Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Mozart - Violin Concerto N3
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_ ¿Qué sucede, Picasso? El gatoha comenzado a moverse en el
regazo de la señora Pinkerton. Se lo veía inquieto.
-¿Sucede algo, Picasso? -la anciana repitió la pregunta.
Picasso la miró. Después escondió su cabeza bajo los pliegues del salto de cama de su dueña, para volver a sacarla y mirar a Edmund y a la señora Pinkerton alternadamente:
-iMiaul
-iOh, mira lo que hace! lNo es inteligente mi gordo hermoso?
Edmund, que jamás había visto un comportamiento inteligente por parte de ese gato, se limitó a sonreír. Para él era una bestia común y corriente. Sin embargo, su madre no se
cansaba de presumir de él como si fuese el gato más listo del mundo.
La señora Pinkerton reanudó su relato: Después de que Lucy me contara su plan para desenmascarar a la bruja, bajamos al salón comedor. Nuestra conversación había despertado
mi interés en la señorita Larden.
-¡Ahí viene! -mi amiga guardó rápidamente el pañuelo en su bolso-: ¡Mírala! ¿No es una mujer impresionante? Entonces la vi entrar.
Parecía una actriz de cine. En un instante atrajo todas las miradas del salón. Llevaba un magnífico vestido negro de noche, que resaltaba su figura, y se desplazaba con esa leve indiferencia que tienen las divas cuando se pasean entre
el público.
Se sentó a una mesa algo alejada de la nuestra.
Pero podía ver su modo de tomar la copa, de dirigirse al mozo, de voltear la cabeza para mirar a todos sin mirar a nadie, y de volver a llevar su copa a los labios. Y aunque yo no creía en
brujas, sentí el impulso de permanecer lejos de aquella criatura.
En ese momento llegó tu padre:
-¡Buenas noches, señoras! -saludó, y mientras se sentaba, me preguntó-: ¿Invitaste a la señora Grey a nuestra excursión de mañana?
-Oh, les agradezco . .. -intervino Lucy rápidamente-, pero mañana tengo cosas que hacer aquí en el hotel -dijo mirando de reojo hacia la mesa de la señorita Larden.
-No creo que sea un paseo muy divertido para la señora Grey -agregué-, voy a estar concentrada en las fotografías todo el tiempo . ..
-¿Sabía usted que mi mujer planea ser una gran artista? -comentó tu padre, con ese leve tono de burla que acostumbraba usar-. Asegura que su colección de paisajes será famosa algún día ...
-Pues es lo que pienso -repliqué-. Aunque para algunos eso sea vanidad . ..
-;Oh! ;La vanidad del artista! ¡Vaya pecado! -exclamó Lucy-. ¡Pues me parece muy bien! ¡El mundo sería un horror sin los artistas! ;Hay que perdonarles todo! -dijo alzando la voz, lo
que hizo que algunos comensales de otras mesas se dieran vuelta para mirarla, y agregó-: Además, siempre recuerdo que mi tía Edna decía que hay que dejar la humildad para los que no tienen talento.
Mientras cenábamos me dediqué a observar disimuladamente a la señorita Larden. Me llamó la atención la manera en que tomaba su boquilla y encendía el cigarrillo. Nunca había visto
encender un cigarrillo de esa manera. Lucy tenía razón. Todo en ella era diferente ...
Pero. . . ¿una bruja? Yo no podía creer semejante cosa.
Aun así, evité mirarla a los ojos.
Repentinamente, Picasso bajó de la falda de la anciana y se dirigió hacia el corredor que conducía a las habitaciones.
-lAdónde vas, Picasso? -preguntó la señora Pinkerton, extrañada.
El gato se perdió en el pasillo, que en ese momento de la tarde comenzaba a llenarse de sombras.
-Ya va a volver. No le gusta estar mucho tiempo separado de mí. ..
-Continúa, madre, por favor -le pidió Edmund con tono paciente, echando un rápido vistazo al reloj.
La señora Pinkerton retomó su relato: Al otro día salimos de excursión con tu padre. Estuve a punto de comentarle la idea de mi amiga , pero no me atreví. Se hubiera escandalizado.
