Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Daniel_Bautista_Moonlight_Sonata
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Con estas palabras llegaron a la posada, eincluso con otras semejantes se les pasó la mitad de la noche. Y habiendo dormido, a su parecer, poco más de una hora, los despertó el sonido de unas chirirnías que en la calle sonaban. Se sentaron en la cama y prestaron atención, y dijo Carriazo:
-Apuesto que ya es de día y que debe de celebrarse alguna fiesta en un monasterio de Nuestra Señora del Carmen, que está aquí cerca, y por eso tocan estas chirimías.
-No es eso -respondió Avendaño-, porque no hace tanto que dormirnos que pueda ser ya de día.
Estando en esto, sintieron llamar a la puerta de su habitación, y al preguntar quién llamaba respondieron desde fuera diciendo:
-Mozos, si queréis oír una magnífica música, levantaos y asomaos a una reja que da a la calle que está en aquella sala de enfrente, que no hay nadie en ella.
Se levantaron los dos, y cuando abrieron, no encontraron a nadie ni supieron quién les había dado el aviso; pero, puesto que oyeron el sonido de un arpa, consideraron verdadera la música, y así como se encontraban, sin vestirse, se fueron a la sala, donde ya estaban otros tres o cuatro huéspedes asomados a las rejas. Encontraron un sitio, y al poco tiempo, al sonido del arpa y de una vihuela, con maravillosa voz oyeron cantar un soneto que no se le fue de la memoria a Avendaño.
No fue necesario que nadie les dijese a los dos que aquella música se hacía por Costanza. Sonó de tal manera en los oídos de Avendaño que por no haberlo oído habría dado por bien emplea do haber nacido sordo y estarlo todos los días de la vida que le quedaba, pues desde aquel momento comenzó a sufrir tanto como quien halló su corazón atravesado por la rigurosa lanza de los celos. Y lo peor era que no sabía de quién debía o podía tenerlos. Pero pronto le sacó de esta preocupación uno de los que en la reja estaban, diciendo:
-¡Cómo puede ser tan simple este hijo del Corregidor, que
anda dando música a una fregona! Verdad es que ella es de las más hermosas muchachas que yo he visto, y he visto muchas, pero no por esto debería cortejarla con tanta publicidad.
A lo cual añadió otro de los de la reja:
-Pues en verdad que he oído yo decir, como cosa muy cierta, que ella hace el mismo caso de él que si no fuese nadie; apostaré que está ella ahora durmiendo a pierna suelta detrás de la cama de su ama, donde dicen que duerme, sin acordarse de músicas ni canciones.
-Así es la verdad -replicó el otro-, porque es la más honesta doncella que se conoce, y es maravilla que estando en casa de tanto ajetreo, y en donde hay cada día gente nueva, y andando
por todas las habitaciones, no se conoce de ella el menor atrevimiento.
Con esto que oyó Avendaño volvió a revivir y a cobrar aliento para poder escuchar otras muchas cosas que al son de diversos instrumentos los músicos cantaron, todas dirigidas a Costanza, la cual, como dijo el huésped, estaba durmiendo sin ninguna preocupación.
Al venir el amanecer, se fueron los músicos, despidiéndose con las chirimías. Avendaño y Carriazo se volvieron a su habitación, donde durmió el que pudo hasta la mañana; venida la cual, se levantaron los dos, ambos con deseo de ver a Costanza, pero el deseo de uno era deseo curioso, y el del otro, deseo enamorado. Pero a ambos se los cumplió Costanza, saliendo de la sala de su amo tan hermosa que a los dos les pareció que todas las alabanzas que le había hecho el mozo de mulas eran cortas y sin ninguna exageración.
Su vestido era una falda y blusa sin mangas de paño verde, adornada con cintas del mismo paño. La camisa tenía doblado el cuello, con una tira bordada de seda negra, como si se hubiera puesto una gargantilla de estrellas de azabache sobre un trozo de columna de alabastro, que no era menos blanca su garganta; ceñía su cintura un cordón como el de los monjes franciscanos, y pendiente de una cinta, al lado derecho, un gran manojo de llaves. Traía zapatos rojizos con talón de dos suelas, con unas medias que apenas se le veían. Traía trenzados los cabellos con unas cintas blancas de hilo; pero tan larga era la trenza, que por la espalda le pasaba de la cintura; el color salía de castaño y se acercaba a rubio, pero, de aspecto tan limpio, tan liso y tan peinado, que nadie, aunque lo tuviera de hebras de oro, se le podría comparar. Le colgaban de las orejas dos calabacillas de vidrio que parecían perlas.
