Los griegos aunque admiraban a menudo las magníficas culturas de imperios orientales como Egipto o Persia, despreciaban la forma en la que estaban gobernados. Llamaban despotismo a este sistema extranjero porque no parecía diferente de la relación de un amo con sus esclavos.
Cómo guerreros, desdeñaban la práctica por la que los súbditos se postraban ante la presencia de un gobernante oriental: les parecía una muestra de desigualdad intolerable entre los ciudadanos y sus gobernantes. Más de 2000 años después nosotros hemos heredado exactamente el mismo rechazo reflejo hacia la postración, en parte porque el lenguaje de la postración se ha convertido en la imagen por la que la cristiandad reconoce la distancia entre lo humano y lo divino.
La esencia de la dominación, del despotismo, es que no hay apelación contra el poder no supervisado del amo. El único objetivo de los súbditos debe ser el de complacer.
Semejante impotencia es la razón por la que los déspotas son notables generadores de ilustración espiritual. Se establece una reacción contra un mundo gobernado por los caprichos del poder, y los súbditos pensativos toman el camino del misticismo, el estoicismo y otras formas de retiro espiritual. Entonces se encuentra la esencia de la vida en un reino espiritual más allá del de los sentidos, y la vida social y política queda reducida a una ilusión.
El despotismo brota con mucha naturalidad, tal es así que la creación de una orden político debe reconocerse como un logro considerable. Las ciudades estado de la antigua Grecia cayeron en el despotismo tras la muerte de Alejandro magno. Los romanos en su éxito crearon un imperio tan heterogéneo que solo el poder despótico podía impedir su desmoronamiento. La primera de estas experiencias género el estoicismo y otras filosofías que predican la retirada del mundo, la segunda fue el germen de la cristiandad.
Durante la Edad Media el ordenamiento civil emergió en Europa occidental de la brutalidad y la violencia y por primera vez la religión tomó un papel independiente. Europa tal y como la conocemos es el resultado de diversas oleadas migratorias de tribus empujadas hacia Occidente por la presión de otras. Fueron atraídas por la evidente prosperidad y civilización del Imperio romano. Viajando en grandes hordas, los pueblos nómadas que conocemos por los nombres que los romanos les dieron, fueron penetrando en el Imperio a través de muchos siglos, en un principio absorbidos por la estructura romana que más adelante disgregaron y destruyeron.
Estos bárbaros se organizaron en reinos propios y llegado el momento se convirtieron al cristianismo. Cada territorio tenía un rey y un grupo de poderosos a los que habitualmente se cedían tierras a cambio de su lealtad. Pero la antigua estabilidad de la era romana tardaría siglos en regresar, en parte por las luchas internas, en parte por la presión de nuevos nómadas. La única protección la ofrecía una clase de guerreros profesionales. El ordenamiento civil tuvo que ser reinventado. La política en aquellos primeros tiempos consistía en los pactos entre el rey y sus vasallos más importantes. Pero gradualmente esos reyes evolucionaron de líderes de sus tribus pasaron a ser amos de sus dominios, que buscan extender sobre los territorios vecinos. Los derechos y libertades eran elaborados en su propio beneficio por la nobleza y los habitantes más ricos, y sólo entonces se iban filtrando muy lentamente, a través de generaciones, hasta las capas más bajas de la sociedad. El votante de hoy hereda los derechos que antes tuvieron los nobles y poderosos. El rey no podía gobernar sin la cooperación y la consulta con los nobles, los poderes de la iglesia, y con el tiempo, con los representantes de las ciudades, que podían hacer peticiones de dinero. Esta es la esencia de la política medieval. Fue esta situación la que generó la institución bastante nueva de los parlamentos. Lo que hace de los parlamentos un ejemplo de creatividad política que responde a las exigencias del momento. Sin ser planeados llegaron a ser los instrumentos esenciales para la democracia posterior.
Pero el elemento más importante de la política medieval se refiere a la religión, que son las creencias y sentimientos que tiene una civilización sobre el hecho de estar vivo. El ascenso del cristianismo supone una situación religiosa bastante novedosa. Uno solo podía llegar a ser cristiano aceptando deliberadamente un conjunto de creencias. Una religión con libro, pronto se convirtió en una estructura de creencias, pensamientos, mandatos y rituales tan complicada que requería una vasta reflexión intelectual para hacer un todo coherente. Las creencias son cosas vulnerables que necesitan guardianes de su pureza y ortodoxia porque la capacidad humana de malinterpretar, o interpretar demasiado bien es considerable. A la muerte de San Agustín en el año 430, la estructura básica estaba terminada. Pero las creencias no ortodoxas, las herejías, fueron la fuente de mucha de la intolerancia que se encuentra en la historia del cristianismo, de la que la Inquisición es el emblema. Y también el origen de la gran vitalidad intelectual de la civilización cristiana.
