Visitamos la villa romana La Dehesa, en la provinicia de Soria, y explicamos algo de su historia y de lo que depara su visita.
PISTAS es una colaboración del blog de viajes SIEMPRE DE PASO en el programa "Aquí en la Onda" de Onda Cero Castilla y León. No dejes de consultar lo que sobre esta propuesta he publicado en el blog: https://www.siempredepaso.es/villa-romana-de-la-dehesa-en-cuevas-de-soria-soria/
Esta semana tenemos que arreglarnos y ponernos guapos porque vamos a ir de visita a casa de una familia un poco especial: vamos a acercarnos a conocer la casa de los Írrico o Írricos. Así se apellidaba la familia que a principios del siglo IV, y durante algo más de 100 años y dos o tres generaciones, vivió en unos campos muy próximos al actual pueblecito de Cuevas de Soria, en una casa de campo que debió de ser la envidia del vecindario, dado que si hubieran tenido vecinos cerca -que no se sabe- es difícil imaginar otra casita de campo como la suya que superara los 4.100 metros cuadrados. Vamos a visitar la villa romana La Dehesa, una de las tres villas romanas más importantes de la provincia de Soria.
Encontramos la villa romana La Dehesa a unos veinte kilómetros de la capital soriana en dirección a Berlanga de Duero y un poquito antes de llegar a la localidad de Cuevas de Soria.
Y lo que tiene de especial es, como decía, que vamos a poder recorrer el interior de la casa de una familia que no era familia cualquiera.
Los Írrico o Írricos, que es el apellido que aparece en una inscripción de la casa, era una familia de raíces celtíberas que en unas pocas generaciones adaptó la cultura y formas de vida romana como propias. Es decir, se dieron a la buena vida que otros no se podían permitir e hicieron alarde del buen gusto que se le presuponía a una familia romana de pura cepa. Y esto se imagina no solo por las dimensiones de su casa de campo, también por el repertorio y calidad de los mosaicos que visten los suelos de 21 de sus 22 habitaciones. Contar con buenos mosaicos era para los romanos pudientes un lujo al que se entregaban con mucho entusiasmo. Tanto por el gusto que les daba caminar sobre ellos como por el orgullo con el que se los mostraban a las visitas. Así que a juzgar por los mosaicos de la villa romana La Dehesa, que es como se la conoce ahora, a los Írrico no les debía de ir nada mal en la vida. Al menos durante un tiempo, porque entre las muchas cosas que se desconocen de este lugar es el motivo por el que fue abandonada, dejándola tal cual pero sin un mueble. Algo que extraña, dado que en muchas ocasiones las villas romanas que se conocen en España quedaban abandonadas tras un incendio o la destrucción sufrida en alguna guerra pero siempre con los restos que habían formado parte de la vivienda en su interior.
La villa romana La Dehesa fue descubierta, como tantas otras, de pura casualidad cuando en 1927 un hombre que intentaba levantar un cobertizo picó justo donde 1.600 años antes los Írrico habían disfrutado de su vivienda campestre, unas campas junto a las que pasa el río Izana, bien orientadas al sur y en la parte más protegida del valle. Aquel hombre, sin comerlo ni beberlo, había dado, efectivamente, con una de las primeras villas hispanorromanas descubiertas en España.
Informado del hallazgo, el arqueólogo Blas Taracena fue el primero en hacerse cargo de las excavaciones para irse percatando, poco a poco, de que aquel descubrimiento casual había sacado a la luz un conjunto realmente excepcional, tanto por sus dimensiones como por la armonía de los diseños que mostraban sus mosaicos. Tras los primeros momentos de asombro, y después de realizar los dibujos de los 21 mosaicos que adornan sus suelos, el yacimiento ha vivido un largo camino, con muchas etapas de abandono, hasta que en 2012 se acondicionó para su apertura al público, integrado ahora en un proyecto museístico más amplio que explica la vinculación del mundo hispanorromano con la diosa romana Magna Mater, la Cibeles griega, fuente de la vida.
Junto al yacimiento se ha construido una zona museística en la que, mediante un vídeo, paneles y algunas piezas arqueológicas se pone de relevancia cómo muchas costumbres actuales son la herencia cultural y religiosa legada por los romanos.
Una vez visitada esa primera parte, que hace las veces de introducción en el contexto general en el que estuvo situada la villa, una pasarela permite al visitante transitar sobre la estructura del edificio mientras contempla desde arriba los mosaicos que han sido recuperados en las diferentes estancias.
El edificio presenta una planta rectangular organizada en torno a un amplio espacio ajardinado. Alrededor del jardín se abre un espacioso corredor con columnas –el peristilo- que, a modo de claustro, ponía en comunicación y daba acceso a las diferentes estancias. Una de las singularidades de este yacimiento es la presencia destacada de dos estancias a las que, por su volumen y espacialidad, se presupone una función especial. La más relevante, con un ábside semicircular, es la que se sitúa en el centro del lado norte, y que se conoce como aula magna, con casi 200 metros cuadrados. La otra gran estancia, en el lado oriental, fue el comedor. Junto a este último se localiza la zona termal a la que los romanos sabían sacar tanto partido.
Otra singularidad de este yacimiento es que no está del todo claro que fuera una villa agrícola como las otras grandes villas romanas que tenemos en Castilla y León. Tanto la disposición como el tamaño de la mayoría de las estancias ha hecho interpretar a los investigadores que, más que tratarse de una explotación agropecuaria al uso en aquel ambiente hispanorromano, la villa La Dehesa pudo tener también una función algo más parecida a un centro formativo, puede que una especie de pequeño monasterio pagano en el que fueran frecuentes los debates y discusiones en pequeños grupos. Lo que sí se sabe es que este edificio fue levantado a principios del siglo IV sobre los restos de una construcción anterior del siglo I.
Una forma muy apetecible -y recomendable- de completar la visita a esta villa es dando un pequeño paseo por el pequeño desfiladero del río Izana, un estrecho pasillo natural que rasga la superficie caliza del páramo entre las localidades de Cuevas de Soria y Villabuena. Un rincón que seguro que no ha cambiado casi nada desde el tiempo en el que los Írrico se dedicaban –posiblemente- a la cría de caballos es este cercano y recoleto desfiladero.
Dependiendo de si el río lleva agua o no, es posible completar los 5 kilómetros de delicioso paseo entre ambas localidades con la sensación de caminar por un corredor del fin del mundo, un lugar tan apartado de todo como en su momento pretendieron estarlo, seguro, los Írrico en su casita de campo.
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