‘Decimos que no puede haber paz sin Al-Quds (Jerusalén) y no hay paz con los asentamientos (judíos)’.
sta sentencia tan clara como el agua, fue expresada por Yaser Arafat, en 1997. El otrora jefe de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) desde la década de los 60 y presidente palestino desde la década de los 90, pasó a la historia como uno de los líderes que se dio la mano con Israel bajo la mirada ‘mediadora’ de Estados Unidos, para establecer el llamado Acuerdo de Oslo, que en ese entonces se perfiló como la solución más pacífica y racional al conflicto palestino-israelí.
20 años más tarde y a la luz de los hechos, la expresión de Arafat sigue vigente, y se puede interpretar que ningún acuerdo ha sido respetado, ni cumplido. Presidentes, autoridades y líderes, han llegado y han pasado, pero el conflicto sigue presente.
Quizás ningún otro problema en Oriente Medio ha sido tan polémico como el estatus de Jerusalén, una ciudad que tanto israelíes como palestinos reclaman como su capital. Jerusalén Occidental es la sede del gobierno del régimen israelí, y los palestinos consideran a Jerusalén como la capital de su futuro Estado.
Muchos se preguntan: ¿qué tiene Jerusalén?, ¿por qué centra el foco de tantas miradas, regionales e internacionales? La respuesta es, que se trata de una ciudad santa, la más sagrada para el judaísmo y cristianismo, y la tercera para el Islam. Este estatus es uno de los factores que le otorga gran significado a todo lo que ocurra en ella.
Si nos remontamos a 1980, el régimen de Israel declaró a la ciudad como su capital, mientras los palestinos designaron a Jerusalén Este como sede de su Estado. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) respondió con una resolución de condena a la anexión de la zona este de Jerusalén por parte de Israel y la declaró una violación del derecho internacional.
En 1995, el Congreso estadounidense aprobó una ley que obliga a Estados Unidos a mover su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, reconociéndola como tal, pero desde Bill Clinton, pasando por George W. Bush, hasta Barack Obama, se habían negado a trasladar la embajada, citando intereses de seguridad nacional.
Hasta el momento, cada seis meses, el presidente norteamericano, Donald Trump, había utilizado la ‘exención presidencial’ para eludir el movimiento. Sin embargo, el presidente Trump hizo lo que ninguno de sus antecesores se atrevió.
El reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, por parte de Donald Trump, quien además, lo había prometido durante su campaña electoral, coloca a EE.UU. en contracorriente a las decisiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre esta materia, y en abierta contradicción con el resto de potencias occidentales.
Los líderes palestinos insisten en que un traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén sería una violación del derecho internacional y un enorme revés para las esperanzas de paz, así también lo considera la comunidad internacional en su mayoría.
En ‘Detrás de la Razón’ los analistas contestan y usted en su casa concluye. Y si la realidad hace lo que quiere, entonces nosotros volveremos a preguntar. Lo importante es descubrir los ángulos que no dicen los gobiernos ni los medios de comunicación.
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