Me habría dicho que las dos habíamos perdido el juicio. Yo también pensaba ... ¿En verdad Lucy creía que aquella mujer iba a empezar a echar humo? ¿Hablaba en serio realmente? Con ella nunca se sabía.
Regresamos a media tarde. Estaba ansiosa por que me contara qué había pasado con el asunto del pañuelo amarillo.
La encontré en el comedor, frente a una taza de té. Apenas la vi noté que algo en ella había cambiado. ¡Llevaba el mismo vestido que esa mañana!, inconcebible tratándose de Lucy Grey. Y su rostro lucía muy pálido. Temí que hubiera enfermado:
-Lucy, ¿está usted bien?
-Sí, cariño... -dijo con voz apagada-. Me siento un poco cansada, nada más.
-;Por favor, cuénteme! ¿Qué pasó con la señorita Larden?
Ella permaneció un instante en silencio. Parecía meditar mi pregunta. Y al cabo de un momento, respondió:
-Oh, eso fue . .. bastante extraño.
Capítulo 7
Edmund pensaba: no podía ser que aquella señorita Larden de hacía cincuenta años fuese la misma señorita Larden que vivía
en la casa de al lado. Él la había visto. Tendría unos ... ¿veinticinco?, ¿treinta años? Aquella mujer del hotel debía ser una anciana aún mayor que su madre, o ya debía estar muerta. Se trataba de una coincidencia de nombres. Aun,
que también esta mujer fumara en boquilla ...
Miró el reloj. Aún quedaba tiempo:
-¿Entonces? -preguntó.
-Entonces Lucy, como la otra vez, miró hacia ambos lados y bajando la voz me contó:
-Estuve toda la mañana con el pañuelo en el bolso, esperando el momento de echárselo al cuello. Cerca del mediodía la encontré en la terraza.
Se hallaba sentada, muy quieta, de espaldas a mí,
mirando el mar.
"«La oportunidad perfecta», pensé.
"Abrí el bolso, saqué el pañuelo, y me acerqué lentamente, tratando de no hacer el más leve ruido. Desde atrás veía su mano fina y bien curvada sosteniendo con elegancia la boquilla. Las volutas de humo se perdían en el aire. Había recogido su cabellera .dejando al descubierto su hermoso cuello. Y en el instante en que iba a apoyar el pañuelo
sobre sus hombros, ella giró echándose hacia un costado. Su cuerpo pareció. . . ¡doblarse! Fue un movimiento tan rápido, tan increíble, que quedé paralizada.
"El pañuelo había caído al suelo, sin haberla rozado siquiera.
"Ella se había puesto de pie, y me clavaba la vista con los ojos muy abiertos.
"-¡Oh, perdón!, yo pensé ... que esto era suyo -balbuceé, mientras sentía que me temblaban las rodillas.
"Ella no me contestó inmediatamente. Sus ojos permanecían fijos en mí:
"-Se equivoca usted. Eso no me pertenece -dijo sin mirar el pañuelo que yacía en el suelo, y se retiró rápidamente hacia el interior del hotel.
"Yo me quedé allí, de pie, avergonzada, aturdida ... Lo que acababa de suceder era imposible.
¿Cómo supo que yo estaba detrás? ¿Cómo había realizado aquel movimiento? Yo jamás vi algo así. ..
-Qué extraño ... -le dije.
-Pero lo más extraño vino después.
-¿Después?
-Sí, cuando fui a mi habitación a descansar. Aquel incidente me había puesto nerviosa, y necesitaba estar un rato a solas.
''Al bajar del ascensor me sentí desorientada. Era mi piso, pero me parecía estar allí por primera vez. Y tenía la sensación de que no estaba sola.
Como si alguien me hubiera seguido por los silenciosos pasillos de este hotel. Sin embargo, cuando me daba vuelta no veía a nadie . . .
"Finalmente llegué a mi habitación. Saqué la llave de la cartera, y de pronto, no sé de dónde ni cómo, pero esa mujer estaba allí, detrás de mí.
"-Veo que estamos en habitaciones contiguas - la escuché decir.
