mismo no puede ofrecer con sus máximas potencias, porque en La Eucaristía, Es Dios Mismo: Jesucristo nuestro Señor el que se ofrece al Padre como sacrificio inmaculado por los pecados de los hombres. Por tanto, el hombre, tiene la gran posibilidad de iniciar su proceso de conversión con la ayuda de Dios que nos ha dado en La Sagrada Eucaristía, pues, Ésta, en efecto, tiene un valor infinito por ser El Mismo Dios Infinito y Omnipotente el que se está ofreciendo al Padre.
CIC 1470 En este sacramento (el de La Confesión), el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5, 11; Ga 5, 19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5, 24).
Es decir, que el hombre que se convierte al Corazón de Cristo, es porque está pronto a recurrir a las penitencias que ayudan a un mejor y una mayor intimidad de convivio con Dios, ya que la oración y todo acto de penitencia, asemeja al hombre a Cristo orante y paciente. El hombre ha comenzado a vivir como vivió El Verbo del Padre que se encarnó para que hablándonos personalmente se establezca el diálogo íntimo entre Dios y el hombre. Es ahora, pues, que le toca al hombre acudir a Dios tal como Él acudió a nosotros para aproximarnos El Reino, ya que con Su venida, nos tendió las escaleras para “el ascenso”. Toca ahora al hombre poner el pie en las gradas y no parar de subir hasta llegar al término de La Escalera Divina donde está La Vida Eterna.
La conversión es manifestada en Las Sagradas Escrituras: Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una «Vida nueva». (Rm 6, 4)
Ap. 2, 16. 22: «Arrepiéntete, o iré en seguida para combatirlos con la espada de mi boca. Por eso, la arrojaré en un lecho de dolor, y someteré a sus compañeros de adulterio a una prueba terrible, si no se arrepienten de sus obras»… Sin que este pasaje tenga un significado de venganza de Dios, sino, que es consecuencia que brota de la naturaleza misma del pecado que ocasiona el reparo de la falta en un purgatorio, o el de la condena cuando la falta es grave. Además de que es el hombre el que ha decidido obtenerlas gratuitamente.
Mi alma espera en el Señor, / espera en su palabra… reza el salmo de hoy, ya que quiere decir que cuando espera en su palabra, es porque Israel espera el cumplimiento de los oráculos del Señor, las profecías que manifiestan tiempos de justicia y prosperidad por la llegada del Mesías.
… mi alma aguarda al Señor, / más que el centinela la aurora... Es el sentir del pueblo que espera con ansias la llegada del Señor, por ello añade: Porque del Señor viene la misericordia, / la redención copiosa; / y Él redimirá a Israel / de todos sus delitos.
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (Dominum et Vivificanten 31).
El reconocimiento, en efecto, es la certeza que tiene Dios en el pecador, en que se ha arrepentido verazmente. El reconocimiento es la que El Padre toma del corazón del hombre que le ha entregado y que solo Dios puede conocer la sinceridad del arrepentimiento. Para lo que es necesario que el hombre haga un juicio interior de sus caprichos y defectos que lo han volcado al pecado. Este juicio tiene que ser ineludible y sin arbitrariedad, es decir, el hombre no debe proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, no debe ser dictado solo por la voluntad o el capricho, por el contrario debe haber un juicio con rectitud, pues, Dios Es el que evaluará si realmente el hombre está siendo sincero o no de su arrepentimiento.
Estas manifestaciones: arrepentimiento y juicio interior, son las acciones del Espíritu Santo que ha penetrado en el corazón del hombre, y no de manera invasiva, sino, que el hombre por propia voluntad ha dejado que Dios lo ame, y Él le entrega Su Santo Espíritu que actúa dándole dolor de corazón, un arrepentimiento y seguidamente un juicio interior en la que el hombre reconocerá sus faltas y pedirá el perdón de sus pecados para lograr una vida nueva.
La doble dádiva, la doble gratuidad del Espíritu Santo:
1. El don de la verdad de la conciencia: La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Constit. Pastoral Gaudium et Spes 16)… Y tener la verdad en la intimidad con Dios, es decirle todo a Dios sin dejar nada reservado, porque Dios conoce esa intimidad del hombre que no puede ocultársela, pues, Dios que Es Omnipresente, es decir, que está en todo lugar, también está en ese sagrario del hombre llamado conciencia.
