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Sectas de Manipulación Psicológica
Por Alberto Balderrama
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Cómo una secta juega con tu mente
Quisiera pedirte que lo memorices: son tres. Nuestro cerebro tiene tres niveles: 1) la neocorteza (con el que razonas), 2) el intermedio (límbico, con el que tienes emociones) y 3) el primario o reptílico, con el que tienes sentido de territorialidad y de pertenencia a un grupo; es el que condiciona los actos rutinarios. También se le llama cerebro reptil, ya que estos animales tienen esa conducta.
La publicidad lo sabe. Para que compres un auto no te dicen solamente para qué sirve. Lo revisten con otros mensajes. Te dicen que con el auto tendrás poder. A una mujer se le dice que con cierto perfume se “empoderará”. A un joven que si bebe determinado licor, será es divertido, es decir, pertenecerá a un grupo especial. Territorio, poder, pertenencia. Es el lenguaje del cerebro primario.
El truco es fácil: hay que saltarse la corteza cerebral. Se le debe evitar porque pondrá barreras. La razón dirá: “¿cómo voy a tener poder conduciendo una máquina? Es poderosa, pero para transportarme”. La corteza cerebral se evita yendo al nivel que no razona. Te muestran a un hombre conduciendo en un bosque, bajo el cielo ancho, sugiriendo que es dueño de todo eso. Por ende, tú también lo serás si tienes ese vehículo. Te dan una imagen de control territorial. Le hablan a tu cerebro primario.
Una secta hace lo mismo: te vende una idea evitando tu nivel racional.
Una secta es un grupo cuyas reglas las establece una persona o grupo que se ha dado cuenta de que la única forma en que una persona compra un disparate, es que no razone. Y lo más económico, en vez de encañonarlo, es que la persona se reprima sola.
Y, ¿cómo se reprime sola? Únicamente se consigue por medio de que la víctima crea que pensar es un error. Que vea al razonar como un obstáculo que impide alcanzar algo mejor: un despertar de la conciencia, un nuevo estado espiritual.
Por eso, en una secta, pensar se iguala a lo indeseable, a un defecto: egoísmo, miedo, incapacidad, falta de evolución. Te dicen: “El que piensa demasiado no puede ver el espíritu”, “el que razona mucho no ve las realidades del alma”, y torciendo el sentido de cualquier texto: “si no sois como niños no veréis a Dios, por lo tanto, sed puros, tened la buena voluntad de un niño: creed en todo cuanto yo os digo”.
La secta puede ser más rebuscada: “eres un espíritu en un cuerpo. Tu cuerpo trabaja con la mente. Tu mente marca espacios. Tu mente te hace sentir separado de los demás. Para recuperar la conciencia de la Unidad Universal, debes superar a tu mente”.
¿Me sigues? Esta es la trampa, porque en aras de un objetivo aparentemente superior se busca que dudes de tus criterios y que veas eso como una virtud. Se te induce a que rechaces lo que te hace humano, el reflexionar. Como tú sabes poco –se te hace creer–, lo mejor es obedecer al que sabe más, al Gurú. Como tu criterio es erróneo debes seguir a la persona de mayor conocimiento, para que ésta te oriente. Te conviertes en un Discípulo, el otro es un Maestro y tú has vuelto a actuar como un niño.
Una secta, que dice convertirte en Iniciado, guerrero o visionario, lo que hace es infantilizarte.
Justificado en un acto trascendental se te invita a que no critiques, a que salgas “de la ilusión de la mente”.
“El mundo es irreal, porque es pasajero”, dicen. “Lo real es lo invisible, la mente no te permite verlo, la mente es el destructor de lo real”, por lo cual terminas concluyendo: “tu mente es tu enemiga”.
Y si lo sacamos del lenguaje pseudo-misterioso y lo vemos a través de la ciencia, ¿cuál es esa mente?
Es la corteza cerebral, donde están las neuronas que te permiten analizar. Las afirmaciones de una secta se enfocan a que no razones lo que haces, usando la mentira de que lo haces para buscar la verdad como parte de un grupo de elegidos. ¿A qué nivel de tu cerebro le hablan? Al de la emoción, al de la pertenencia. Le hablan a tus niveles intermedio y primario.