"Giré y la miré. No sé qué me pasó en ese momento, pero todo mi malestar desapareció de golpe:
"-¡Qué maravilloso! -exclamé, como si me hubiese dado una excelente noticia. Y sentí un fuerte deseo de estar con ella, de conocerla, de ser amigas tal vez. La miraba y aquella mujer me
parecía el ser más hermoso y agradable que había conocido en mucho tiempo. Me propuso tomar el té juntas. ¡Y yo acepté encantada ... !
"Quería contarle todo de mí, de mi pasión por los vestidos, mis ideas sobre la belleza, la importancia de verse bien siempre . . . Ella solo me dejaba hablar, asintiendo con una sonrisa a cada cosa que yo decía. No sé cuánto tiempo pasó. Pero recuerdo que al momento de despedirnos me dirigió una sonrisa muy singular, y me dijo:
"-¿Sabe, señora Grey? Usted y yo vamos a ser muy buenas amigas.
El rostro de Lucy se ensombreció:
-Es difícil explicarlo, pero en ese instante sentí que aquellas palabras eran manos. Manos invisibles que me sujetaban para adueñarse de mí. Manos que no eran humanas, y que me
iban a llevar a un lugar del que no podría escapar ...
Hizo un gesto con la cabeza como queriendo liberarse de esos malos pensamientos, y esbozó una sonrisa:
-¿Qué tontería, no?
No dije nada, pero ella advirtió el desconcierto en mi rostro:
-No me hagas caso, cariño, temo que estoy envejeciendo . . .
Yo no entendía qué tipo de obsesión tenía mi amiga con la señorita Larden, pero no me parecía saludable. No quería hablar más de aquella mujer, y aproveché para cambiar de tema.
Le conté que debía tomar una decisión. Dudaba si pintar Amanecer en Dorset o Luna sobre Dorset, porque la noche anterior había conseguido una toma fantástica desde la terraza.
Trataba de distraerla .. .
Lucy me escuchaba, pero su cabeza parecía estar en otro lado.
Entonces intenté con una broma sobre un par de mujeres maquilladas como muñecas que circulaban por el comedor.
Recuerdo que logré hacerla sonreír, y por momentos parecía la misma Lucy Grey de siempre. Pero mi amiga ya no era la misma.
La señora Pinkerton se levantó del sillón apoyándose en su bastón y comenzó a caminar por la sala otra vez:
-iYa estaba hechizada! ¡Entiendes, Edmund? iAhora me doy cuenta! iLo sé porque yo sentí lo mismo ayer!
La anciana señaló con su bastón en dirección a la casa vecina:
-iEsa bruja te hechiza cuando dice que va a ser tu amiga! iAhora lo sé! iY a mí me está haciendo lo mismo!
Edmund, al ver que su madre volvía a desesperarse, se levantó para tranquilizarla. Se acercó y le tomó las manos. Le temblaban.
-iPor favor, madre, no te pongas así! Te aseguro que nada malo va a sucederte ...
Pero ella no lo escuchaba. Solo miraba el espacio vacío que su cuadro había dejado en la pared:
-iEdmund, por favor, hijo! -suplicó-. iSácame de aquí! iLo digo en serio! iNo quiero terminar como mi amiga!
Capítulo 8
Afuera llovía torrencialmente. A través de las ventanas se podía ver cómo las ráfagas de viento agitaban con furia las copas de los árboles y los arbustos del jardín. La tormenta había oscurecido la tarde antes de tiempo, y hacía rato que Edmund y su madre hablaban casi en penumbras.
-... y te quedarás con nosotros hasta que todo esto haya pasado. lTe parece bien así? -concluyó Edmund.
Solo con la promesa de que la llevaría a su casa, Edmund pudo conseguir que el ánimo de la señora Pinkerton se calmara.
Lo angustiaba verla así, aterrorizada por una historia de brujerías. Tenía que llamar hoy mismo al doctor Serling, el médico de su madre, y preguntarle qué se hacía en estos casos.
Pensó en Alice, su hija de nueve años. De pronto le preocupaba que su madre, en ese estado, pudiese asustar a la niña:
-Lo único que te pido es que no hablemos de esto en presencia de Alice.
-iPor supuesto que no! iCómo se te ocurre que voy a asustar a la niña! lCrees que soy estúpida?
Por lo visto su madre era capaz de recuperar su mal carácter. Al menos era un buen indicio.
