La increíble hazaña de “Los últimos de Filipinas” se estudia desde hace más de un siglo en West Point, la mejor académica militar del mundo. Los Estados Unidos saben reconocer el valor y la gloria sin los complejos que suelen aquejar a algunos españoles.
Saturnino Martín Cerezo fue uno de aquellos héroes de Filipinas, uno de aquellos pocos españoles que se negaron a rendir su pequeño reducto en Baler durante año medio después de la rendición de España en diciembre de 1898.
Martin cerezo nació en 1.865 en Miajas (Extremadura) y murió en Madrid en 1945, justo el año del estreno de la famosa película – instrumento de propaganda del Franquismo – “Los últimos de Filipinas”. Hasta 1885 se ganaba la vida como jornalero y dado que la fortuna familiar no permitió el pago de la indecente “redención” (unas 2.000 pesetas de la época con la que las familias ricas podían librar a sus hijos del servicio militar “obligatorio”) Martín cerezo se alistó en el ejército en 1.885. No olvidemos que en aquella época hacer la mili no era ninguna broma pues la sangre de nuestros soldados se derramaba en numerosos puntos de África, América y Asia. El ejército, sin embargo, no debió parecerle una mala alternativa, pues pocos años después de licenciarse – en 1890- se reengancha y durante un tiempo se forja como soldado combatiendo a las cábilas rifeñas en Melilla (si, las mismas que 30 años después nos abocaron al desastre de Annual). Al casarse solicita un destino más tranquilo en Málaga en donde espera sentar cabeza, pero en 1.897 la muerte de su esposa durante el parto suscita que Martín Cerezo pida su traslado a las islas Filipinas.
Filipinas en 1.897 – al igual que Cuba- son ya un hervidero revolucionario y el Katipunan de Emilio Aguinaldo (un pájaro de cuidado que años más tarde colaboraría con los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial) hostiga continuamente las guarniciones españolas en la isla y sus archipiélagos. Tras la salida del general Blanco y su sustitución por Polavieja (responsable del fusilamiento de Jose Rizal, un intelectual que no buscaba la independencia sino una regeneración de las instituciones españolas en la isla), las cosas no hicieron sino agravarse. Los rebeldes necesitaban un mártir y Polavieja les regaló el fusilamiento de Rizal. Poco importó que poco después Polavieja fuese sustituido por el más diplomático Fernando Primo de Rivera. La situación era ya irreversible, máxime cuando en abril de 1,898 los EEUU declaran la guerra a España e incluyen en sus objetivos militares Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. El desastre de Cavite fue la puntilla y España tuvo que rendirse: mediante la firma del Tratado de París de diciembre de 1.898, perdía sus posesiones de ultramar (y poco faltó para que en ellas se incluyesen las islas Canarias, por cierto).
Pero estos grandes acontecimientos fueron apenas conocidos por Martín Cerezo y el algo más de medio centenar de hombres que resistían desde junio de 1.898 en la minúscula guarnición de la aldea de Baler. Los ataques incesantes de los rebeldes filipinos forzaron a los solados españoles a recluirse en la pequeña iglesia de madera de Baler. Solos, aislados, sin agua ni alimentos, asediados día y noche con armas de fuego y hasta cañonería, aquellos hombres resistieron durante un año entero a unas fuerzas atacantes muy superiores en número, bien armadas, conocedoras del terreno y perfectamente alimentadas. La mayoría de las víctimas españolas fueron debidas a enfermedades tropicales como el Dengue y el Beriberi. Los detalles de aquella epopeya fueron narrados por el propio Martin cerezo en su obra “la pérdida de Filipinas” (recomiendo la edición del general Ballester). No hay palabras que puedan hacer justicia a aquella heroica resistencia y por más se estudie siempre resulta increíble que aguantaran casi un año en aquellas condiciones.
Tras la rendición – solo aceptada por Martin Cerezo – cuando tuvo0 la certeza de que la guerra había terminado medio año antes, los solados españoles fueron escoltados con honores por sus antiguos enemigos filipinos, en un gesto honorable que aún hoy emociona.
Al regresar a España, como suele suceder con nuestros héroes, Martin Cerezo fue inicialmente agasajado y se le reconoció la Laureda de San Fernando (1901), pero al poco se encontró mendigando el reconocimiento de una pensión (en 1904 se otorgó a todos los supervivientes, menos a tres de ellos incluido el propio Martín Cerezo). Tuvo que esperar a 1931 para que - ya bajo el gobierno de Azaña –le fuese reconocido el empleo como General de Brigada en la reserva. Sus últimos años estuvieron envenenados por la tragedia, como sucedió con media España respecto a la otra media. En 1936 su hijo Saturnino fue uno de los millares de asesinados en Paracuellos del Jarama por soldados de la República. Murió en Madrid después de haber vivido algunos de los momentos más trágicos de nuestra historia,
Nuestro cine, como suele ser habitual no ha reflejado bien aquella epopeya. La película de 1945, dirigida por Antonio Román, siempre arrastrará el lastre de haber sido un instrumento de propaganda del Franquismo, mientras que la última adaptación al cine (Salvador Calvo, 2016) vuelve a caer en los tópicos negrolegendarios – y por lo tanto falsos- de los que algunos estamos ya tan cansados. La novela histórica coescrita por Susana March y Fernández de la Reguera es una verdadera maravilla de documentación y de estilo narrativo. Esencial para entender el aspecto humano que siempre subyace en gestas como esta. En ensayo periodístico de Manuel Leguineche “Yo te diré…” es igualmente recomendable.
Fuente audio: COPE Tierra de Barros - La Rebotica. Dirige Lola Izquierdo. Colabora: Fernando Navarro,
Texto: Fernando Navarro García
15 de junio de 2018
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