Ya que lo aprende, el adepto lo hace solo. Piensa que para llegar a Dios –o al Nirvana, o a la Iluminación o a la Conciencia Plena o a los Maestros de Sabiduría-, cuando ve algo inadecuado debe reprimir sus pensamientos. “Juzgar es soberbia, es injusto, porque no puedes comprender el karma o el plan de Dios para los demás”. Pero eso lo piensas también si eres testigo de una injusticia o de un delito.
No buscan que halles una verdad, quieren que no analices nada de lo que vives en el grupo.
La gente cae en eso porque el acto de renunciar tiene un aire noble. Una persona renuncia a algo por un bien mayor. La renuncia es un sacrificio que enaltece. La secta apela a tus buenos sentimientos para que te pongas en sus manos.
Eso no se logra en un día, ni en una semana. Ocurre a través de meses, de años, y los jóvenes son los más susceptibles de caer en esa trampa. No se requieren modelos matemáticos, ni planes estructurados. Se logra con la repetición de la idea, directa o disfrazada. Para eso sirven sus actividades culturales, recreativas y de ayuda a la comunidad, donde poco a poco transmiten sus doctrinas. Así, poco a poco, las incorporas en tu vida.
La evitación del nivel racional también se apoya en el lenguaje. El lenguaje es nuestra representación mental del mundo. La secta da nuevos significados a las palabras, para que la mente responda a los objetivos de la secta. Para alguien de fuera no es lo mismo que para uno de dentro, decir: “ser un cruzado, seguir el Ideal, obedecer al Hijo de Dios”.
Palabras como “Maestro, Discípulo, Apóstol, Shamán, Sacerdotisa, Ungido, Militante”, en una secta tienen un significado distinto. Una vez que se aprende el nuevo significado, con la palabra se crea un camino mental que ya no pasa por el cerebro pensante. Se crea una conexión directa con el cerebro primario. Como con el ejemplo del automóvil, ya no se razona. Se actúa automáticamente. El resultado es la obediencia.
Como su lenguaje es ininteligible para alguien de fuera -no por especial, sino porque para entenderlo se debe estar adoctrinado-, captan a personas mediante actividades normales que poseen un lenguaje común: el conocimiento, la salud, el altruismo. Organizan campamentos, excursiones, cursos de piano, de baile, buscando hablar como los jóvenes. No les dicen la verdad desde el inicio porque tienen intacto el nivel racional. Por eso cuando alguien deja una secta, al recuperar su capacidad racional ve el pasado y dice: “¿cómo no lo vi, cómo pude no darme cuenta?”
Es porque en una secta, pese a que diga tener estudios y autoconocimiento, los pensamientos y conducta pertenecen al cerebro primario. Todo es pertenencia, territorio. Los adeptos tienen las mismas lecturas. Un mismo código de palabras, neologismos, ropa igual que pueden ser túnicas, uniformes o iguales colores; iguales actividades, reuniones sin fin, proselitismo sin fin; “lecciones” con el “Maestro” donde se habla para preguntar o ser exhibido. En torno a eso gira la vida. Es rutina, otra característica de la conducta primaria, reptil.
Ese estado se refuerza con la emotividad porque facilita evitar la corteza cerebral. Vienen actividades que suprimen las dinámicas racionales: ayunos, privaciones de sueño, mortificaciones corporales, cantos repetitivos, ejercicios comunitarios, mirar fijamente la fotografía del “Maestro”. Algunas de estas prácticas pueden ser usadas por santos, sacerdotes, eremitas, yoguis o sus aprendices, pero en las sectas se usan para embotar la capacidad de reflexión porque no van ligadas a ningún conocimiento, sino a inducir la sumisión.
Tú no notas esto. La represión no te permite notarlo. Y reprimir la razón tiene una compensación negativa: te sientes mejor que antes. Ves que no dudas, que aceptas todo, que has hallado un camino donde te entienden y te aceptan como eres. Sobrevaloras a los de dentro y subvaloras a los de fuera. Los ves como confundidos, sin rumbo. Eso ocurre cuando te uniformas con un grupo que no reflexiona, ni critica, ni decide. Es la falsa felicidad del que está aletargado.
Alguien puede objetar: “¿Y cómo es que la gente de una secta no se vuelve tonta? Porque si es como Ud. dice, que dejan de razonar, ¿cómo es que siguen trabajando, por ejemplo?”
