Como se recupera la VISIÓN NORMAL SIN GAFAS - doctor W. H. Bates
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Como se recupera la
VISIÓN NORMAL
SIN GAFAS
Método natural del doctor W. H. Bates
https://www.youtube.com/watch?v=mIMQeVEbjgM
https://elinstigador.files.wordpress.com/2012/12/vision-sin-gafas-metodo-bates.pdf
para corregir miopía, astigmatismo,
presbicia y otros defectos oculares.
Los ojos varían en el curso de la existencia.
Gráfico del porcentaje de vistas defectuosas
Printed in Spain – 1985 - Copyright by J de S’Agaró
I.S.B.N: 84-7095-063-0
EL MÉTODO NATURAL DEL OFTALMÓLOGO
NORTEAMERICANO DOCTOR W. H. BATES
J. de S’Agaró
Como se recupera la
VISIÓN NORMAL
SIN GAFAS
SEXTA EDICIÓN
Editorial Leda
Riera San Miguel, 37
BARCELONA - 6
DOS OJOS PARA TODA LA VIDA
El más preciado bien. El órgano valioso que no puede ser reemplazado.
El don más bello en la mujer.
El instrumento más necesario en el trabajo del hombre.
El aparato supremo para ver y sentir, gozar y vivir.
El Hombre civilizado sabe que los sentidos del oído, del gusto, del olfato y del
tacto, le acompañan hasta el fin de su vida. Por ello no acepta que la naturaleza, siempre
equitativa, tenga dispuesto que sea el sentido de la vista el que precisamente decline en la
mitad de su existencia, o antes. Tampoco se resignará a admitir que el único elemento
corrector de que la ciencia dispone para paliar sus defectos oculares sólo actúe
relativamente, de forma transitoria y siempre en daño de la integridad de su visión.
La ciencia que tiene como criterio esencial el buen sentido, aprovecha los recursos
que ofrece la propia naturaleza humana para contrarrestar los daños creados por una vida
antinatural y compleja. A los medios artificiosos provisionales, a las reacciones anómalas
que merman prematuramente la aptitud funcional, opone un nuevo método de
reeducación y regeneración del órgano. La visión, con plena capacidad, debe y puede
acompañar al hombre y a la mujer, al niño y al anciano, en el curso de su vida.
5
PREFACIO
La vida es una marcha continua y progresiva. Todo avanza,
todo evoluciona, hasta las cosas más simples en apariencia.
Una fuerza todopoderosa y eterna nos lleva hacia delante.
Pero mientras todo avanza son muchos los rezagados que
continúan mirando tras de si; ellos constituyen un obstáculo
para las nuevas ideas bienhechoras y son los que mantienen
el sufrimiento, la enfermedad y la desesperación.
Prentice Mulfort
El tratamiento genérico actual de ametropías y astenopía es el de prescribir al
paciente unos lentes graduados en corrección de su defecto de refracción. Estas ayudas
mecánicas determinan, en la mayor parte de los casos atenuación del vicio y una
aparente mejora visual y sirven para neutralizar, transitoriamente, los síntomas
sensoriales, sensitivos, vegetativos y psicomotores, pero sólo actúan como
elementos relativamente correctivos; el órgano no se libera del defecto, persiste la
mala función y la causa, latente, se agrava en forma progresiva. Al poco tiempo se
impone un nuevo examen óptico y una nueva prescripción de cristales en rectificación
de la graduación anterior. Los ojos, a pesar de todos estos recursos de la moderna
óptica, se van debilitando en forma creciente. Los medios mecánicos sólo han servido
para crear una aparente mejoría de la visión, pero no han podido servir para corregir la
causa ni para anular la mayor parte de sus efectos.
El doctor W. H. Bates, especialista oftalmólogo de Nueva York ha fijado,
después de, numerosos estudios, unas nuevas conclusiones sobre la función del
aparato ocular y su mecanismo de acomodación y definido que la mayor parte de los
defectos visuales son debidos a los malos hábitos de función que se producen por un
permanente sobreesfuerzo ocular y mental. Su sistema, que resuelve la corrección
total, excluye las ayudas mecánicas y proporciona medios de reeducación y
recuperación como factores favorables y decisivos para que el órgano, por su propia
capacidad de autorregulación, ejerza su función normalmente. El sistema descubierto
por el doctor Bates enseña el uso natural de ojos y mente, ambos en íntima relación, y
crea hábitos correctos que anulan, por un proceso de coordinación y un estado casi
permanente de relajación, todos los efectos del sobreesfuerzo.
En América y Europa millares de personas han sido ya corregidas de sus
defectos visuales por el sistema del doctor Bates quien, hasta su muerte, acaecida en
1931, perseveró, denodadamente, en el estudio de su método para mejorarlo y
afirmar sus principios. La historia nos muestra que toda nueva doctrina encuentra
detractores. La mayor parte de los descubrimientos científicos que hoy nos son
comunes fueron acogidos con risa, indiferencia, o con una franca oposición. A los
nuevos conceptos del doctor Bates se oponen el mayor vacío por la clase profesional
y una franca y ruda obstrucción de los múltiples intereses que se consideran
6
afectados por sus consecuencias. La industria óptica alcanza actualmente un alto nivel
en producción y rendimiento y es natural y hasta lógico que reaccione negativamente ante
unos métodos que se desarrollan sin y contra los elementos que ella produce.
El médico oftalmólogo se resiste a admitir y reconocer unas teorías y un
sistema que revolucionan los conceptos clásicos. El empirismo y su ortodoxia son
más poderosos que el análisis ponderado de un nuevo concepto que aquél discute o
rechaza sin conocerlo a fondo ni ensayado. El doctor Bates ha expuesto
públicamente sus principios. Podrá ser discutible su conclusión, que ha llenado
incontables páginas, en libros y revistas médicas, de que el cristalino no es factor de la
acomodación. El ojo acomoda por un alargamiento o acortamiento de su diámetro
anteroposterior y por acción de los músculos extrínsecos. Pero no cabe duda alguna de
que se han producido millares de casos de corrección de defectos oculares por esta
nueva técnica que es, quizá, la que públicamente es más ensalzada o negada en estos
últimos tiempos. Escritores americanos, ingleses, franceses y alemanes han
publicado artículos, y aun libros, explicando la curación de su propio caso y difundiendo
el método. Aldous Huxley, uno de los más sólidos valores intelectuales de
nuestro tiempo, autor de «Eyeless in Gaza» y de tantas otras obras destacadas de la
literatura inglesa, como «Chrome Yellow», «The Olive Tree», etc., «que diseccionan
el cuerpo de la sociedad actual con un escalpelo afilado», sufrió una ceguera parcial
que le produjo un accidente. Cuando fracasaron los tratamientos de toda índole pudo
reconstituir su visión gracias a las prácticas del doctor Bates. Sus experiencias se
reflejan en un libro valiente y documentado. «The art of seeing» en el que explica,
objetivamente y con excelente juicio reflexivo, todos los principios del método y sus
técnicas más útiles. En América, Inglaterra, Alemania y Francia ya existen institutos
científicos que lo aplican. Para nada han servido la atmósfera de descrédito y la
negación reiterada de validez a la tesis y a los experimentos del doctor Bates. La
verdad termina siempre por ser impuesta.
Analizando las más recientes estadísticas norteamericanas se advierte cómo
un 70 % de personas tienen la visión defectuosa por efectos de la edad y mal uso de
los órganos de la visión. A los veinte años tienen defecto oculares el 23 %; a los
treinta, el 31,39 %; a los cuarenta, el 48 %; a los cincuenta, el 71 %, Y a los sesenta,
el 82 %. El 66 % llevan gafas y de 3 a 4 % tienen un ojo más débil que el otro. La
proporción de personas con visión perfecta sólo alcanza al 2 %. Un cuarto de la
energía del cuerpo se emplea en ver; la mayor parte de los dolores de cabeza, de
estómago y muchos trastornos nerviosos son originados por sobreesfuerzo y
cansancio del órgano de visión. Cuando el trabajo que se realiza se ve bien quedan
reducidos el absentismo y la fatiga; un 37 % del trabajo estropeado se atribuye a una
visión mal adaptada a los requerimientos de la labor.