La señora Pinkerton agregó en tono de reproche:
-Lo que pasa es que tú sigues sin creerme ...
-Encenderé las luces. No se ve nada aquí. ..-exclamó Edmund presuroso para esquivar
aquel comentario, y levantándose cruzó la sala para pulsar el interruptor.
Dos lámparas arrojaron una luz tenue sobre el recinto. Aun así, al regresar a su asiento observó que el pasillo que conducía hacia el interior de la casa permanecía a oscuras.
-Qué raro que Picasso no vuelva, mi gordo siempre quiere estar aquí, conmigo ... -ella frunció el ceño-. Sospecho que tú no le gustas, Edmund.
Edmund decidió no responder. En su lugar miró nuevamente el reloj. En minutos tenía que partir hacia el colegio de Alice, y lo preocupaba que la tormenta aún no diese señales de parar.
Se le ocurrió que podría llamar al colegio y avisar que tal vez se retrasaría un poco.
-lPuedes terminar de contarme lo que pasó con tu amiga, la señora Grey?
-lEn qué había quedado? -preguntó la anciana.
-Decías que se había sentido impresionada por la señorita Larden, pero que después, cuando esta le dijo que serían amigas, comenzó a sentirse mal. Y tú piensas que con esas
palabras la había embrujado.
-No tengo ninguna duda de que fue así -afirmó la señora Pinkerton, y continuó:
Al día siguiente Lucy no bajó a desayunar. Pensé que había decidido dormir más de lo habitual y no le di mayor importancia.
Recién la vi en el bar del hotel, cerca del mediodía. Su rostro estaba aún más demacrado que la tarde anterior, y sus pequeños ojos azules parecían sin brillo.
-jLucy! -le dije alarmada-, no la veo muy bien. ¡Comienza usted a preocuparme!
-¡He pasado una noche terrible! -me contestó, y la vi tomar un vaso de agua de la mesa. Sus manos temblaban cuando me dijo-: ¿Recuerdas que te conté de mi tía Edna? ¿La que nos hablaba de las brujas de Metsküla?
-Sí, lo recuerdo.
-Anoche soñé con ella . . .
Lucy tomó un sorbo de agua y me relató su sueño:
-Estábamos en su casa, en Manor Farm, con mis primas. Jugábamos a las muñecas, en el medio del parque, bajo la luz del sol. De pronto el cielo se oscureció y comenzó a soplar un viento muy fuerte. Las niñas tomaron sus muñecas y, entre gritos, corrieron en dirección a la casa. Yo las seguí. Pero antes de entrar sentí que alguien me sujetaba fuertemente del brazo. Me hacía doler. Al darme vuelta vi que era mi tía Edna, de pie junto a la puerta. Me miraba furiosa, y señalándome con el dedo, me decía:
"«Te lo advertí, pequeña».
"Después abría su boca y mostraba los dientes. Pero no eran sus dientes. Tía Edna no tenía esos dientes. Vi que los orificios de su nariz empezaban a dilatarse y que los músculos de la
cara formaban una especie de mueca, como si fuese a reír, pero en lugar de risa lanzó un chillido atroz. Entonces me soltó violentamente y entró con las otras niñas a la casa, cerrando la
puerta tras de sí.
"Me desperté sobresaltada. Permanecí en mi cama, tratando de serenarme. Me repetía: fue solo un sueño, fue solo un sueño. La luz de la luna entraba por la ventana. Allí todo se hallaba quieto y en silencio. Y a medida que pasaban los minutos podía distinguir con más claridad los objetos del lugar. Sin embargo, aquella luz no alcanzaba uno de los rincones del cuarto, que permanecía en la más absoluta oscuridad.
"Entonces escuché un ruido, como si algo se arrastrara por la pared del cuarto vecino. ¿Qué era eso? Me incorporé. Luego todo quedó en silencio. Me pareció que la temperatura había
descendido bruscamente. Fue cuando sentí que algo se deslizaba por la habitación, como se desliza una sombra.
"Me acurruqué en la cama y me cubrí por completo. No me atrevía a moverme, a respirar siquiera. Pasó un tiempo, no sé cuánto. Me descubrí muy lentamente la cabeza. Cuando abrí
mis ojos todo estaba como antes, pero aquel rincón del cuarto se veía aún más oscuro, como si una masa negra se hubiera alojado allí.
