Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Astor Piazzolla - Vuelvo al Sur
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Este cuento relata cómo se les dieron pastos y agua a los
primeros animales. Nos llega en la versión del folclorista Pieter W. Grobbelaar y está ilustrado por Judy Woodborne.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando Kaggen creó a los animales, no había fuentes, ni ríos, ni charcas en la tierra. Los animales sólo tenían para beber la sangre ajena y para comer, la carne que cubría los huesos de los demás. Sí, aquéllos fueron tiempos sangrientos, en los que ninguna vida estaba a salvo.
El Elefante, que era el mayor de todos, dijo:
—No podemos seguir así. Ojalá me muriese. Así mis huesos se
convertirían en árboles frutales, mis tendones se volverían tallos que se extenderían por el suelo y darían melones, y mi pelo se transformaría en una pradera.
Y los animales le preguntaron:
—¿Hasta cuándo tendremos que esperar, Elefante? ¿Hasta cuándo?
¡Porque los elefantes tienen una vida larga, muy larga!
—No lo sé —repuso el Elefante—. Eso habrá que verlo.
Pero la Serpiente dijo:
—¡Yo os ayudaré! —y sin dar tiempo a que el Elefante se moviera, le clavó sus colmillos venenosos y no lo soltó hasta que murió.
Hubo entonces una auténtica avalancha de animales: el León y el Leopardo, el Chacal y la Liebre, y hasta la vieja Tortuga de torpes patas se abalanzaron sobre el Elefante. Comieron y comieron de su carne, y bebieron de su sangre, y no se detuvieron hasta que no dejaron más que huesos, tendones y pelo. Como ya todos estaban satisfechos, se retiraron a dormir.
Al despertarse al día siguiente, los animales empezaron a quejarse de nuevo: «Ahora que ha muerto el Elefante y hemos comido toda su carne, ¿dónde vamos a encontrar comida?». Y, si hubieran tenido lágrimas, seguro que habrían llorado; pero el sol les había resecado los cuerpos e incluso los ojos.
—¡No os preocupéis! —dijo la Serpiente—. ¿No os acordáis de la promesa que nos hizo el Elefante?
—Dijo que cuando muriese… —replicaron los animales—. Pero tú lo has matado.
—Dejad ya de quejaros —insistió la Serpiente—. No nos precipitemos. Vamos a esperar a ver qué pasa. ¿Hay alguien que quiera beber mi sangre?
Como temían sus colmillos envenenados, los animales permanecieron en silencio.
Esa noche, cuando las estrellas fueron saliendo una a una de su lugar de reposo, en el firmamento había un nuevo fulgor.
—¡Es el espíritu del Elefante! —exclamaron, asustados, los animales—. No cabe duda de que va venir a eliminarnos a todos.
—Vamos a esperar a ver qué pasa —dijo la Serpiente.
Los ojos del Elefante eran dos ascuas incandescentes y brillantes que ascendieron por el cielo y se detuvieron justo encima del paraje donde los animales habían devorado su cuerpo.
De pronto, sus huesos se enderezaron y echaron raíces y ramas cargadas de fruta. Y sus tendones se extendieron por toda la tierra y de ellos crecieron melones tsamma. Y su pelo se convirtió en una pradera de abundante pasto.
—¡Ya tenemos comida! —exclamaron los animales, y se pusieron a pastar.
Algunos animales, los que no podían sobrevivir sin carne ni sangre, se alejaron sigilosos al amparo de la noche. Esos animales eran el León y el Leopardo, el Chacal y el Lobo, el Gato Salvaje y la Lechuza.
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