La buena vista es un salvoconducto de seguridad cuando se conduce un
vehículo; con los ojos afectados por vicios de refracción no es posible ver, de manera
definida y rápida, cualquier posible riesgo y evitar a tiempo el accidente. A la media
hora de leer, los músculos de los ojos se contraen y estiran 113.000 veces; el ojo
viciado se fatiga y empeora por este trabajo abrumador de su aparato muscular.
La mirada del miope, los ojos forzados por la tensión, contraídos y apretados,
7
producen arrugas y anulan toda impresión atractiva. Las personas con defectos
visuales se cansan o duermen en el cine. Cuando se llega a los 40 ó 45 años es ya
difícil leer a una distancia normal.
Cuanto precede justifica que esta nueva verdad, tan combatida, sea de una
trascendencia incalculable. Los métodos de reeducación visual del doctor Bates
anulan los vicios de refracción y permiten que la normalidad ocular persista, sea
cual sea la índole del trabajo a que sean sometidos los ojos, a través del tiempo y a
pesar de los achaques de la edad.
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PRIMERA PARTE
I
MI CASO YA NO TENÍA SOLUCIÓN...
Si te conviene debes hacerlo. Si es verdad, debes
decirlo.
Marco Aurelio
Por mi parte no existe otra pretensión, al escribir estas líneas, que la de difundir
el más maravilloso sistema de reeducación de la vista y la de llevar, a cuantos sufren
por sus ojos defectuosos, no sólo una esperanza, sino la más plena seguridad en la
corrección de todos sus vicios de refracción ocular. No pretendo hacer uso de una
pedantesca redacción científica ni tampoco de galanuras de lenguaje; ni soy escritor ni
hombre de ciencia y, por lo tanto, estoy al margen de todo propósito literario o docto.
En mí sólo existe el deseo de transmitir una nueva y gran verdad con palabras sencillas
y por un texto comprensible.
Padecí, en mi niñez, de unas úlceras en ambos ojos; el izquierdo quedó tarado
por una cicatriz corneal que al esmerilar, permítaseme el término, el lente ocular,
determinó una visión opaca y difusa en este órgano. Mi profesión artística exige de un
gran sobreesfuerzo ocular y mental. La mala función de mis ojos, aunada a su tensión
constante, precipitó unos síntomas de cansancio ocular en los que alternaban unos
insoportables dolores de cabeza con una conjuntivitis aguda que afectaba,
particularmente, al ojo más útil. Estos síntomas desaparecían en cuanto dejaba en
suspenso todo trabajo de visión cercana. Como el dibujo y la lectura con luz artificial
se me hicieron intolerables recurrí a un especialista; éste diagnosticó ligera miopía y
astigmatismo, prescribió el uso de cristales graduados y aseguró que la dolencia sería
corregida con esta ayuda mecánica. Desgraciadamente no fue así. Me sometí luego al
examen de otro y aun de otros oftalmólogos de Madrid y Barcelona para reunir un
arsenal de recetas y cristales de graduación diferente. Como el padecimiento iba en
progreso hube de administrar mi horario de trabajo y reducir éste hasta el máximo
soportable por mis ojos defectuosos. Mi labor se iba menguando de manera progresiva
y el desaliento y la tristeza embargaban mi ánimo. Nuevamente soporte infinidad de
pruebas y análisis y me sometí, gustosamente, a las más variadas medicaciones; todo
fracasó. Los especialistas terminaban encogiéndose de hombros y desinteresándose de
un problema que no sabían o no podían resolver y yo acabé por no esperar nada de la
ciencia.
Alguien me habló del moderno sistema de corrección de un doctor
norteamericano. Pregunté a algunos médicos, pero ninguno de éstos sabía nada de
aquél. Una feliz casualidad trajo a mis manos la obra «El uso natural de la visión» (D.
Apleton y C. New York) del destacado médico portorriqueño doctor R. Ruiz Arnau.
9
La lectura de su primer capítulo «Mis jaquecas» me. Impresionó grandemente por su
extraordinaria similitud con mi caso. Por aquel capítulo describe el autor cómo sufría
crisis intensas y periódicas de jaquecas, náuseas, intolerancias de luz y ruidos y otros
síntomas, desde su niñez, que le incapacitaban para todo trabajo y cómo ejercía su
profesión con la tortura del «terrible fantasma de la crisis que, indefectiblemente,
surgía a su tiempo con invariable regularidad».
En poco tiempo advierte cómo va reduciéndose su capacidad visual y
aumentando el cortejo de síntomas dolorosos y entonces se somete al examen de un
oculista competente; éste diagnostica un error hipermetrópico en ambos ojos con un
ligero astigmatismo en uno de ellos y prescribe unos lentes correctores. A pesar de la
utilización de éstos los trastornos no cesan y éstos le imposibilitan para toda función de
lectura o cualquier otra empresa intelectual.
A los treinta y ocho años se le complica este cuadro anormal con la presbicia o
vista cansada y necesita variar de manera frecuente la graduación de los cristales, de
los que habrá de llevar encima (como había llevado yo) toda una variedad de lentes
para cerca, para lejos, coloreados para moderar la intensidad de los rayos actínicos y
unos bifocales para ciertas ocasiones.
En un viaje a Nueva York consulta a un afamado especialista «quien en nada
pudo atenuar su calvario». Al regresar a Puerto Rico está decidido a cesar en su
actividad médica e intelectual para dedicarse a una profesión que no le requiera el
sobreesfuerzo de la visión cercana pero, a poco, sus deberes profesionales le llevan
nuevamente a Nueva York, esta vez acompañando a un enfermo que había de ser
sometido a un tratamiento de rayos X. Departiendo con el especialista y contando a
éste la inutilidad de la ciencia en su trastorno ocular, aquel le aconseja que visite al
doctor Williams H. Bates, dándole a conocer, al mismo tiempo, un trabajo de éste que
publica, entonces, el New York Medical Journal. El doctor Ruiz Arnau dice que esta
primera lectura le causó sorpresas y desencanto y añade textualmente: «Su autor
afirmaba en sus primeras líneas que los errores de refracción, miopía, hipermetropía,
astigmatismo, no sólo no son deformaciones oculares definitivas y únicamente
corregibles mediante cristales, sino que, siendo debidos a una contractura viciosa
adquirida de los músculos extrínsecos del globo ocular, son más que corregibles
reformables, por medio de prácticas de relajación muscular». En una palabra, el
cristalino deja de ser factor en la acomodación y el globo del ojo no es inextensible; es
decir, dos dogmas fundamentales de la doctrina casi secular sobre esa función, venidos
al suelo en un instante. Esto sólo podría ser obra de un entendimiento desequilibrado o
de un genio, y ¡andan estos últimos tan raros por el mundo viviente!... Imbuido, como
todos los médicos, en la idea del cambio de curvatura del cristalino, en virtud de la
acción del pequeño músculo ciliar, para determinar la acomodación del ojo a las
distancias, sentía yo la pesadumbre del viejo edificio de la óptica fisiológica, con
toda la autoridad de sus fundadores y con la gravitación de las cosas ha mucho
establecidas, aceptadas por la generalidad y sostenidas por el inmenso acervo de
los intereses creados a su sombra.
-Paréceme todo esto anatómicamente imposible -me decía-. Sin embargo,
era para mí una halagadora esperanza.
10
-Después de todo, pensaba, ¿por qué no han de realizarse las cosas en el ojo
lo mismo que en una cámara fotográfica, en la que para obtener retratos de objetos
a diversas distancias, se acorta o alarga la del lente a la pantalla? Si en un Kodak se
fuese a imitar lo que según la clásica teoría ocurre en el ojo, sería menester colocar
un nuevo lente cada vez que se quisiera obtener una fotografía a diferente
distancia; ya que no existe artificio alguno conocido que pueda modificar de
manera automática el poder del mismo lente en las distintas ocasiones.