Los seres humanos eran la obra del creador del universo. Habían traicionado su confianza al caer en el pecado, pero fueron redimidos por la misión divina de Jesús. La vida humana era un periodo de pruebas tras el que algunos alcanzarían la inmortalidad. Otros, quizás la mayoría, sufrirían un destino distinto; cuál sería este fue un punto al que se le prestó especial atención. Los tormentos del infierno marcaron el tono de la vida humana durante siglos. Lo que esta religión significaba es que cada persona era el guardián de su propia alma y debía responder de ella. La muerte no servía de escapatoria para esta horrible responsabilidad; el juicio continúa, va más allá de la tumba. Afectaba por igual a humildes y poderosos. Antes la religión era altamente elitista, esclavos y mujeres eran especialmente inferiores. El cristianismo dio la vuelta a este juicio: Eran los humildes los que estaban más cerca del espíritu de amor que requería Dios. Esto incluía en especial a las mujeres, entusiasmadas ante una fe que predicaba la paz y el amor. Pero no debemos deducir que la República cristiana de la Edad Media fuese pacífica y obediente. Es cierto que la Iglesia trató de alentar la paz pero también predicó las Cruzadas. Por mucho que desde los púlpitos se hiciera exhortación a obedecer, la vida era turbulenta.
La verdadera importancia del cristianismo en la vida política reside en su transformación de los valores humanos. El cristianismo afirmó la igualdad del valor de las almas humanas ante Dios, y el valor de cada individuo no se hallaba en su participación en la razón universal sino en una personalidad que respondía el desafío del pecado. El cristianismo desplazó la atención humana de la ambición política y las cosas materiales del mundo hacia el cultivo de la vida interior, y el nacimiento del mundo moderno es la lenta construcción social en la que esta preocupación por la vida interior fuese totalmente paralelas a una implicación con el mundo. Aún encontramos ese individualismo entre nosotros. Libros populares sobre cómo alcanzar la felicidad mediante la realización interior y la popularidad de la idea de los derechos humanos, no pueden concebirse sino como del tortuoso viaje de la teología cristiana. El Papa aumentaba su poder a medida que declinaba el del emperador, el mito fundacional de Rómulo se trasladó a Jesús, fundador de la ciudad de Dios. Los textos sagrados guiaban la vida. Un poder que llego a dominar el continente. Y se extendió por el mundo. Con la ceremonia religiosa de la coronación real se fraguo la alianza entre este poder sagrado y el monárquico. La Iglesia convirtió el matrimonio en una alianza sagrada además de social. El Papa podía combatir a los gobernantes seculares más poderosos en igualdad de condiciones y controlar los asuntos de alto estado. Europa estaba gobernada espiritualmente por un monarca absoluto a cuyos agentes se les encomendaba la regulación de grandes espacios de la vida. La misma arquitectura, las grandes catedrales de las ciudades y las iglesias que se encontraban en cada pueblo desde el Mediterráneo hasta las costas bálticas lo dejan patente. La religión es el centro de la historia. La política estaba determinada por la religión, porque lo más importante en la mayoría de las vidas será la salvación eterna, y las comunidades eran reacias a tolerar creencias que no complaciesen a Dios....
Poco a poco, este sentido del mundo y de la vida se desmorona. Rechazar creencias comunitarias fundamentales parte de una especie de emigración interior...
"introducción a la política de Kenneth Minogue"
La crítica de la religión y la constatación del fenómeno de la secularización:
Para Marx, la religión no es un error del espíritu, sino que es una forma de existir que expresa la miseria del hombre en este mundo, por eso ésta es: “la queja de la criatura en pena”. De ahí que la crítica de la religión ha de serlo de la sociedad que la produce, la genera y la hace posible como “opio para el pueblo”, pues los poderes establecidos se valen de ella para justificarse, tal como pensaron también ciertas corrientes anarquistas.
La religión es una forma de esclavitud del hombre. Esto es claro en El capital:“Así como en las religiones vemos al hombre esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista le vemos esclavizado por los productos de su propio brazo”. Por otro lado, Marx fue plenamente consciente de que el capitalismo producía una paulatina desaparición de la religión del mundo, de la sociedad, esto es, avistó lo que Max Weber llamó “desencantamiento del mundo” o secularización. En el Manifiesto del partido comunista (1848) sostiene que “donde quiera que la burguesía ha conquistado el poder […] ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso […] todo lo sagrado es profanado”. En pocas palabras, como dijo Sartre, la burguesía mató a Dios, de ahí que, en la época de la unificación del mundo por el capital, la religión tiene cada vez menos presencia en las relaciones sociales e injerencia en sus instituciones políticas.
Nietzsche, por su parte, como siempre tan genial e intempestivo incluso contra sus mismas contradicciones, consideraba que la religión era, como la metafísica, una forma de escapar del devenir, lo mudable y el cambio; miedo a lo que los griegos llamaron physis… una manera de auto-conservación, producto de la voluntad de poder débil del hombre, y que le ofrecía seguridad y consuelo…el “más allá” inventado para calumniar el “más acá”. El cristianismo, específicamente el protestante contra el que la crítica de Nietzsche es más radical, es un rechazo de la naturaleza, del cuerpo, por eso en El anticristo, de 1888, sostiene: “todo aquél mundo de ficción tiene sus raíces en el odio contra lo natural- la realidad”. Por eso el cristianismo es una protesta moralizadora contra la sensibilidad, las pasiones, el cuerpo, la sexualidad…genera seres reprimidos, atormentados y culpables…lisiados del espíritu.