A eso se responde: “Un sectario resuelve problemas laborales, trata con personas, toma decisiones. Pero el grupo lo aprisiona. Desaparece el tiempo para familia y amigos. Lo inducen a que los abandone. Esa persona sufre abusos mentales, sexuales, y los acepta porque lo han convencido de que es lo correcto. Y en ese trabajo de tanto éxito utiliza el tiempo para resolver problemas de la secta, roba material de la compañía para llevarlo a la secta. Está endeudado, descansa mal, come mal, no tiene tiempo para nada y si gana más, es para que dé más dinero a la secta. Esa persona funciona en muchos aspectos, pero su vida en conjunto se encuentra determinada por el grupo. Lo que ha dejado de razonar, es sobre el rumbo de su vida”.
Y cuando a pesar de todo la capacidad de razonamiento vuelve, se le castiga: barre, trapea, quema incienso, lee los libros de los Maestros, ayuna, flagélate, no hables porque no tienes nada bueno qué decir. En resumen: has algo mecánico, llena de nuevo tu mente con los mensajes de sumisión para que no pienses. Y mientras eres castigado, siéntete culpable por haber pensado.
No se nota a simple vista. Pero si se empieza a sondear a un miembro de secta, es notorio que algo no anda bien. Y si se le cuestiona a profundidad o si él conoce una denuncia contra su grupo, niega todo de una forma mecánica que exaspera a quienes lo oyen, porque desconocen que él es víctima de un grupo que reprime su capacidad de pensar, conduciéndolo a responder en forma automática e insulsa. También puede experimentar una ira súbita que sorprende a quienes lo presencian. Es capaz de atacar al que denuncia, abiertamente, o de manera oculta o en su mente. Es la respuesta del cerebro reptil, territorial.
Las críticas y aun las denuncias se dan en todos los ámbitos: colegios, partidos políticos, foros internacionales, familias, empresas. Pero, ¿cuáles son las organizaciones que responden con violencia a las críticas? ¿Y de dónde viene esa violencia? Viene del cerebro primario, aunque la rodeen de terminología.
Los adeptos bloquean su cerebro racional. No dicen “pensaré en por qué tantas personas hablan así de nosotros”. Indagan, pero para hallar cualquier dato con el que coloquen al denunciante en inferioridad moral. O dicen: “son tonterías, qué ignorantes, por qué buscan atacar a buenas personas”. Sienten que si restan valor moral al denunciante, desacreditarán sus argumentos. No pueden analizar los argumentos y si lo intentan, a cada paso ponen un pero. Con eso, una víctima sectaria recupera el inestable equilibrio de su mente, que siente amenazada.
Por lo mismo, los razonamientos de un sectario son equívocos. Dicen: “hay fallas, pero también hacemos el bien, por lo cual, el mal que se haga es menor que el bien”. No son capaces de ver la falsedad de sus premisas, pues no pretenden analizar al grupo, sino justificarlo. Una secta no tiene argumentos: tiene sofismas.
Si su guía muestra fallas muy humanas dicen: “El Maestro puede fallar, pero él no es el grupo. No puedes juzgar por una sola persona”, olvidando con eso que el Maestro es el mejor resultado del grupo. Es lo que el grupo muestra a lo que todos deben aspirar. Si el Maestro es abusivo, mentiroso, histérico, tiene vicios como comer en exceso, comprar sin parar o intoxicarse, luego entonces eso es lo mejor que produce el grupo. De modo que se puede juzgar al grupo a través de una persona, porque esa persona está en el pináculo y reclama para sí un nivel avanzado de espiritualidad.
Los sofismas sectarios han sido pensados por los jefes, que los han dicho a un miembro nuevo que manifiesta dudas, posiblemente el mismo que ahora los repite. Son falsos argumentos: separan los elementos de un problema para esfumar responsabilidades. Los sofismas sectarios no son para razonar, son fórmulas usadas masivamente para evitar la reflexión y aliviar la tensión mental.
Se podría objetar todo lo anterior, llevándolo al extremo: “Ud. dice que una secta es experta en psicología. Debe ser muy refinada para decir ¡usemos el cerebro primario y el límbico y destruyamos la corteza cerebral! ¿Cree que existe tanta sapiencia para el mal?” A eso se puede responder: “Tal vez no lo digan, o tal vez sí, pero no hablamos de lo que piensan, hablamos de lo que hacen. Ese daño sucede a raíz de que una secta busca obediencia reprimiendo el razonamiento. Eso causa daños en cascada que la secta puede no haber planificado, pero que ocurren”. Y no se engañen: ellos saben que sucede, ahí están los ex adeptos en el planeta entero.