Al fin se decide a consultar al doctor Bates al que expone, con detalle, su
padecimiento. Este, después de oírle, le afirma categóricamente, que si eso era
todo, pronto se curaría; que sus ojos no eran anormales y que sólo tenían perdida la
facultad de fijación central. El esfuerzo mental y la contracción excesiva de los
músculos motores del ojo eran los que habían determinado un sobreesfuerzo ocular
y los trastornos reflejos que padecía. Unas pocas y breves sesiones le convencieron
de la veracidad del diagnóstico y del fundamento de éste. Por unas simples
prácticas de relajación ocular y con la eliminación previa de su arsenal de cristales
graduados, restituyó, en unos meses, la normalidad a sus ojos pudiendo leer,
escribir y soportar los más intensos focos de luz sin cansancio; las terribles
jaquecas y molestias oculares, que estuvieron a punto de cambiar el rumbo de su
vida, desaparecieron radicalmente.
Sobra decir con cuánta ansiedad leí los capítulos siguientes del libro del
doctor R. Arnau y cómo puse en práctica los ejercicios del método; el primero ya
me afirmó en su eficacia positiva. Practiqué incansablemente situando en ello toda
mi voluntad y constancia y hoy leo, escribo, dibujo y pinto sin fatiga ocular y
desenvuelvo una nueva vida más fecunda y feliz. La alegría de producir y gozar de
todos los placeres intelectuales ha substituido a aquel estado desesperado y pasivo
anterior.
Me prometí, entonces, llevar esta buena nueva a cuantos sufren por mala
función de su sistema ocular y, al hacerlo, enaltecer el nombre del sabio doctor
Bates y destacar la personalidad del doctor Ruiz Arnau, médico insigne y entusiasta
propagador de la nueva doctrina. De aquel propósito ha surgido este libro por el
que se detalla el método, del que tengo una gran capacitación práctica y al que he
asociado consideraciones de mi propia experiencia y el producto de diferentes
lecturas que lo afirman. Todo ello se expone en las páginas que siguen y de manera
breve y simple. Quiero aclarar que no escribo para médicos; éstos pueden tener una
documentación de carácter eminentemente científico en las ya numerosas obras y
artículos sobre los principios y la técnica del doctor Bates, publicados por este
mismo y por sus innumerables continuadores. Sólo lo hago para cuantos se valen del
medio mecánico de unos cristales graduados que atenúan muy relativamente el
efecto de su problema de refracción y sin corregir la causa; para aquellos que van
periódicamente a la tienda del óptico sin encontrar el lente que resuelva su defecto
incorregible y para cuantos padecen trastornos y dolores por un desequilibrio ocular.
Cada uno de éstos puede resolver su caso de forma definitiva y concreta. El nuevo
método de reeducación de la función visual supone una verdadera revolución de
todos los antiguos conceptos y el avance de mayor trascendencia en el campo de la
11
oftalmología.
La finalidad del sistema es alcanzar un estado permanente de compensación y
equilibrio en los órganos de la visión por el que se restablece la movilidad y
coordinación de los ojos y la mente y se anula, así, el sobreesfuerzo que actúa como
causa de todos los desequilibrios oculares. El mayor obstáculo del sistema es la
inercia del paciente a realizar unos ejercicios metódicos. La práctica de sus diferentes
técnicas requiere tiempo y exige una constancia que la mayor parte dejos humanos
eluden por pereza. Aunque su problema quede latente estiman que es más cómodo
utilizar la ayuda mecánica de unas muletas oculares que sacrificar unos minutos de
cada día a los simples ejercicios oculomentales que requiere el método. No
consideran que su propio defecto de refracción es un motivo de anulación progresiva
de su tiempo hábil y una causa de agravación creciente de aquél por el constante
sobreesfuerzo a que tienen sometidos sus ojos.
12
II
CONCEPTOS FISIOLÓGICOS DE LA VISIÓN
Como en la finalidad de este libro sería excesiva una detallada fisiología del
aparato ocular vamos a resumir ésta en un sencillo esquema por el que serán
expuestos, elementalmente, la función del ojo, los más importantes vicios de
refracción, el clásico concepto de la acomodación y el nuevo que nos descubre el
doctor Bates.
La cámara fotográfica es un instrumento óptico-mecánico que está basado en
los principios físicos del ojo. Como todos sabemos aquél consiste en un cajón o
cámara oscura con un fuelle extensible en cuya cara anterior va situado un objetivo o
lente convergente sobre el que actúa un diafragma que cierra, más o menos, la abertura
del objetivo para regular la entrada de la luz. El fuelle, al ser reducido o ampliado en
su extensión, permite que el objetivo enfoque nítidamente la imagen en un cristal
esmerilado o que la impresione en una placa o película sensible, situados uno u otra en
la cara posterior de la cámara.
El ojo humano es una cámara oscura cuyo objetivo está supuesto por dos lentes
que forman la córnea, de cualidad transparente y a la que vulgarmente se llama
«cristal del ojo», y el cristalino, pequeña lente biconvexa que está situada detrás de la
córnea y que es muy parecida a una lenteja. A través de este objetivo del aparato
ocular pasan los rayos luminosos, según se abre o cierra el diafragma del iris, el
pequeño disco negro, verde, azul, gris o castaño que da cualidad de color a nuestros
ojos y que constituye la parte anterior de la coroides. La retina, en la cara posterior del
ojo, hace las veces de película o placa sensible.
El ojo está compuesto por varias membranas o túnicas concéntricas que
envuelven humores transparentes. La más exterior, que es a la vez la más resistente, se
llama esclerótica y en ella se fijan los músculos que actúan sobre el globo ocular; la
córnea está en su parte anterior. Debajo de la esclerótica y tapizándola de negro se
encuentra la segunda membrana o coroides; toda la cara interna de ésta es la retina. El
nervio óptico recoge el estímulo luminoso sobre la retina, atraviesa la esclerótica y se
distribuye, en forma radial, sobre la parte interna de ésta, formando una película
constituida por células, gránulos y demás que terminan en los órganos específicos de la
captación y que se designan como bastones y conos. El punto ciego, o sea el que no
responde al estímulo luminoso de la retina, es aquel en que el nervio óptico atraviesa
la esclerótica en la zona muscular del centro de la retina. Junto a éste se encuentra la
diminuta extensión denominada «fovea centralis» que se el punto más sensible y el
que recoge las imágenes más claras y definidas; esta propiedad disminuye,
progresivamente, a medida que las ramificaciones retinianas se esparcen por la
periferia.
El globo ocular realiza movimientos de rotación sobre su propio eje y puede
girar con la pupila hacia arriba, abajo y los lados. Los músculos que actúan para
producir estos movimientos son seis: el recto superior, que eleva el ojo; el recto
13
inferior, que lo baja; el recto externo, que lo arrastra hacia fuera, el recto interno y dos
oblicuos: el mayor y el menor, llamados así porque cruzan oblicuamente el eje
anteroposterior del globo ocular y lo inclinan, abajo y hacia fuera el mayor, arriba y
hacia fuera el menor. Todos ellos se insertan en puntos diversos sobre la esclerótica.
Una membrana mucosa llamada conjuntiva, lubricada por las secreciones de las
glándulas lagrimales, une el globo del ojo a los párpados, por la parte posterior de
éstos y anterior de aquél.
Corte Horizontal del ojo derecho
1. Conjuntiva esclerótica. 2. Conjuntiva corneal. 3. Córnea. 4. Cámara anterior. 5.
Cámara posterior. 6. Esclerótica. 7. Coroides. 8. Iris. 9. Retina, región de la
mácula. 10. Cristalino y cristaloides. 11. Cuerpo vítreo. 12 Ligamento ciliar. 13.
Fovea patellaris. 14. Cuerpo ciliar. 15. Nervio óptico. 16. Inserción de los tendones
de los músculos recto interno y recto externo.