Tras el virulento ataque de Nietzsche al cristianismo y la famosa “muerte de Dios” de La gaya ciencia, se encuentra el tema de la secularización, el problema del desencantamiento del mundo que Nietzsche atribuye al auge de las ciencias naturales con el positivismo, tal como aparece en el crepúsculo de los ídolos, pero también al avance de la sociedad burguesa en el siglo XIX. En efecto, Nietzsche no sólo sostiene “¿Qué son, pues, estas iglesias sino las tumbas y sepulcros de Dios?”, sino que fue plenamente consciente, como Marx, de la pérdida del fervor religioso producida entre los hombres de negocios. En Mas allá del bien y del mal, sostiene: “ahora en Alemania viven apartados de la religión… una mayoría de hombres a quienes la laboriosidad les ha ido extinguiendo, generación tras generación, sus instintos religiosos…esas buenas gentes se sienten ya muy ocupadas, bien por sus negocios, bien por sus diversiones…parece que no les queda tiempo alguno para la religión”. Aquí, de nuevo, el capital va exorcizando a Dios del mundo.
Ahora, si Marx ataca la religión poniendo de presente la vida material que la hace posible, -no en el sentido de que la base económica es la causa y la religión es un reflejo, pues eso implica una incomprensión de las relaciones recíprocas y las mediaciones entre la base y la superestructura- Nietzsche “refuta” la religión desde un punto de vista filológico e histórico. Nietzsche no demuestra desde el punto de vista lógico que Dios no existe o algo parecido. No. Lo que hace Nietzsche es escarbar en el pasado para “conocer el terreno donde crece” tal idea, esto es, hacer visibles los escenarios olvidados de donde proceden las valoraciones que tenemos de lo bueno, lo malo, el pecado, la culpa, etc. En eso consiste su genealogía. En estricto sentido, la refutación que hace Nietzsche de Dios es histórica, claramente lo dice en Aurora: “Antiguamente se trataba de demostrar que Dios no existía; hoy se muestra cómo pudo surgir esa creencia en la existencia divina, y por qué dicha creencia fue adquiriendo peso e importancia a lo largo de la historia. De esta manera la prueba en la inexistencia de Dios se convierte en algo totalmente superfluo. Cuando antaño se refutaban las pruebas de la existencia de Dios presentadas, siempre quedaba la duda de que tal vez pudiesen hallarse pruebas mejores que las que acababan de ser refutadas”. Por eso la refutación histórica es la “refutación definitiva”, sostiene el solitario de Sils Maria.
Hay que decir que tanto Marx como Nietzsche apuestan a una liberación del hombre; es una apuesta por recuperar a un individuo íntegro, autónomo, capaz de desarrollar todas sus potencialidades. En ambos hay una crítica de la alienación religiosa y de sus consecuencias para la vida cotidiana. La famosa muerte de Dios no es otra cosa que aprender a vivir libres, asumiendo de manera radical la responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos, ya que no hay nadie en un trasmundo que nos perdonará después, dispensándonos de asumir lo que hemos hecho. La radicalidad de vivir sin Dios implica, como lo enseña la doctrina del eterno retorno, que debes decir “yo quiero” pero teniendo en cuenta que tus actos se repetirán eternamente, pues nada los puede des-hacer. En este sentido, la ética de Nietzsche es tan radical- o incluso más- que la ética kantiana.
Nietzsche posee lo que le falta a Marx: una visión cultural rica y diversa y una psicología concreta del individuo. Marx tiene lo que le falta a Nietzsche: una visión social amplia, una concepción…de la interacción social…pero Nietzsche está tan lejos del fascismo como Marx”.
elespectador.com marx-y-nietzsche-encuentros-y-desencuentros.
Nietzsche dice que Dios ha muerto porque Dios ya no es necesario para comprender el mundo. Hoy lo entendemos a través de los conceptos de la economía y de la técnica. La muerte de Dios abrió las puertas al nihilismo. Algo que a él no le parece especialmente halagüeño. Si los valores son arbitrarios y dependen de la cultura y las circunstancias, ya que no existe una moral objetiva y cierta, los nuestros son valores viles, negadores.
Si Dios ha muerto, porque ya no es la base del referente moral universal, lo que postula Nietzsche es la elaboración de un nuevo universo valorial a partir de la vivencia radical del nihilismo, que es una condición de la que no hay vuelta atrás...
Constata en ese nihilismo el germen de la deriva del mundo contemporáneo, y propone crear los nuevos valores que el ser humano necesita, porque el nihilismo en sí mismo no debe ser considerado una fuente de valores. Para Nietszche el nihilismo es una enfermedad de la Civilización Occidental a la que hay que enfrentarse.
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¡Excelente!, gracias.