Descendiente de pioneros norteamericanos, el general George Patton consideraba al nazismo como un mal satánico. Al menos eso era lo que él había oído decir a propagandistas, periodistas y hombres de estado.
Llegó a Alemania odiándola. Creía que los nazis debían ser castigados. Fue entonces cuando una granjera alemana que vivía en la vecindad de su cuartel general, acertó a cruzarse en su camino y durante una conversación casual le contó las cosas que ocurrían detrás de “la villa del comandante”, o sea la casa de general.
La granjera describió como la leche destinada a las ciudades era vaciada en las calles por la policía militar por orden de los muchachos de Morgenthau; como, no ya los nazis si no los soldados alemanes comunes eran detenidos en atestados campos de internación simplemente porque cumplían con su deber; como los trabajadores habían sido expulsados de sus casas a causa de los sentimientos vengativos de los antiguos huéspedes de los campos de concentración, y como los médicos judíos en los hospitales recomendaban que cada cuarto de bebé recién nacido fuese muerto con una inyección porque no había suficiente leche.
El general Patton se dirigió entonces como caballero andante medieval, para comprobar con sus propios ojos si la historia de la campesina alemana era verdadera o no. Sin manifestar su rango, con uniforme de soldado raso, recorrió gran parte de ese infierno: las prisiones, los campos de internación y los de las prisiones, en donde comprobó por si mimso que aquellos que torturaban a los alemanes y que enseñaban la teoría de la culpa colectiva y pregonaban el castigo colectivo no eran precisamente muchachos norteamericanos.
A partir de ese momento los oficiales del ejército de los Estados Unidos recibieron órdenes estrictas de dar suficiente alimento a los prisioneros de guerra, ya medio muertos de inanición, y se les prohibió derramar en las calles la leche destinada a los bebés.
El general Patton no estaba preparado para llevar a cabo el plan Morgenthau, aunque había luchado por Estados Unidos… y sin sospecharlos, para otros. Pero había otro general dispuesto y deseoso de cumplir con dicho plan: su nombre era Dwight Eisenhower.
No era posible condenar al “caballero de las divisiones blindadas” en Nuremberg, y por lo tanto se condenó a Patton entre bambalinas, y se lo sentenció a muerte. Pero las personas que lo juzgaron eran las mismas que habían condenado a los líderes alemanes en Nuremberg.
A pesar de que el hecho ha sido acallado, hoy es bien sabido que, por orden de los agentes de la C.I.C. (Counter Intelligence Corps), un automóvil “norteamericano” chocó al del general Patton. Como resultado de ese “accidente", el general Patton quedó herido. El general fue trasladado rápidamente a una ambulancia, pero con tanta mala suerte, que camino al hospital la ambulancia fue “accidentalmente” embestida por un pesado camión “norteamericano”, y esta vez murió el general. En ese momento algo desapareció de su bolisillo: algo que los “ganadores de la guerra” temian, y con mucha razón:
“! Tengo un pequeño libro negro!” –había dicho el general- “y cuando vuelva a los Estados Unidos haré explotar la bomba”.
Texto tomado del canal: La Gazeta Federal
El pequeño libro negro del general Patton
http://lagazeta.com.ar/patton_02.htm
En ésta ocasión, rescatamos un fragmento de la película "Los últimos días de Patton" presentándolo en conjunción con el trabajo de Hans-Rudel Ulrich:https://youtu.be/o9JOWL1ULEI
https://www.youtube.com/watch?v=aFNtcT8hM-Q
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