Como en el ojo no es posible acortar o alargar la distancia que media entre el
lente y la retina como se varía la extensión del fuelle en la cámara fotográfica, el
cristalino, por contracción del músculo ciliar, abomba su cara anterior para aumentar
así su curvatura y poder refractario. Cuando el ciliar reposa, el cristalino se aplana,
reduce su convexidad y produce un cambio de foco: corto, acomodado para el
enfoque de la visión de imágenes cercanas o largo, para las lejanas. El mayor
esfuerzo del ojo está constituido por la acomodación a lo cercano. La función de
enfoque se complementa por una regulación de los rayos luminosos que, pasando a
través del cristalino, se proyectan en la retina, por un control de la contracción
14
pupilar; la sensación de relieve o estereoscópica se debe a una convergencia de la
imagen registrada en las respectivas retinas de cada uno de los dos globos oculares.
Gráfico de la refracción en el ojo normal (emétrope), en los anormales (amétropes) y
de la corrección de estos por cristales de forma
P.L. Punto luminoso. A. Ojo normal; el punto luminoso converge exactamente en la retina. B. Ojo miope; la
convergencia es anterior, por delante de la retina. C. Ojo hipermétrope; la convergencia se posterior, por
detrás de la retina.
P.L. Punto luminoso. A’. Ojo normal. En B’. Ojo miope y en C’. Ojo hipermétrope, un cristal cóncavo y
convexo, respectivamente, enfocan precisamente el punto luminoso en la retina.
15
Todas las experiencias llevadas a cabo con el mayor rigor científico por el
doctor Bates se concretan en que el cristalino no es factor en la acomodación; ésta se
realiza por una deformación del globo ocular que es originada por la tensión de los
músculos oblicuos o de sus antagonistas los rectos que actúan, respectivamente,
según estén las imágenes del campo visual más distantes o próximas. Cuando el ojo
enfoca imágenes o planos lejanos los músculos rectos aumentan su tracción y el ojo
se reduce en sus proporciones anteroposteriores, esto es, de delante hacia atrás.
Cuando el enfoque lo realiza sobre imágenes o planos próximos aumenta la tracción
de los músculos oblicuos que oprimen el globo ocular alrededor de su parte media y
lo alargan de delante hacia atrás. Esto ha sido comprobado por el doctor Bates por
medio de imágenes reflejadas en la córnea, el iris, el cristalino y la esclerótica y de
sus variaciones en las diversas fases de la acomodación y con tan absoluta nitidez
que han podido, no sólo ser observadas, sino fotografiadas, comparadas y medidas. A
esta técnica de experimentación no es posible oponer la teoría clásica de que la
alteración en las imágenes es producida por una modificación de la curvatura del
cristalino. La conclusión más concreta y exacta es la de que el músculo ciliar no
interviene en el cambio de curvatura del lente en el momento de la acomodación y que
ésta se realiza por el alargamiento del diámetro antero-posterior del globo ocular. La
verdadera función del ciliar es la de impedir que el cristalino sufra cambio alguno en
su forma o transparencia al realizar la acción de acomodar.
El ojo emétrope (con propia medida) es aquél perfectamente esférico y que
posee una refracción normal porque los rayos luminosos, al converger exactamente en
la retina, producen imágenes netas y definidas. Cuando la concurrencia es en un plano
anterior o posterior a la pantalla retiniana, la refracción es anormal y el ojo amétrope;
las imágenes se registran, entonces, de manera difusa e imprecisa.
Los defectos de visión pueden ser producidos, como en la fotografía, por mala
función de alguno de los elementos del aparato. Si el fuelle de la cámara oscura se
alarga excesivamente, los rayos luminosos convergen antes de llegar a la placa
sensible y se produce una imagen difusa; cuando el fuelle se acorta con exceso los
rayos convergen en relación inversa a la del caso anterior, es decir, a mayor distancia
posterior de la placa y determina, asimismo, una imagen borrosa.
Estos dos efectos se repiten en el ojo humano; cuando la convergencia de los
rayos luminosos es anterior a la retina se produce la miopía; si esta convergencia es
posterior se determina la hipermetropía. Ambos defectos se consideran como
resultante de una modificación en la longitud normal de la cámara ocular; pero
también pueden ser producidos éstos y otros por mala función del lente convergente.
Al endurecerse el cristalino, fenómeno que se produce generalmente en casi
todos los humanos cuando ya han pasado de los 40 o 45 años, la visión a corta
distancia se hace difícil por la presbicia o vista cansada; ésta tiene efectos de aumento
progresivo.
La córnea normal tiene la forma de un casquete esférico y radios de igual
curvatura y refrigencia. Cuando el poder de refracción es desigual no podrán ser
vistos, con precisión, los radios de una rueda y serán más distintivos los oblicuos, o los
16
horizontales, o los verticales y los restantes se apreciarán confusos; esto es el
astigmatismo.
Todos los vicios de refracción han sido considerados, hasta ahora, como
incurables o permanentes utilizándose, como único medio curador, unos cristales
ajustados en graduación y forma a la anormalidad de refracción: cóncavos para los
miopes, convexos para los présbitas, cilíndricos para los astígmatas y variadas
combinaciones de unos y otros en un mismo lente y de acuerdo con los requerimientos
del defecto. Cuando los ejes visuales no tienen una dirección simultanea se produce el
estrabismo; este defecto es de corrección muy problemática con lentes prismáticos;
también se pretende resolver con estos un estado consecuente de defectos oculares al
que los anglosajones denominan eyestrain y que definen como un cansancio de los
ojos producido por el uso excesivo de éstos o por vicios de refracción no corregidos.
Por el nuevo concepto todos los defectos de refracción se corrigen en su causa
y sin artificios ni medio mecánicos; aquellos se producen porque se hizo mal uso de
los órganos visuales, forzándolos para ver y por el abuso de contracciones anómalas de
los músculos oculares extrínsecos que tienen a su cargo, no sólo la función de
acomodar la visión, sino la de regir los movimientos de dirección del órgano; éstos,
como ya sabemos son los cuatro rectos y los dos oblicuos que orientan la mirada por
sus contracciones en los cuatro sentidos direccionales y que producen el alargamiento
antero-posterior del globo ocular.
Todo sobreesfuerzo en la visión obliga a una contracción, casi permanente, que
afecta a los dos grupos musculares, a uno, o a parte de este y que es la que produce los
defectos de miopía, presbicia o astigmatismo. El estrabismo y las distintas variedades
de desequilibrio muscular latente son determinados por la influencia de un músculo
que tiene predominio sobre los otros. La contracción excesiva del grupo muscular del
órgano óptico, por un excesivo esfuerzo de visión en circunstancias desfavorables,
crea síntomas, reflejos dolorosos y otros de orden diverso.
El sobreesfuerzo repetido y constante que se realiza en forma inconsciente y
que es la causa de toda anomalía visual, genera un mal hábito permanente, no
corregible por ningún medio artificial y únicamente rectificable por un método de
reeducación de la vista. La fatiga o debilidad del aparato visual tiene su causa en una
tensión o sobreesfuerzo mental al ejecutar el acto de ver.
17
III
ESQUEMA DEL PROCESO OCULO-MENTAL
El cerebro es la causa eficiente y el principio organizador
del cuerpo viviente.
Aristóteles
Mucho más importante que todo aspecto fisiológico y anatómico de la
estructura ocular es el conocimiento del mecanismo psíquico visual, pues es éste el
que proporciona a la mente la visión de las imágenes del mundo externo.
El órgano central que percibe las comunicaciones o estímulos externos, a
través de los sentidos, es el cerebro. La vía de acceso más importante de éste son los
ojos, órganos de captación que comunican con el centro sensorio por medio del
sistema nervioso. Cuando un motivo, dentro del campo visual, ha sensacionado
nuestra atención, se origina un proceso natural en al que se vinculan retina, nervio
óptico y cerebro que analizaremos brevemente y por sus etapas consecutivas. La
primera de éstas es de sensación, fase inicial o impresión primaria y momentánea del
motivo o estímulo externo que se presenta en el campo visual; por la segunda, de
atención, se aplican los sentidos a su conocimiento; en la tercera, de selección, se
elige y diferencia aquella parte que más interesa del campo visual; por la cuarta, de
percepción, se reconoce por la mente la imagen más clara y correcta. Estas facultades
están íntimamente ligadas, a su vez, con la memoria, que reproduce en nuestra mente
las imágenes vistas o experiencias pasadas y con la imaginación, que representa las
imágenes de las cosas reales o ideales.