"Esa presencia se movía, peligrosa y amorfa, semejante a un enjambre que se prepara para atacar.
"Me cubrí de nuevo con las mantas y comencé a rezar, y recé, recé hasta quedar dormida.
La señora Pinkerton detuvo el relato, e hizo un gesto de silencio. Miró a Edmund:
-lEscuchaste eso?
Otra vez, Edmund no había escuchado nada. Solo se oían los truenos y el ímpetu de la lluvia descargándose sobre la casa.
-Solo la lluvia, madre ...
La señora Pinkerton permaneció en actitud de alerta un instante, y recién continuó:
Ver a Lucy en ese estado me angustió profundamente.
Esa mujer soberbia y segura de sí misma parecía un pajarito muerto de miedo. Recuerdo que me miró con sus ojitos muy abiertos, y preguntó:
-¿Qué me está pasando?
Yo no sabía qué decirle. Solo atiné a responder:
-¡Oh, Lucy! ¿No serán sus nervios? ¿No serán sus nervios que le han jugado una mala pasada? Tal vez toda esta historia de la bruja la ha sugestionado . . .
Lucy me miró como si yo hubiese encontrado la explicación justa de lo que le pasaba, y exclamó:
-¡Sí, es eso! ¡Eso es lo que me sucede!
-Debería usted ver a un médico ... -proseguí.
-Sí, tienes razón -me respondió-, pero ahora necesito descansar . . . Me siento muy fatigada.
Creo que descansaré el resto del día.
-¡Claro! ¡Descanse y olvídese de todo! -la animé-. Esta noche se sentirá usted mejor. Ya lo verá.
-Sí, tienes razón, cariño -ella asintió mientras se levantaba-. Nos veremos en la cena.
Al despedirnos, me tomó de las manos, como si quisiera aferrarse a ellas, cuando me susurró:
-Las brujas no existen, ¿verdad, amiga?
Sentí una súbita compasión por aquella mujer, y abrazándola le dije:
-¡Por supuesto que no, Lucy querida! ¡Las brujas no existen!
Antes de separarnos me dedicó una sonrisa agradecida y se alejó por el corredor con el paso lento, como si tuviera miedo de caerse.
Fue la última vez que la vi.
Capítulo 9
_ ¿No sientes un poco de frío aquí? -preguntó la señora Pinkerton.
-lQuieres que encienda la chimenea?
-No -respondió ella mirando de reojo el muro que la separaba de su vecina-. Nos iremos enseguida.
-Decías que no volviste a ver a tu amiga después de que ella te contó su extraño sueño ... -dijo Edmund invitándola a continuar.
Y la señora Pinkerton prosiguió:
Tenía la necesidad de hablar con alguien sobre lo que le pasaba a mi amiga. Pero no sabía con quién. Tu padre no era la persona indicada.
Iba a decirme que Lucy debía consultar con un médico, y punto. Pero yo quería entender ... ¿Estaba enfermando? ¿Podía haber algo de cierto en aquella historia de la bruja?
Esa noche llegamos al comedor temprano. Lucy no había bajado aún. Mientras tomábamos una copa con tu padre vi que al salón entraba la señorita Larden. Se la veía más radiante que nunca. Su presencia me atraía como un imán, pero todo el tiempo evitaba mirarla, como si fuese la mismísima Medusa.
Ordenamos la comida y mi amiga no aparecía. Mi preocupación iba en aumento, y le dije a tu padre:
-Llamaré a Lucy a su cuarto. Me sorprende que aún no esté aquí ...
Me dirigí al teléfono que se hallaba en el vestíbulo y pedí hablar con la habitación de la señora Grey. Sonó cuatro veces, hasta que oí descolgar el tubo:
-¿Lucy? Soy la señora Pinlkerton. Estamos esperando que baje usted a cenar.
Pude escuchar, del otro lado, que ella murmuraba:
-Oh . .. bajar a cenar .. .
-Sí, por supuesto ... ¿Está usted bien? ¿Necesita ayuda?