Cuando salió de la sala se persignó y santiguó, y, con mucha devoción y calma, hizo una profunda reverencia a una imagen de Nuestra Señora que en una de las paredes del patio estaba colgada; y alzando los ojos, vio a los dos que la estaban mirando, y apenas los hubo visto, cuando se retiró y volvió a entrar en la sala, desde la cual dio voces a Argüello para que se levantase.
Queda ahora por decir qué es lo que le pareció a Carriazo de la hermosura de Costanza, que de lo que le pareció a Avendaño ya está dicho, cuando la vio la primera vez. No digo más sino que a Carriazo le pareció tan bien como a su compañero, pero le enamoró mucho menos, tanto menos que habría querido no dormir en la posada, sino marcharse en seguida para sus almadrabas.
En esto, a las voces de Costanza salió a los corredores la Argüello, con otras dos mocetonas, también criadas de la casa, de quienes se dice que eran gallegas; y el que hubiera tantas era por la mucha gente que acudía a la posada del Sevillano, que es una de las mejores y más frecuentadas que hay en Toledo. Acudieron también los mozos de los huéspedes a pedir cebada. Salió el mesonero a dársela maldiciendo a sus mozas, que por ellas se le había ido un mozo que la solía dar con mucho cuidado y atención, sin que hubiese echado de menos un solo grano. Avendaño, que oyó esto, dijo:
-No se preocupe, señor mesonero, deme el libro de cuentas, que los días que vaya a estar aquí yo me encargaré de dar la cebada y paja que pidan de manera que no eche de menos al mozo que dice que se le ha ido.
-Ciertamente os lo agradezco, muchacho -respondió el mesonero-, porque yo no puedo atender a esto, que tengo otras muchas cosas a que acudir fuera de casa. Bajad; os daré el libro, y estad atento que estos mozos de mulas son el mismo diablo y hacen trampas.
Bajó al patio Avendaño y se hizo cargo del libro, y comenzó a despachar con mucha soltura, y a hacer las anotaciones tan ordenadamente, que el mesonero, que lo estaba mirando, quedó contento; tanto, que dijo:
-Quisiese Dios que vuestro amo no viniese y que a vos os diese la gana de quedaros en casa, que en verdad os iría mejor, porque el mozo que se me fue llegó a mi casa, hará ocho meses, mal vestido y flaco, y ahora lleva dos pares de vestidos muy buenos y va gordo como una nutria. Porque quiero que sepáis, hijo, que en esta casa hay muchas ganancias, además de los salarios.
-Si yo me quedase -replicó Avendaño- no repararía mucho en la ganancia, que con cualquier cosa me contentaría a cambio de estar en esta ciudad que dicen que es la mejor de España.
-Al menos -respondió el mesonero- es de las mejores y más ricas que hay en ella. Mas otra cosa nos falta ahora, que es buscar quien vaya por agua al río, que también se me fue otro mozo que con un buen asno que tengo me tenía rebosando las tinajas y hecha un lago de agua la casa. Y una de las causas por la que a los mozos de mulas les agrada traer a sus amos a mi posada es por la abundancia de agua que hallan siempre en ella, pues así no tienen que llevar su ganado al río, sino que dentro de casa beben las cabalgaduras en grandes toneles.
Todo esto estaba oyendo Carriazo, el cual viendo que ya Avendaño estaba establecido y con oficio en la casa, no quiso quedarse sin ocupación, y más considerando el gran gusto que le daría a Avendaño si le seguía el juego; y así, dijo al mesonero:
-Venga el asno, señor mesonero, que tan bien sabré yo ensillarlo y cargarlo como sabe mi compañero apuntar en el libro su mercancía.
-Sí -dijo Avendaño-, mi compañero Lope Asturiano servirá para traer agua como un príncipe, y yo respondo por él.
En resumen: tenemos ya a Avendaño convertido en mozo de mesón con el nombre de Tomás Pedro, que así dijo que se llamaba, y a Carriazo, con el de Lope Asturiano, hecho aguador.
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