Las sensaciones son de intensidad variable. Lo grande sensaciona más que lo
pequeño. Lo iluminado más que lo apagado. Ciertos colores estimulan nuestra
sensación con más fuerza que otros. Lo que está en movimiento, mucho más que lo
fijo.
La sensación ejerce influencias de mayor o menor intensidad sobre la atención
y según la potencialidad del estímulo. Cuando la impresión es muy viva puede
perturbar el estado de consciencia.
Sin la atención sólo llegaríamos a un conocimiento imperfecto de las cosas,
puesto que no serían posibles una selección y percepción perfectas. La atención tiene
una gran autoridad sobre nuestros reflejos; cuando aquélla es correcta o bien dirigida,
la visión y la percepción son buenas. Existen dos formas de la atención: una
espontánea y otra voluntaria; la primera, natural y primitiva, se realiza sin esfuerzo y
está determinada por el hábito o la necesidad; la segunda es producto de la educación
y se asocia con tareas forzadas y deliberadas. Cuando comemos o nos vestimos
realizamos un acto de atención espontánea; al ocupamos en una labor de trabajo o
esfuerzo mental la forma de nuestra atención es voluntaria.
18
Esquema del proceso mental de la visión
Ribot dice: «La atención bajo sus dos formas no es una actividad
indeterminada, una especie de acto puro del espíritu que obrase por unos medios
19
misteriosos e incomprensibles; su mecanismo es esencialmente motor, es decir, que
obra siempre sobre unos músculos por medio de otros músculos y, principalmente, en
favor de descanso o reposo sobre los mismos» y añade: «cualquier estado intelectual
va acompañado de determinadas manifestaciones físicas». Las repercusiones físicas
de la atención pueden ser resumidas en tres grupos: fenómenos vasomotores,
fenómenos respiratorios y fenómenos motores de expresión. Examinemos
someramente los reflejos sobre las funciones orgánicas de estos tres grupos del
mecanismo psicológico de la atención. Cuando se trabaja intensamente y se realiza un
gran esfuerzo de atención sostenida, el cerebro se congestiona. Si se padece una viva
emoción de irritación, cólera o alegría la piel enrojece por la acción de un intenso
aflujo sanguíneo. Nuestros vasos sanguíneos están regidos por los nervios vasodilatadores
o vasocontractores. En los estados citados los nervios vasodilatadores, al
ser afectados, dilatan los vasos capilares de la región cutánea; por el contrario, si una
emoción, la angustia o el temor nos invaden y palidecemos es por haber sido
afectados, entonces, los nervios vasocontractores.
La atención actúa sobre las funciones respiratorias. Una emoción cambia y
altera el ritmo respiratorio e influye sobre el corazón y aún puede producir, cuando es
excesiva, una inmovilidad temporal del sistema muscular o acelerar el ritmo
pulmonar. Sikorski dice que «el asombro o la emoción que acompaña al proceso
psíquico de la atención está caracterizado, especialmente, por la suspensión
momentánea de la respiración».
La atención constituye la tendencia o dirección de nuestra mente, ya sea con
carácter voluntario o espontáneo, hacia un objeto o grupo de ellos y con exclusión de
todos los demás que están fuera de su foco.
Se dice que «a las puertas de la memoria vigila la atención». Aunque todo
puede ser recordado al ser extraído de nuestro almacén mental, sólo aquello en lo que
hayamos fijado la atención quedará bien grabado en el fichero subconsciente y podrá
ser llevado con facilidad al plano consciente.
Esta es uno fase de la atención por la que se determina el establecimiento
perceptivo de un objeto o cosa dentro del campo visual enfocado por aquello cuando
al mirar la profusión de artículos expuestos en un escaparate y nuestra atención es
atraída para seleccionar un envase vistoso del conjunto, animado por una seductora
etiqueta, todos los demás envases serán secundarios y accesorios. Si la mirada se
enfoca a un punto los demás parecerán borrosos; aquellos objetos que estén alrededor
del mirado no se verán.
La base fisiológica de la selección radica en que el ojo registra las imágenes
más netas y claras en su «fovea centralis» y así se diferencia aquel punto mirado de
los que le circundan.
La percepción de la que depende la facultad de ver está influida por la
capacidad memórica que registra y conserva el recuerdo de las imágenes percibidas y
de todas las nociones que nos han llegado por la vista y por la imaginación.
Horacio dijo que «las cosas que entran por el oído toman un camino mucho
más largo y conmueven mucho menos que las que entran por los ojos, que son
20
testigos más seguros y fieles». La percepción, por tanto, debe adquirir su justo valor;
cuando es desviada por imágenes elaboradas por la imaginación, bajo el influjo de
excitaciones o estados emocionales, no será exacta y, por tanto, la visión será mala.
Peron ha dicho: «Una imagen que adquiera en su representación mental la
intensidad suficiente para imponerse con fuerza, por efectos de la frecuencia, da
nacimiento a un recuerdo más concreto que el de otras imágenes que nos son
desconocidas y ejercen sobre el espíritu una impresión superficial y pasajera. Nos
acordamos tanto mejor de una noción cuanto más ha sido vista y captada por la
percepción. Cuanto nos es familiar, mejor estará grabado en nuestra mente. Las
experiencias pasadas, lo muy conocido, siempre será lo mejor visto, percibido y
evocable a voluntad».
La memoria es una facultad ligada íntimamente con la atención y la
percepción. La capacidad perceptiva depende del estímulo de las experiencias
pasadas, por su cantidad y tipo. Cuanto nos es familiar y conocido, es visto y percibido
con mucha mayor claridad y precisión que todo aquello de que no tenemos recuerdo. Un
relojero con ojos defectuosos y que con gran esfuerzo visual lee el diario al iniciar su
jornada, verá luego, perfectamente, las minúsculas piezas que intervienen en su
diminuto campo de trabajo, merced al recuerdo de estos elementos, insistido cada
día, y a su familiaridad con ellos.
Todo cuanto impresionó a nuestro consciente ocupa un lugar en el recuerdo y
puede ser llevado nuevamente a la esfera consciente evocándolo por un esfuerzo
evolutivo o como respuesta a un estímulo externo. Cuanto percibimos establece
nuevas ideas o despierta las viejas y retenidas; la función de sentir o advertir cuanto
es objeto de nuestro conocimiento, es siempre un proceso de identificación. El
mecanismo del reconocimiento se inicia en la sensación del objeto o cosa externa y
seguida, y automáticamente se produce la evocación por imágenes de formas afines
archivadas en nuestra memoria; entonces, por una síntesis formativa, tenemos la
percepción del objeto mirado, cuya apariencia está en correspondencia con otras
formas análogas. En consecuencia, la percepción relaciona la visión sensorial del
objeto con las imágenes referentes al mismo que nuestra experiencia posea.
La imaginación combina, interpreta y da nuevas formas a las imágenes
recordadas, influyendo así en la percepción. Del diálogo de Pécile y Ercole, que bajo
el título «Ocil-Dicu» escribió P. Budri, traducimos:
Pécile. - ¿Pretende usted que uno pueda codiciar algún objeto sin tenerlo ante
los ojos?
Ercole. - En efecto, uno puede codiciar una manzana aunque el manzano se
encuentre a cien leguas; en el Polo Norte, por ejemplo.
Pécile. - Pero no sin que la imagen de esta manzana se pinte en nuestra retina y
a veces con una fuerza que haga reventar la bolsa de las lágrimas.
Ercole. - Sin duda, pero esto es una imagen de manzana, no la manzana misma.
Pécile. - ¿Y no es acaso el ojo quien nos ha puesto un día esta imagen de
manzana en el espíritu para las necesidades del porvenir, con esos seductores detalles
21
a los que se aferran nuestras antenas sensoriales? ¿Quiere usted decir, quizá, que se
puedan ver ciertas cosas sin el auxilio de los ojos?
Ercole. - ¿Qué hace usted de la imaginación?
Pécile. - No es más que una especie de digestión de la vista, donde, como en la
otra, no se encuentra nada que el ojo no haya ingerido primeramente.