2. Y el don de la certeza de la redención: Es la fe que el hombre ha recibido en el inicio de la conversión, porque el hombre cree en la salvación porque se ha arrepentido de todos sus pecados. Es un gran don que Dios da a los hombres que abren sus corazones para que puedan salvarse. Aun cuando el hombre no tiene el reparo para que inicie su conversión, Dios misericordiosísimo prepara caminos para enrumbar al hombre y dejarlo ad portas de la conversión, donde Dios y El Cielo expectantes esperan el «sí» del pecador y comience la fiesta en El Cielo por la regeneración de uno de Sus hijos.
La reconciliación que nos pide El Divino Maestro en El Sagrado Evangelio de hoy nos manifiesta, es hacia el hermano con quien hemos discutido. El hombre está llamado a la reconciliación con el hermano, y en esta tarea, el hombre puede hacer un ejercicio de verdadero arrepentimiento, pues, tendrá que acercarse al hermano en discordia, y para ello es necesaria la humildad que hace que el hombre pueda dar el paso de inicio y estrechar la mano con quien se siente distante y con el corazón amargado. Es, pues, en este caso que el hombre toma la decisión por cuenta propia y da el paso, que aunque no siendo desde lo más profundo, es el inicio del proceso de la conversión del hombre, que puede ir adentrándose cada vez más según él mismo se lo permita. Por lo que es de conveniencia que acto seguido se continúe en la oración o cualquier otra penitencia ofrecida por esta intención. Así, Dios aceptará gustoso el sacrificio del hombre y Dios le retornará el don de la humildad y el amor que irá inscribiendo en su corazón para que el hombre pueda alcanzar la reconciliación plena.
Ésta reconciliación que es un proceso de inicio para algunos, para otros no tiene procesos, pues, el inicio es inmediato porque tienen mayor humildad en sus corazones y pueden perdonar y desean ser perdonados por Dios y por sus hermanos para mantener la unidad de La Familia de La Iglesia.
«Retorna a tu conciencia, interrógala. [...] Retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios» (San Agustín, In epistulam Ioannis ad Parthos tractatus 8, 9)… Ya que el hombre vive en un espacio en el que está fuera del interior de su conciencia, vive consciente, pero no en su interior, donde Dios le ha puesto el reconocimiento de la verdad, porque justamente ahí se encuentra Dios: En La Verdad, porque Él Es La Verdad.
«Tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo» (1 Jn 3, 19-20).
CIC 1789 La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia..., pecáis contra Cristo” (1 Co 8, 12). “Lo bueno es [...] no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad” (Rm 14, 21)… Por tanto querido hermano, la caridad está orientada hacia el prójimo, pero en él, nosotros debemos actuar hacia lo íntimo de él que es su conciencia; es decir, callando en ocasiones ante cualquier insinuación de «posible» error. Pero ese callar es el no emitir juicios a espaldas del hermano, ni difamando; pero si llevándolo con caridad a la corrección fraterna, encaminándolo a su conciencia, donde solo él y Dios saben sus intimidades.
JPII: ¡El sufrimiento de tantos hermanos y hermanas no nos puede dejar indiferentes! Su pena clama a nuestra conciencia, santuario interior en el que nos encontramos cara a cara con nosotros mismos y con Dios. Y, ¿Cómo no reconocer que, de diversas maneras, todos estamos implicados en esta revisión de vida a la que Dios nos llama? Todos tenemos necesidad del perdón de Dios y del prójimo. Por tanto, todos debemos estar dispuestos a perdonar y a pedir perdón.
Queridos hermanos y hermanas, la pena de nuestros hermanos con quienes estamos distanciados, no solo es el pesar de sus desavenencias y problemas cotidianos, sino, el pesar que tienen sus almas cuando no están reconciliadas con nosotros y con Dios. Por tanto si el hermano no se acerca a pedirte perdón, aun cuando él es el responsable de la separación entre ustedes, en ocasiones es necesario que tú te acerques a él para empezar con un simple gesto y una pequeña conversación, lo que será el inicio de una reconciliación y el amor que Dios nos pide que haya entre nosotros que somos hermanos.
Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)
En el nombre del Padre, etc…
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