El cerebro primario también genera respuestas irracionales. Por eso, si en la secta se dice “el Maestro está en peligro, la servidora del Apóstol debe sacrificar su cuerpo, es el deber de un Discípulo…”, las personas pueden cometer actos en contradicción con sus valores personales. Defienden lo que creen su territorio con la violencia del cerebro reptiliano. Y cuando sus jefes los olvidan, la víctima que es el miembro de la secta, piensa: “está bien que finjan ignorarme, la causa debe seguir, yo cumplí con mi deber espiritual”. Es como piensa un terrorista.
Entonces, aquí está la respuesta de lo que sorprende a tanta gente. “¿Cómo alguien en una secta comete todas esas barbaridades?” Lo hacen, porque el miembro de una secta está preso en su propia cabeza. Deja de razonar en lo profundo, deja de reflexionar. Ha dejado de usar el cerebro del razonamiento y se mueve en el estrato elemental. Personas con buen nivel de autoestima, con preparación profesional, con buena inteligencia emocional, son captadas por sectas porque toda persona puede ser llevada a reaccionar desde el estrato primario: en forma automática, con estallidos emocionales, condicionados por recompensa-castigo, celosos de la territorialidad, fijos en el sentido de pertenencia. La corteza cerebral es lo que menos participa. Una secta destructiva tiene ese calificativo porque destruye la mente, con eso al individuo, a su entorno, y sus primeras víctimas son sus miembros.
Quien ha creado un grupo de manipulación psicológica lo hace desde la base de creerse un elegido, un ser especial que puede disponer de la vida de otros y que tiene el derecho de subordinar a otras personas por sed de poder o por un delirio. Para él las personas son piezas de un plan y puede manipularlas.
Se debe evitar que jóvenes caigan en esas farsas destructivas, permitiendo que comprendan los mecanismos de la manipulación psicológica.
Autor: Víctor Hugo Flores
http://eszon.blogspot.mx/2012/10/como-una-secta-juega-con-tu-mente.html
Quisiera pedirte que lo memorices: son tres. Nuestro cerebro tiene tres niveles: 1) la neocorteza (con el que razonas), 2) el intermedio (límbico, con el que tienes emociones) y 3) el primario o reptílico, con el que tienes sentido de territorialidad y de pertenencia a un grupo; es el que condiciona los actos rutinarios. También se le llama cerebro reptil, ya que estos animales tienen esa conducta.
La publicidad lo sabe. Para que compres un auto no te dicen solamente para qué sirve. Lo revisten con otros mensajes. Te dicen que con el auto tendrás poder. A una mujer se le dice que con cierto perfume se “empoderará”. A un joven que si bebe determinado licor, será es divertido, es decir, pertenecerá a un grupo especial. Territorio, poder, pertenencia. Es el lenguaje del cerebro primario.
El truco es fácil: hay que saltarse la corteza cerebral. Se le debe evitar porque pondrá barreras. La razón dirá: “¿cómo voy a tener poder conduciendo una máquina? Es poderosa, pero para transportarme”. La corteza cerebral se evita yendo al nivel que no razona. Te muestran a un hombre conduciendo en un bosque, bajo el cielo ancho, sugiriendo que es dueño de todo eso. Por ende, tú también lo serás si tienes ese vehículo. Te dan una imagen de control territorial. Le hablan a tu cerebro primario.
Una secta hace lo mismo: te vende una idea evitando tu nivel racional.
Una secta es un grupo cuyas reglas las establece una persona o grupo que se ha dado cuenta de que la única forma en que una persona compra un disparate, es que no razone. Y lo más económico, en vez de encañonarlo, es que la persona se reprima sola.
Y, ¿cómo se reprime sola? Únicamente se consigue por medio de que la víctima crea que pensar es un error. Que vea al razonar como un obstáculo que impide alcanzar algo mejor: un despertar de la conciencia, un nuevo estado espiritual.