Ercole. - ¿Sostiene usted que el ojo escoge a sabiendas las imágenes de las que
se compondrán, tarde o temprano, los juegos de nuestra imaginación?
Pécile. - Eso mismo.
Ercole. - Lo que viene a decir que ver e imaginar son una misma cosa.
Pécile. - Precisamente. Y, si añade usted que la imaginación no es, a su vez,
más que un manejo de la codicia, nos aproximamos a la verdad.
El famoso ginecólogo inglés, Sir James Young Simpson, que fue quien
descubrió las propiedades anestésicas del cloroformo, dice que «el médico no conoce ni
practica plenamente su arte, cuando niega o prescinde de la admirable y tan comprobada
influencia de la mente en el cuerpo». En la visión defectuosa sólo se atiende a una fase
física del proceso visual y sin conceder interés alguno a la fase psíquica de percepción
y recuerdo. Para el tratamiento ortodoxo no cuenta la gran intervención que tiene la
mente en el mecanismo de la visión.
A todo período de esfuerzo debe suceder otro de reposo durante el cual los
órganos recuperen las fuerzas que acaban de derrochar en el curso de la acción. No es
posible escoger otro órgano que muestre mejor estos períodos rítmicos que el corazón;
éste se contrae para enviar la sangre hasta las más apartadas partes del cuerpo y
después se dilata, lo que constituye para el una fase de descanso. Estos ritmos biológicos
que se realizan de forma inconsciente en la vida interna del hombre son los que la
equilibran y gobiernan armónicamente.
Donde el ritmo inconsciente acaba surge el albedrío consciente que puede
alterar, a voluntad, los movimientos regulares y automáticos mediante una serie de
estados de conciencia formados por la subconsciencia; este es el archivo de nuestras
impresiones. Todo conocimiento adquirido, por contacto de nuestros sentidos con el
objeto, permanece guardado e ignorado hasta que el azar o el estímulo de un fuerte
deseo lo hace surgir por el recuerdo de la experiencia o el objeto. Todos nuestros
recuerdos, aun sin estar en nuestra conciencia, permanecen en nosotros e influyen, sin
que lo sospechemos, en nuestra vida física y psíquica. La conciencia se libra de todo
trabajo minucioso descargándolo sobre la subconsciencia. Fardwell dice,
acertadamente: «Uno de los primeros trabajos realizados por el hombre después de
que ve la luz -la succión del pecho de la madre- reúne en sí tal complejidad, por el
sinnúmero de músculos que intervienen en su realización, que si tuviera que adquirir
su conocimiento de un modo consciente invertiría en ello un tiempo considerable y,
sin embargo, lo realiza de un modo perfecto desde que nace. Intervienen aquí los
impulsos rectores de la infraconsciencia y de la misma manera tienen idéntica
procedencia cuantas acciones instintivas realiza el hombre».
22
La vida cotidiana está llena de ejemplos de cómo rige la conciencia ordinaria
los actos instintivos y cómo interviene, además, en aquellos actos automáticos cuya
realización requirió, en su iniciación, de la consciente atención de nuestra facultad
mental. Cuando pretendemos aprender un oficio, a montar en bicicleta, a tocar el
piano o a formamos el nudo de la corbata, situamos nuestra atención máxima en la
técnica del trabajo que ansiamos conocer, en los pedales, en las teclas o el nudo, pero
poco a poco y a medida que la dirección de los músculos va siendo regida por
subconsciente, todos los movimientos se realizan sin esfuerzo mientras la mente, libre
de esta preocupación, deja que hablemos de cualquier asunto ajeno a lo que
realizamos o que podamos pensar en cosa distinta.
Todo aprendizaje será tanto más eficaz y breve cuanto mayor sea la aplicación
que la conciencia le conceda. Una vez que la subconsciencia se ha hecho cargo de la
función, ésta será tanto mejor ejecutada mientras menos se piense en ella.
Mirar es, simplemente, una acción física. Ver es un acto mental en el que
interviene una dirección espontánea o voluntaria de la mente que lleva la vista hacia el
motivo de sensación, sitúa en él la atención y lo registra en el campo de la conciencia.
Ver es percibir neta y claramente la cosa. El ojo normal no trata de ver todos los
detalles de un dibujo o la línea completa de una página, sino que se detiene en cada
uno de aquéllos o en cada palabra y sin pretender fijar simultáneamente la atención en
los próximos. No vemos con los ojos, sino a través de éstos, por el cerebro; éste sólo
puede recibir las impresiones una a una y no en grupo de varias o de manera masiva,
pues en este caso se crea el sobreesfuerzo, la tensión y la fatiga.
La mente interviene, decisiva y directamente, en el juego natural del órgano de
la vista. En la nueva técnica del doctor Bates se ha tenido en cuenta el proceso óculomental
y en éste ha sido basado cada uno de los ejercicios, aparentemente pueriles, pero
que tienden, de manera positiva, a una mejora de la capacidad receptiva y memórica.
Por las técnicas del doctor Bates se mejora la visión actuando sobre las
facultades memóricas e imaginativas y coordinando las funciones de la mente con el
aparato visual. Toda disociación entre la mente y la vista es causa de desarreglos
visuales. Cuando, abstraídos por el pensamiento, los ojos se fijan en un punto «sin
mirar a ninguna parte», el órgano visual está en tensión forzada. La función ocular
debe actuar en relación con la mental; si los ojos están abiertos deben mirar a algo que
se aprecie en forma consciente. El aparato visual ha de funcionar siempre coordinado
con la inteligencia; aun con los ojos cerrados habrá de existir una comunidad entre la
función ocular y mental.
El juego mental requiere una movilidad continua y rápida e ininterrumpida,
aunque con breves frecuencias para poder conocer, seleccionar, percibir y adquirir así
una conciencia clara del objeto y de sus formas y acciones. El acto de atención y
fijación nunca debe ser simultáneo sobre más de un motivo. Purville dice: «La atención
es la facultad dominante que encontramos en la base de todos los fenómenos
psíquicos. Cuando se orienta sobre una sola imagen percibimos todas las sensaciones
y observamos todos sus detalles sin olvidar el ínfimo. Así podemos juzgar los objetos,
compararlos entre sí y recordarlos de modo que podamos hallar, cuando tengamos
23
necesidad de esas nociones, una imagen clara y precisa de lo visto. Si la atención se
divide nuestras facultades de visión y mente se encuentran anuladas o debilitadas.»
Pero la atención y fijación de los hechos no puede ser sucesiva ni de larga duración.
Cuando éstas son muy sostenidas, se produce un efecto contrario a la eterna Ley del
Ritmo. El estado de tensión, que determina la atención mantenida, acaba por crear
alteraciones en el órgano ocular sensible, en el sistema nervioso que transmite y en la
mente que percibe.
A cada variación mental corresponden movimientos correlativos oculares y es
por esto que la acción y el reposo deben ser tan alternas en las funciones oculares y
mentales, como en las restantes funciones orgánicas. Si vemos un objeto de
mutaciones rápidas, fijándonos mejor en un punto preciso de aquél en cada una de
ellas, acabaremos, en poco tiempo, por recoger en nuestra mente los puntos
fundamentales mirados y aquellos otros detalles secundarios que se derivan de una
visión imprecisa y más indeterminada.
En esta observación radica uno de los principios del doctor Bates, citado por el
doctor Ruiz Arnau. «Todo cuanto vemos debe parecer que se mueve en el espacio. El
movimiento mental concomitante puede ser y es detenido de manera momentánea por
el sujeto, para el acto de conocer o relacionarse, merced al “time-binding-power” de
Korzybski, o atributo consubtancial que posee de intervenir, bien que de modo relativo,
en el Tiempo. Intentar paralizarlo por medio de un sobreesfuerzo equivale a
oponerse, con riesgo de positivas alteraciones, al cumplimiento de una ley general del
mundo y de los seres y añade: «es, también, ir en contra de esta otra especial de la
biologia: el movimiento es vida, la quietud, muerte».
24
IV
NORMALIDAD FUNCIONAL DE LA VISIÓN
La salud, así como la fortuna, retira sus favores a los que
abusan de ella.
