Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
El tiempo de Pascua ha comenzado y nos interroga. Si Jesús ha muerto por nuestros pecados y hemos crucificado a Cristo, nuestra alegría está traducida en la resurrección gloriosa del Señor, pero no en nuestras flaquezas, y es que el tiempo de pascua también requiere un tiempo de continua conversión, porque toda nuestra vida, desde que dimos un paso adelante para acudir al llamado de Dios es una conversión constante que llega a su culmen cuando dejamos este mundo. Esta no es mi exhortación, es una exhortación del mismo Señor Jesús que dijo en un lado: Solo se salvará el que persevere hasta el final. Ahora en este tiempo en que esperamos el ardoroso pentecostés, nos animamos a una previa que es la de proclamar la resurrección gloriosa de Jesús pero con el ejemplo en cada día de nuestra vida, pues, así mismo nos invita San Pedro cuando hoy nos dice en La Primera Lectura: “Convertíos” y más adelante: la promesa vale para vosotros y para todos aunque estén lejos…
Por tanto queridos hermanos, la conversión nos llama a vivir una vida distinguida, una vida en la que podamos ver las diferencias entre una vida de sequedad como es la vida del mundo: infructuosa, y veamos en la otra mano la vida de conversión, que debe ser una vida con frutos exquisitos. Así nos anima el Apóstol Pedro y nos dice: Escapad de esta generación perversa… porque la vida sin Dios es perversa. Esa generación que nos habla el Apóstol Pedro es la que tiene su inicio desde el origen del pecado en el Génesis y que sigue hasta ahora y que no se ha afincado en Jesús que Es La Verdad y La Vida.
Tengamos siempre en nuestros pensamientos que Dios siempre está viéndonos paternalmente con ojos de misericordia, esperando a algunos y ayudando a otros en sus perseverancias, en un tiempo de pascua, en que el hombre no debe perder su horizonte, en algunos se absuelve la penitencia para mirar con agrado y espíritu festivo la gloria de La Resurrección de Jesús, otros han visto en el resucitado sus conversiones, pero todos están bajo la mirada de Dios, ya que así nos dice el salmista: Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia…
María Magdalena es la afortunada en ver en primera instancia a Jesús, esta es la percepción que nos deja El Sangrado Evangelio, pero es realmente la primera del linaje, pero era necesario que Cristo venido de Santa María, y que de ellos viene el linaje del Pueblo de Dios, sea, pues, oportuno que a Ella se le haya manifestado primero El Señor Jesús. En efecto, convenía que Jesús haya visto primero a Su Madre antes que a María Magdalena, pues, en María Dios había llenado de prerrogativas que nadie había alcanzado. Además, ¿qué un hijo que se va de su casa no busca primero a sus padres? Más aún ¿a la madre? A caso el niño inocente ante algún imprevisto no exclama ¡Ay Mamá! Y La Inocencia Encarnada Cristo Jesús ¿no haría lo mismo, tener presente ante todo a Su Madre? El Hijo visita a Su Madre para anunciarle Su gloria y ella humanamente se vea envuelta de más esperanza, porque acongojada Ella, espera la visita de Su Hijo, El Hijo le corresponde visitándola a Ella por sobre cualquier persona.
En efecto, Jesús primero visitó a María en Su vientre y se encarnó, Él resucitado y glorificado visita también primero a Su Madre a Quien después divinizó.
Ella le manifestó de Su carne y sangre, Él le manifestó de su gloria y divinidad.
Ella es la primera que cae de rodillas apesadumbrada por la responsabilidad de La Encarnación, Ella tenía que ser la primera consolada por la gloria de La Resurrección.
Ella padeció primero que todos y más, después, en La Piedad; Ella tenía que ver la gloria primero que todos en Su Hijo.
Ella primero fue la que abrazó la pena de la muerte de Su Hijo con Su Hijo, Ella primero fue la que abrazó la alegría de la gloria de Su Hijo con Su Hijo recién Resucitado.
María Magdalena es el animoso esperar en fe que tiene el hombre: tocar la eternidad. Así como La Magdalena tuvo el viso del milagro de La Resurrección, el hombre convertido y en santificación tiene la dicha de tocar la eternidad con las manifestaciones del Señor en cada momento providencial de su vida, ya en favores, ya en milagros, ya en frutos y dones del Espíritu Santo. Pues, en efecto, el hombre se puede alimentarse de la eternidad cuando da el paso de la conversión y animoso se desgasta por El Sagrado Evangelio. Es cuando el hombre comienza a tener el primer favor de Dios seguido del perdón: la visión espiritual de su vida que ha cambiado por el amor al Resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios nos bendiga y La Santísima Virgen nos proteja, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Como siempre los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar: El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día. Dice el Señor (Jn. 6, 54)
En El Nombre del Padre, etc.
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