-¡No! -la voz de Lucy ahora se oía lejana, y luego se escuchó un sonido. ¿Sabes qué sonido?
El sonido que hace una radio cuando pierde y recupera la señal. Y después, nada.
-¿Lucy?
Silencio.
-¿Lucy?
Recién entonces la oí decir:
-¿ Pueden los vestidos bajar a cenar?
Y volvieron aquellos sonidos, hasta que se cortó la comunicación.
Quedé desconcertada. ¿Qué estaba pasando?
Regresé a la mesa y le dije a tu padre:
-He notado a Lucy muy extraña al teléfono. Desde ayer no se siente bien. Tal vez debería subir a verla.
En ese momento el mozo llegaba con la comida y se disponía a servir los platos. Entonces tu padre, tan lógico como siempre, aseguró:
-Pues si se siente mal desde ayer, no creo que le pase nada malo en el preciso instante en que tú y yo nos disponemos a cenar. ¿No te parece, querida?
Y como siempre, lo que decía me parecía razonable.
No consiguió tranquilizarme, pero decidí esperar.
Durante la cena tu padre me hablaba y yo parecía estar flotando. Tenía la sensación de que algo allí andaba muy mal.
Con la última cucharada del postre me levanté y dije:
-Tengo que ir a ver a Lucy. -Volví al vestíbulo y pedí que me comunicaran nuevamente con su habitación.
El teléfono llamaba pero nadie atendía. Comencé a pensar lo peor. Creo que en la cuarta o quinta llamada solté el tubo y salí corriendo por el pasillo en dirección a su cuarto. Tenía el presentimiento de que algo terrible había ocurrido.
Cuando llegué a la puerta golpeé con todas mis fuerzas:
-¡Lucy, abra usted!
Volví a golpear.
-¡Lucy! ;Abra, por favor!
Nadie contestó.
Estallé en sollozos, y seguí golpeando la puerta, sin parar.
Escuché pasos que se acercaban. Eran tu padre y el conserje del hotel, que me habían visto salir corriendo.
-¡No abre, no abre! -yo gritaba desesperada-. ;Estoy segura de que le ha pasado algo!
El conserje me miró alarmado, y golpeó la puerta una vez más. Al no obtener respuesta, miró por el ojo de la cerradura:
-Tiene puesta la llave por dentro -afirmó.
Entonces sacó un llavero y luego de un breve forcejeo con la cerradura, abrió la puerta. En el cuarto no había nadie.
El empleado del hotel se adelantó presuroso para entrar a la sala de baño. Reapareció negando con la cabeza, en señal de que no estaba allí.
Los tres nos miramos un instante, sin saber qué pensar.
-¿Adónde se ha metido esta mujer? -preguntó tu padre, abriendo el vestidor.
Pero allí solo aparecieron sus vestidos, perfectamente colgados, y más abajo las maletas y las cajas de sombreros de mi amiga.
-No entiendo cómo pudo salir de la habitación . .. -añadió el empleado del hotel, desconcertado-. La puerta ha sido cerrada por dentro ...
-¡Yo misma hablé con ella hace unos momentos! -exclamé-. La señora Grey tenía planeado cenar con nosotros ...
-Evidentemente ha cambiado de opinión -concluyó tu padre asomándose por la ventana, una de cuyas hojas estaba abierta-: Debió salir por aquí -reflexionó echando un vistazo hacia afuera-. Mmm ... y por lo que veo no le debe haber resultado muy fácil.
-¡Eso es estúpido! ¡A Lucy no se le ocurriría salir por las ventanas! -grité nerviosa.
-¿Estás segura? Pues me temo que no hay ninguna otra explicación, querida.
-¡No puede ser! ¡Miren! -dije yo señalando hacia la cama, para confirmar lo que decía-. ¡Estaba preparándose para bajar a cenar!
Extendido sobre la cama, como dispuesto para ser usado, yacía un vestido de noche.
Yo conocía ese vestido. Lucy se lo había puesto un par de noches atrás. Me resultó extraño que hubiera decidido usarlo de nuevo.
Era un modelo estupendo, de seda, gris ... Lo que no recordaba eran aquellos dos botones azules, pequeños y brillantes, que ahora adornaban el escote.
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