Por eso, en una secta, pensar se iguala a lo indeseable, a un defecto: egoísmo, miedo, incapacidad, falta de evolución. Te dicen: “El que piensa demasiado no puede ver el espíritu”, “el que razona mucho no ve las realidades del alma”, y torciendo el sentido de cualquier texto: “si no sois como niños no veréis a Dios, por lo tanto, sed puros, tened la buena voluntad de un niño: creed en todo cuanto yo os digo”.
La secta puede ser más rebuscada: “eres un espíritu en un cuerpo. Tu cuerpo trabaja con la mente. Tu mente marca espacios. Tu mente te hace sentir separado de los demás. Para recuperar la conciencia de la Unidad Universal, debes superar a tu mente”.
¿Me sigues? Esta es la trampa, porque en aras de un objetivo aparentemente superior se busca que dudes de tus criterios y que veas eso como una virtud. Se te induce a que rechaces lo que te hace humano, el reflexionar. Como tú sabes poco –se te hace creer–, lo mejor es obedecer al que sabe más, al Gurú. Como tu criterio es erróneo debes seguir a la persona de mayor conocimiento, para que ésta te oriente. Te conviertes en un Discípulo, el otro es un Maestro y tú has vuelto a actuar como un niño.
Una secta, que dice convertirte en Iniciado, guerrero o visionario, lo que hace es infantilizarte.
Justificado en un acto trascendental se te invita a que no critiques, a que salgas “de la ilusión de la mente”.
“El mundo es irreal, porque es pasajero”, dicen. “Lo real es lo invisible, la mente no te permite verlo, la mente es el destructor de lo real”, por lo cual terminas concluyendo: “tu mente es tu enemiga”.
Y si lo sacamos del lenguaje pseudo-misterioso y lo vemos a través de la ciencia, ¿cuál es esa mente?
Es la corteza cerebral, donde están las neuronas que te permiten analizar. Las afirmaciones de una secta se enfocan a que no razones lo que haces, usando la mentira de que lo haces para buscar la verdad como parte de un grupo de elegidos. ¿A qué nivel de tu cerebro le hablan? Al de la emoción, al de la pertenencia. Le hablan a tus niveles intermedio y primario.
Ya que lo aprende, el adepto lo hace solo. Piensa que para llegar a Dios –o al Nirvana, o a la Iluminación o a la Conciencia Plena o a los Maestros de Sabiduría-, cuando ve algo inadecuado debe reprimir sus pensamientos. “Juzgar es soberbia, es injusto, porque no puedes comprender el karma o el plan de Dios para los demás”. Pero eso lo piensas también si eres testigo de una injusticia o de un delito.
No buscan que halles una verdad, quieren que no analices nada de lo que vives en el grupo.
La gente cae en eso porque el acto de renunciar tiene un aire noble. Una persona renuncia a algo por un bien mayor. La renuncia es un sacrificio que enaltece. La secta apela a tus buenos sentimientos para que te pongas en sus manos.
Eso no se logra en un día, ni en una semana. Ocurre a través de meses, de años, y los jóvenes son los más susceptibles de caer en esa trampa. No se requieren modelos matemáticos, ni planes estructurados. Se logra con la repetición de la idea, directa o disfrazada. Para eso sirven sus actividades culturales, recreativas y de ayuda a la comunidad, donde poco a poco transmiten sus doctrinas. Así, poco a poco, las incorporas en tu vida.
La evitación del nivel racional también se apoya en el lenguaje. El lenguaje es nuestra representación mental del mundo. La secta da nuevos significados a las palabras, para que la mente responda a los objetivos de la secta. Para alguien de fuera no es lo mismo que para uno de dentro, decir: “ser un cruzado, seguir el Ideal, obedecer al Hijo de Dios”.
Palabras como “Maestro, Discípulo, Apóstol, Shamán, Sacerdotisa, Ungido, Militante”, en una secta tienen un significado distinto. Una vez que se aprende el nuevo significado, con la palabra se crea un camino mental que ya no pasa por el cerebro pensante. Se crea una conexión directa con el cerebro primario. Como con el ejemplo del automóvil, ya no se razona. Se actúa automáticamente. El resultado es la obediencia.
Como su lenguaje es ininteligible para alguien de fuera -no por especial, sino porque para entenderlo se debe estar adoctrinado-, captan a personas mediante actividades normales que poseen un lenguaje común: el conocimiento, la salud, el altruismo. Organizan campamentos, excursiones, cursos de piano, de baile, buscando hablar como los jóvenes. No les dicen la verdad desde el inicio porque tienen intacto el nivel racional. Por eso cuando alguien deja una secta, al recuperar su capacidad racional ve el pasado y dice: “¿cómo no lo vi, cómo pude no darme cuenta?”