Saint-Evremont
El doctor M. Viard dice que «el hombre es el resultado de una síntesis
maravillosa pero a condición de que todo actúe regularmente, que todos los engranajes
funcionen bien y que todas sus partes constitutivas sean solidarias entre sí y se presten
socorro cuando el caso llegue, para bien general del organismo entero».
La mala función visual puede depender de múltiples causas: unas que afectan
solamente a los ojos y otras muchas que son ajenas al propio órgano. En el aparato
óptico se manifiestan variadas perturbaciones y síntomas que pueden adquirir un
carácter crónico y que influyen, de manera notable, sobre el normal desarrollo de la
vida física y mental.
Entre los síntomas astenópicos, se encuentran los sensoriales: «fotofobia,
diplapía, oscurecimiento transitorio de la vista, incapacidad para la lectura prolongada,
vértigo, hiperestesia auditiva, moscas volantes y las ilusiones de la vista anormal, de color,
tamaño, forma, número, lugar, objetos inexistentes, color complementario, color del sol,
escotoma por mirar a este astro, titilación estelar, etc.» y los sensitivos, que pueden tener
mayor importancia que los citados como el dolor, que adopta diversas modalidades e
intensidades, en el globo ocular, frontal, en las sienes o nuca, etc. También pueden
aparecer, como dependientes de la fatiga ocular o sin relación con ella, malestar
general, sensación de abatimiento, trastornos de estómago e hígado o un estado de
exagerada sensibilidad general que determina, en el paciente, periódicas o muy
constantes crisis astenópicas que lo hacen muy excitable y emotivo y hasta el punto de
que siente el dolor con mucha mayor intensidad que los normales. En la mayor parte de
estos casos se intensifica el efecto por la causa, pues al ser definido el mal como reflejo
de anormalidad ocular se prescriben unos cristales graduados que sólo sirven para
agravar causas y efectos, sin corregir aquella ni reducir éstos.
Cualquier enfermedad, una alimentación inadecuada y otras causas de tipo
psíquico, como el tedio, la pena, el temor o cualquier otro estado emotivo, pueden
afectar y perturbar la visión. Bajo la influencia de una emoción ciertas facultades
psíquicas y físicas quedan pervertidas, exaltadas o disminuidas. Si el choque emocional es
grande aun pueden quedar en suspenso. Como dice el Doctor Tuke: «Toda sensación
general o especial producida en el cuerpo por agentes externos puede ser también producida
por estados internos de emoción que afectan a los centros sensoriales y el espíritu transfiere
esa sensación al punto del cuerpo en que termina el nervio sensorial especialmente puesto
en juego.» Todo estado emocional puede ocasionar, por tanto, trastornos de carácter
transitorio o grave sobre la visión.
25
Cuadro de los más corrientes síndromes astenópicos
SENSORIALES SENSITIVOS VEGETATIVOS PSICOMOTORES
Horror a la luz
Doble visión de los
objetos
Vértigos
Oscurecimiento de la
vista
Incapacidad para
largas lecturas
Moscas volantes y
otras ilusiones de vista
anormal
Dolores oculares
Dolores de cabeza
Sensación de
quemadura, picor,
etc.
Malestar general.
Sensación de
abatimiento
Extrema sensibilidad
Congestión de
conjuntiva
Irritación del borde de
los párpados
Náuseas.
Edema parpebral.
Globos oculares
hundidos.
Estornudos.
Actitudes viciosas de la
cabeza
Contracción de
músculos fisionómicos
Arrugas
Temblor parpebral
Lesiones
Desprendimientos, etc.
La emoción por efectos de la cólera, el terror, la alegría o el dolor crea
perturbaciones considerables, entorpeciendo o anulando la palabra, la vista y el oído,
contrayendo o relajando los músculos y disminuyendo su actividad. Las contracciones
limitadas a un órgano son las más frecuentes, como cuando afectan al ojo, poniéndole fijo o
asombrado. Un Choque emocional no sólo puede afectar a la inervación sensitiva y motriz
sino a las restantes funciones, pues todas ellas están bajo la dependencia del sistema
nervioso. El tedio, afectando a la variabilidad orgánica la estanca o reduce. Una infección
gripal o de otro orden o un estado febril tienen un gran reflejo en los ojos. Las personas
enfermas o cansadas no deben leer, pues los ojos no están en condiciones de soportar este
esfuerzo.
Al margen de estos factores psicofísicos aún existe otra causa de disfunción en la
atención mal orientada. Ribot, dice: «En los casos de atención espontánea el cuerpo entero
converge hacia su objeto; los ojos, los oídos y algunas veces hasta los brazos, todos los
movimientos se detienen. La personalidad está absorta, es decir, que todas las impulsiones
del individuo, toda su energía disponible, se dirigen al mismo punto.» Estas repercusiones
orgánicas reaccionan sobre el cerebro y anulan la función de las facultades psíquicas. El
trabajo de la mente y el de los músculos es como el de dos ruedas dentadas engranadas.
Cuando una de las dos se mueve, arrastra a la otra. La fijación insistente de la mirada
produce una tensión sostenida que inmoviliza ojos y mente y determina, por tanto, una mala
función del aparato ocular.
Todo sobreesfuerzo, en el acto repetido de ver objetos extraños o no familiares, crea
un trabajo excesivo en las fibras musculares del ojo y genera una hipertensión, en el tramo
26
nervioso motor, que se propaga y refleja. La acumulación de fatiga ocular explica la
periodicidad de los ataques de jaqueca que padecen muchos enfermos de refracción. Los
músculos de sus ojos, dotados de completa suficiencia funcional para neutralizar el efecto,
sobrellevan un remanente de fatiga que el sueño diario no compensa, hasta que llega un día
en que la acumulación excesiva trasciende con violencia a la sensitiva y se presenta la crisis
de dolor, que obliga a una fase pasiva, y aun a guardar cama, hasta que aquella crisis remite
por natural equilibrio y compensación. Una de las directoras de la «National Sociciy for the
prevention of blindness», mrs. Hathaway, dice: « No hay órgano más sufrido que el ojo.
Pero, aunque resiste sin quejas abuso tras abuso, lleva la cuenta y anota los excesos."
27
V
USO NATURAL DE LA VISIÓN
De noventa enfermedades, cincuenta son producidas por
la culpa; cuarenta por la ignorancia.
Mantegazza
La conclusión más concreta del doctor Bates y que ha sido afirmada por
múltiples experiencias ajenas es la de que los medios puramente mecánicos, los
cristales graduados o muletas de los ojos, no eliminan las causas de la visión
defectuosa; estos artificios son impotentes para que el órgano recupere su función
normal y, por el contrario, sólo sirven para que se agrave cualquier vicio de refracción
en forma progresiva. Los ojos, como otra parte del cuerpo y cuando las condiciones
son favorables, pueden liberarse a sí mismos de sus defectos. Los profesionales
aferrados a su ortodoxia, niegan esta capacidad reparadora, natural y común en el
organismo y al considerar que los defectos de refracción son incurables los neutralizan
con unos cristales rectificadores que si corrigen el defecto en parte y por breve tiempo,
mantienen la causa indefinidamente. El doctor Bates, después de múltiples estudios,
reconoció que la mayoría de los vicios de refracción son reflejos de un defecto funcional
determinado por la tensión que crean los malos hábitos del uso del aparato
ocular y la influencia de aquélla sobre mente y cuerpo; por ello todas sus técnicas se
orientan hacia el alivio de los síntomas y la corrección de los defectos por unas
frecuencias de reposo que compensen el sobreesfuerzo. La práctica de cada uno de los
procederes y su método enseña el uso normal de los ojos y la adopción de nuevos y
buenos hábitos de función por los que se establece una relajación coordinada en ojos y
mente; cuando ésta se mantiene los defectos se corrigen por sí mismos y mejora,
progresiva y notablemente, la potencia visual.
El ojo es una pieza de la máquina humana y tiene la misma capacidad de
recuperación que cualquier otra parte de aquélla. Como la tensión es la causa de los
defectos oculares y no un defecto de éstos para anular aquélla se hace preciso crear
estados de relajación o aflojamiento; éstos y una reeducación del órgano, por medio de
ejercicios frecuentes, son los que crean nuevos hábitos correctos y restituyen la
normalidad al órgano de la visión.
