Degenerado y mujeriego
Con cierto aire de faquir,
Anda arrastrando su esqueleto
Por las entrañas de Madrid.
Aunque andaluz de fin de siglo
Universal, quiero decir,
No sé qué tiene de rabino
Cuando lo miro de perfil.
Amigo de causas perdidas
Desde aquel mayo de París,
No tiene más filosofía
Que el “vive a tope hasta morir”.
Medio profeta, medio quinqui,
El lumpen es su pedigrí
Un tinto y una buena titi
Le bastan para resistir.
Tirando a zurdo en sus ideas
Por donde escora Bakunín
Dice que abajo las banderas
Y arriba la lluvia de abril.
El perdedor es su universo
Aunque pretende ser feliz.
Y aún hay quien dice que está cuerdo.
Pongamos que hablo de Joaquín.
(Luis Eduardo Aute)
Las letras de Sabina poseen un amplio abanico de influencias que van desde los cancioneros del rock anglosajón (con autores como Bob Dylan, Leonard Cohen o The Rolling Stones), el folklore latinoamericano (Atahualpa Yupanqui, Chavela Vargas o José Alfredo Jiménez), el tango, la canción melódica francesa hasta poetas vanguardistas hispanoamericanos como César Vallejo, pero también Pablo Neruda, Raúl González Tuñón y Rafael Alberti o a los autores que forman parte de sus primeras lecturas en su juventud, que incluyen a Fray Luis de León y Jorge Manrique así como el resto de la tradición española. Por encima de todos estos autores destaca la influencia de Francisco de Quevedo, aunque Sabina insiste en que su máxima influencia entre la poesía española contemporánea es la de Jaime Gil de Biedma.
El sarcasmo, la ironía y la mordacidad son determinantes en la obra de Joaquín Sabina, al igual que en la de Quevedo. Las características formales básicas del Barroco se hacen patentes asimismo en sus letras: léxico de uso corriente entrelazado con cultismos, equívocos, retruécanos, contrastes y antítesis, así como construcciones anafóricas y enumeraciones asindéticas, estos últimos, las dos principales figuras retóricas de la poética sabiniana.
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