Es porque en una secta, pese a que diga tener estudios y autoconocimiento, los pensamientos y conducta pertenecen al cerebro primario. Todo es pertenencia, territorio. Los adeptos tienen las mismas lecturas. Un mismo código de palabras, neologismos, ropa igual que pueden ser túnicas, uniformes o iguales colores; iguales actividades, reuniones sin fin, proselitismo sin fin; “lecciones” con el “Maestro” donde se habla para preguntar o ser exhibido. En torno a eso gira la vida. Es rutina, otra característica de la conducta primaria, reptil.
Ese estado se refuerza con la emotividad porque facilita evitar la corteza cerebral. Vienen actividades que suprimen las dinámicas racionales: ayunos, privaciones de sueño, mortificaciones corporales, cantos repetitivos, ejercicios comunitarios, mirar fijamente la fotografía del “Maestro”. Algunas de estas prácticas pueden ser usadas por santos, sacerdotes, eremitas, yoguis o sus aprendices, pero en las sectas se usan para embotar la capacidad de reflexión porque no van ligadas a ningún conocimiento, sino a inducir la sumisión.
Tú no notas esto. La represión no te permite notarlo. Y reprimir la razón tiene una compensación negativa: te sientes mejor que antes. Ves que no dudas, que aceptas todo, que has hallado un camino donde te entienden y te aceptan como eres. Sobrevaloras a los de dentro y subvaloras a los de fuera. Los ves como confundidos, sin rumbo. Eso ocurre cuando te uniformas con un grupo que no reflexiona, ni critica, ni decide. Es la falsa felicidad del que está aletargado.
Alguien puede objetar: “¿Y cómo es que la gente de una secta no se vuelve tonta? Porque si es como Ud. dice, que dejan de razonar, ¿cómo es que siguen trabajando, por ejemplo?”
A eso se responde: “Un sectario resuelve problemas laborales, trata con personas, toma decisiones. Pero el grupo lo aprisiona. Desaparece el tiempo para familia y amigos. Lo inducen a que los abandone. Esa persona sufre abusos mentales, sexuales, y los acepta porque lo han convencido de que es lo correcto. Y en ese trabajo de tanto éxito utiliza el tiempo para resolver problemas de la secta, roba material de la compañía para llevarlo a la secta. Está endeudado, descansa mal, come mal, no tiene tiempo para nada y si gana más, es para que dé más dinero a la secta. Esa persona funciona en muchos aspectos, pero su vida en conjunto se encuentra determinada por el grupo. Lo que ha dejado de razonar, es sobre el rumbo de su vida”.
Y cuando a pesar de todo la capacidad de razonamiento vuelve, se le castiga: barre, trapea, quema incienso, lee los libros de los Maestros, ayuna, flagélate, no hables porque no tienes nada bueno qué decir. En resumen: has algo mecánico, llena de nuevo tu mente con los mensajes de sumisión para que no pienses. Y mientras eres castigado, siéntete culpable por haber pensado.
No se nota a simple vista. Pero si se empieza a sondear a un miembro de secta, es notorio que algo no anda bien. Y si se le cuestiona a profundidad o si él conoce una denuncia contra su grupo, niega todo de una forma mecánica que exaspera a quienes lo oyen, porque desconocen que él es víctima de un grupo que reprime su capacidad de pensar, conduciéndolo a responder en forma automática e insulsa. También puede experimentar una ira súbita que sorprende a quienes lo presencian. Es capaz de atacar al que denuncia, abiertamente, o de manera oculta o en su mente. Es la respuesta del cerebro reptil, territorial.
Las críticas y aun las denuncias se dan en todos los ámbitos: colegios, partidos políticos, foros internacionales, familias, empresas. Pero, ¿cuáles son las organizaciones que responden con violencia a las críticas? ¿Y de dónde viene esa violencia? Viene del cerebro primario, aunque la rodeen de terminología.