La existencia de una mutua influencia entre las partes psíquica y somática, a través
de la subconsciencia, es una realidad indiscutible. El doctor Pottenger, en «Symptoms
of Visceral Disease», escribe: «El cuerpo humano está dotado de un poder psíquico
superior que es capaz de influenciar la regulación nerviosa; así como la base de esta
última es el acto reflejo, su idea es la del gobierno físico. Tan indispensable es para el
equilibrio somático la función del sistema nervioso como para el equilibrio físico la
normalidad en las orientaciones del pensamiento. La influencia de la mente sobre
nuestra parte física es aún mayor que la de esta sobre aquélla. Los rumbos equivocados
del pensamiento, si persisten, van seguidos ordinariamente de alteraciones
28
patológicas, produciéndose éstas en virtud de la sobreexcitación del sistema nervioso
y del trastorno en las secreciones internas.»
La mayor parte de los desórdenes funcionales se neutralizan o mejoran con la
ayuda de la mente. Los más rebeldes padecimientos visuales se alivian o desaparecen
por un proceso de coordinación somático mental. El ojo es el órgano que facilita la
impresión o materia visual, la mente recoge este producto sensorial y lo concreta en
una visión formal de la imagen externa. Los ojos y la mente forman una sola unidad;
a las variaciones mentales son correlativos los movimientos oculares. La
alternatividad de trabajo y reposo es tan común a las dos funciones de pensar y ver
como a todas las restantes del organismo humano; la primera se nutre de los motivos
que durante la vigilia le ofrece la segunda; ésta, a su vez, está subordinada a las
variaciones de aquella.
Cuando la mente reposa, la visión es normal. El doctor Bates ha comprobado
que son muy pocos los individuos que pueden mantener la normalidad visual por
espacio mayor de algunos minutos. En muchos casos apreció que la refracción
cambiaba seis o más veces por segundo y con variaciones de la normal a veinte
dioptrías. El esfuerzo influye sobre la mente y determina cambios en la refracción.
Existe, y es comprobable un fenómeno de expresión física de la conciencia.
Exámenes retinoscópicos han mostrado como era normal la visión de un enfermo de
refracción, al afirmar o recordar la verdad y cómo, cuando afirmaba o recordaba
equivocando o imaginando, su visión reflejaba un defecto refractario. Bates cita el
caso de un anormal visual de veinticinco años que «cuando miraba una pared blanca
sin intentar ver -en un estado de completa relajación óculo-mental- no manifestaba
vicio alguno de refracción, pero que, al equivocar diciendo que tenía veintiséis años,
surgía el miope».
Las imágenes u objetos son vistos en su forma y color por los reflejos de las
vibraciones lumínicas y mutaciones rápidas de mente y ojos de las que cada una sirve
para fijar un determinado punto del objeto; éste se precisa mejor que los demás en
aquel brevísimo lapso de tiempo y, así, sucesivamente. De esta forma, en un instante,
el cerebro ha recogido e integrado varias gamas de ondulaciones fundamentales que
corresponden a los puntos más determinados del objeto y, además, a otros
secundarios que son derivados de la visión indirecta. El modo natural de
funcionamiento de la mente es la variación rápida de sus imágenes o motivos. El
origen de perturbaciones de diverso carácter es el esfuerzo sostenido al tratar de
paralizar o retardar, por un espacio de tiempo superior al normal, aquella constante
mutación mental. La sensación de que toda imagen u objeto contemplado se desplaza
con un leve movimiento pendular y en sentido inverso a cualquier cambio ocular o
mental realizado sobre ella es el simple cambio o modalidad lenta de la «oscilación
universal». El estado de perfecta relajación, compatible con la armonía orgánica, se
asegura por el brevísimo período de reposo intercalado entre cada dos fases de la
actividad física.
Las técnicas del doctor Bates sirven para que se formen hábitos correctos,
cuando se aprende a imitar, conscientemente y por medio de la imaginación, las
acciones que en el individuo normal son subconscientes por una repetición frecuente de
29
movimientos mentales y oculares coordinados y rítmicos por los que se imagina que las
cosas o sus representaciones mentales oscilan de manera continua. Toda representación
del mundo exterior nos da la impresión, al movernos, de que ella se mueve en sentido
inverso al de la dirección de la mirada. Este movimiento decrece en actividad con la
distancia; toda imagen muy distante, aunque tenga una acción rápida parece estar en
reposo.
La evocación de imágenes de cosas familiares que son analizadas en sus detalles
o seguidas en sus movimientos naturales, el suponer más negra una letra o cualquier
otra imagen negra y más blanco el blanco de su fondo, el imaginar una imagen correcta,
pero distinta a aquélla a la que se dirige la mirada y tantos otros procederes del método,
reintegran, en poco tiempo, la normalidad perdida en la visión.
La formación de nuevos hábitos que substituyan a los incorrectos que son causa
y principio del mal que se pretende corregir tropieza, en muchos casos, con el
complejo, bien conocido, de «inferioridad». La manifestación externa de éste radica en
una exagerada desconfianza en la propia aptitud. «¡Esto supone un esfuerzo!», «¡ya no
es para mis años!», «¡yo no tengo tiempo para eso!», no son otra cosa que fantasmas del
desaliento que debemos hacer retroceder con plena determinación y resolución. El
trabajo supuesto se convierte en un obstáculo invencible y falla ante una tarea mental
cuya intensidad se aprecia muy ligeramente. Organizando inteligentemente nuestro
tiempo siempre será posible conseguir el necesario para las prácticas que el método de
reeducación visual requiere. La desorganización de nuestra labor –y tanto nos
referimos a la física como a la psíquica-, nos hace vivir en un estado permanente de
inquietud nerviosa que impide el que podamos entregamos por completo a cualquier
acto voluntario. Actuamos pensando siempre en cosa distinta a la que nos ocupa. El
gran doctor Marañón dice, de sí mismo, que es un trapero del tiempo y que gracias a
esta facultad de recoger y aprovechar los retazos de sus minutos libres puede llevar a
cabo toda su ingente labor científica y literaria.
El hábito se adquiere por un proceso inconsciente. Todas las técnicas del doctor
Bates forman parte de un sistema de aprendizaje en el que, como en toda función
rítmica, se producen fases correlativas de actividad y reposo que eliminan los estados
de tensión. De esta forma la coordinación mental y fisiológica llega a realizarse de una
manera auténtica. La tensión o el sobreesfuerzo se manifiestan cuando el «yo»
consciente interviene e influye en el proceso del que debe estar ausente.
30
SEGUNDA PARTE
I
TÉCNICAS PRÁCTICAS
No son los remedios, sino la Naturaleza la que Cura; la virtud de
aquellos consiste tan solo en ayudar a ésta.
Hipócrates
Antes de entrar en el detalle del método, queremos puntualizar que éste no
pretende ser, ni es, una terapéutica o tratamiento de las enfermedades oculares. Su único
fin es el de restituir la visión normal a los ojos afectados por vicios de refracción, el de
educar aquélla y crear hábitos correctos de función. Cuando en los ojos exista alguna
enfermedad, cuyo origen esté localizado en el propio aparato de visión, la práctica de los
diferentes procederes que enunciaremos, al restablecer la normalidad en el proceso
funcional, puede crear la mejoría y aun determinar la curación. Si la enfermedad ocular es
reflejo de un mal localizado en otra parte del cuerpo será necesario, entonces, tratar la
enfermedad en su causa, pero siempre supondrán una gran ayuda en el tratamiento local de
la enfermedad ocular y, aun en el de la enfermedad original, los ejercicios del método que,
al restablecer la normalidad visual, estimularán la autorecuperación orgánica. Las técnicas
del doctor Bates son absolutamente inocuas y no tienen contraindicación de ninguna índole.
Su práctica, en todas las enfermedades de la vista, proporcionan el alivio y aun, en algunas
de ella
vista ojos ver caza largo fuera gafas
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