Los adeptos bloquean su cerebro racional. No dicen “pensaré en por qué tantas personas hablan así de nosotros”. Indagan, pero para hallar cualquier dato con el que coloquen al denunciante en inferioridad moral. O dicen: “son tonterías, qué ignorantes, por qué buscan atacar a buenas personas”. Sienten que si restan valor moral al denunciante, desacreditarán sus argumentos. No pueden analizar los argumentos y si lo intentan, a cada paso ponen un pero. Con eso, una víctima sectaria recupera el inestable equilibrio de su mente, que siente amenazada.
Por lo mismo, los razonamientos de un sectario son equívocos. Dicen: “hay fallas, pero también hacemos el bien, por lo cual, el mal que se haga es menor que el bien”. No son capaces de ver la falsedad de sus premisas, pues no pretenden analizar al grupo, sino justificarlo. Una secta no tiene argumentos: tiene sofismas.
Si su guía muestra fallas muy humanas dicen: “El Maestro puede fallar, pero él no es el grupo. No puedes juzgar por una sola persona”, olvidando con eso que el Maestro es el mejor resultado del grupo. Es lo que el grupo muestra a lo que todos deben aspirar. Si el Maestro es abusivo, mentiroso, histérico, tiene vicios como comer en exceso, comprar sin parar o intoxicarse, luego entonces eso es lo mejor que produce el grupo. De modo que se puede juzgar al grupo a través de una persona, porque esa persona está en el pináculo y reclama para sí un nivel avanzado de espiritualidad.
Los sofismas sectarios han sido pensados por los jefes, que los han dicho a un miembro nuevo que manifiesta dudas, posiblemente el mismo que ahora los repite. Son falsos argumentos: separan los elementos de un problema para esfumar responsabilidades. Los sofismas sectarios no son para razonar, son fórmulas usadas masivamente para evitar la reflexión y aliviar la tensión mental.
Se podría objetar todo lo anterior, llevándolo al extremo: “Ud. dice que una secta es experta en psicología. Debe ser muy refinada para decir ¡usemos el cerebro primario y el límbico y destruyamos la corteza cerebral! ¿Cree que existe tanta sapiencia para el mal?” A eso se puede responder: “Tal vez no lo digan, o tal vez sí, pero no hablamos de lo que piensan, hablamos de lo que hacen. Ese daño sucede a raíz de que una secta busca obediencia reprimiendo el razonamiento. Eso causa daños en cascada que la secta puede no haber planificado, pero que ocurren”. Y no se engañen: ellos saben que sucede, ahí están los ex adeptos en el planeta entero.
El cerebro primario también genera respuestas irracionales. Por eso, si en la secta se dice “el Maestro está en peligro, la servidora del Apóstol debe sacrificar su cuerpo, es el deber de un Discípulo…”, las personas pueden cometer actos en contradicción con sus valores personales. Defienden lo que creen su territorio con la violencia del cerebro reptiliano. Y cuando sus jefes los olvidan, la víctima que es el miembro de la secta, piensa: “está bien que finjan ignorarme, la causa debe seguir, yo cumplí con mi deber espiritual”. Es como piensa un terrorista.
Entonces, aquí está la respuesta de lo que sorprende a tanta gente. “¿Cómo alguien en una secta comete todas esas barbaridades?” Lo hacen, porque el miembro de una secta está preso en su propia cabeza. Deja de razonar en lo profundo, deja de reflexionar. Ha dejado de usar el cerebro del razonamiento y se mueve en el estrato elemental. Personas con buen nivel de autoestima, con preparación profesional, con buena inteligencia emocional, son captadas por sectas porque toda persona puede ser llevada a reaccionar desde el estrato primario: en forma automática, con estallidos emocionales, condicionados por recompensa-castigo, celosos de la territorialidad, fijos en el sentido de pertenencia. La corteza cerebral es lo que menos participa. Una secta destructiva tiene ese calificativo porque destruye la mente, con eso al individuo, a su entorno, y sus primeras víctimas son sus miembros.
Quien ha creado un grupo de manipulación psicológica lo hace desde la base de creerse un elegido, un ser especial que puede disponer de la vida de otros y que tiene el derecho de subordinar a otras personas por sed de poder o por un delirio. Para él las personas son piezas de un plan y puede manipularlas.
Se debe evitar que jóvenes caigan en esas farsas destructivas, permitiendo que comprendan los mecanismos de la manipulación psicológica.
Autor: Víctor Hugo Flores
http://eszon.blogspot.mx/2012/10/como-una-secta-juega-con-tu-mente.html