Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc…
Queridos hermanos y hermanas:
El hombre tiene que luchar contra la carne, el mundo y el demonio.
Hoy el Apóstol Santiago nos hace ver que el hombre tiene arraigos del mundo, donde el mundo, según nos dice La Iglesia, no es el lugar donde vivimos, sino, que es todo aquello que seduce al hombre y que va en contra del Sagrado Evangelio y que el hombre abraza y es arrastrado para su ruina.
El mundo en sí (la vida y la sociedad) ofrece cosas necesarias para la subsistencia del hombre, pero el problema está en el apego desmedido de estas cosas. Ahí es donde entra la contaminación para el hombre, pues, recordemos que el pecado capital o el mortal, son los apegos o placeres desordenados. Es decir, que el pecado desordena la necesidad del hombre volviéndolo ya no una necesidad, sino, una necesidad superflua. Así el hombre puede saborear una bebida o comida, pero el placer desordenado lo lleva al exceso convirtiéndolo en gula. Así como para quien busca más que el respeto y la dignidad, el pecado lo lleva a la soberbia, que consiste en una estima de sí mismo, o amor propio «indebido», que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios (CIC 1866) Aún cuando el hombre piensa que por la autoridad que pueda ejercer, ya no solo merece respeto, sino, que solo hablen de él, que no lo incomoden, que todos lo saluden, es decir, que él sea el punto de atracción. El hombre se convierte en un ególatra, egocéntrico, interesado, presuntuoso, petulante, egoísta, narcisista, endiosado. (Sinónimos)
Así es pues, que el Apóstol Santiago nos dice hoy: ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?...
CIC 408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres conceden al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Es decir, que en el mundo está el pecado, pues, en el mundo está el hombre, que inclinado al pecado (concupiscencia) hace que el mundo esté en pecado, es decir, que el hombre pecador, cuando sus apetencias por sus necesidades son desordenadas hace que el mundo – quienes lo habitan – ofrezcan ya no necesidades primarias, sino, deleites excesivos, que apartan la centralidad del alma del hombre, que debe mantenerse en la sobriedad de sus necesidades primarias, pues, cuando se pasa el límite de lo permisible, el hombre va inclinándose hacia el apego de lo excesivo, de ahí que vengan los pecados capitales: soberbia, gula, ira, etc. asesinatos, robos, prostitución, etc.
Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; dice el Apóstol hoy, es decir, que el hombre «tiene» codicia, y aunque puede «tener» lo que codicia, «no tiene» la humildad y la generosidad, que es lo que el hombre debería de tener, pero el hombre no alcanza tener nada.
Os combatís y os hacéis la guerra; es decir, el hombre combate contra sí mismo, contra su naturaleza: alma y cuerpo, que en cuanto al cuerpo, lo corrompe; y en cuanto a su alma, la mancha. El hombre se auto aniquila.
Y añade: No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, «porque pedís mal», para dar satisfacción a vuestras pasiones…
El remedio ante esta enfermedad del mundo, es conocer El Sagrado Evangelio y La Sagrada Doctrina de La Iglesia, que de buena ayuda nos es El Catecismo de La Iglesia. En La Santa Palabra y en La Santa Iglesia alcanzamos santidad, esto es lo que nos remedia del mundo, de sus apetencias, de sus inclinaciones que arrastran a la miseria, por ello la obstinación de muchos en querer derruir La Iglesia, porque está opuesta a toda aquella exageración que pierde al hombre, a la humanidad.
La santidad, efectivamente, es alcanzable cuando el hombre pone templanza y fortaleza de espíritu para vencer al mundo, para ello no solo es necesaria las flacas potencias del hombre, sino, que es socorrido por Dios, su Creador y Señor; pues, si Dios creó al hombre fue para salvarlo, no para dejarlo a que se pierda, pero para ello es necesario la contribución del hombre, de su propia voluntad, para que o bien se salve o bien se pierda. Recordemos a San Agustín que dice: Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti.
CIC 409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (CONST PAST GAUDIUM ET SPES 37,2).
Este mundo está bajo los pies de Cristo, porque "todo lo sometiste bajo sus pies" (Sal.8). Cristo está por encima del mundo, es decir, por encima de nuestros sufrimientos, de nuestros pecados, de nuestras culpas. Él es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de Él y para Él. Dice el Apóstol San Pablo.
Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Dice Santiago, pues, te digo hermano: Reza y tendrás más intimidad con Dios; deja de rezar y tendrás más intimidad con el diablo. Así es que consonante nos dice el salmo de hoy: Encomienda a Dios tus afanes, / que Él te sustentará; / no permitirá jamás que el justo caiga.
Así mismo El Sagrado Evangelio nos presenta hoy que la figura en la que El Señor Jesús, baja de la montaña, es el significado de que Dios ha bajado para reconciliar al mundo con Dios, para que logre la perfección perdida. El Señor Jesús baja al mundo y ello ya es un ejemplo de humildad, abajarse a la condición de ser humano para que le enseñe El Sagrado Evangelio, pues, así nos dice: no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos… Humildad e instrucción. En cuanto a humildad, porque El Señor no quería que nadie se enterase de que sería entregado, lo matasen pero que resucitaría: Pasión, muerte y resurrección.
Esta es una invitación a que nosotros vayamos con espíritu de humildad a proclamar El Sagrado Evangelio, desde el lugar que nos corresponda: Vida religiosa y trabajo común, la de cualquier laico: Casado o soltero. Padres, madres, hijos, etc. Todos llamados a vivir como Dios nos manda.
Mientras que los discípulos momentos después de haber escuchado aquél momento dramático, pues dice: «les daba miedo preguntarle.» los discípulos habían hablado quién era el más importante. Cristo por un lado manifiesta humildad, pero el mundo jala al hombre a la soberbia. Cristo manifiesta Su muerte por Su entrega y el mundo jala a los discípulos para manifestar que en vida quien puede ser el más importante, a quien le deben entregar ese honor: Muerte y entrega vs. Vida y codicia.
La respuesta del Divino Maestro es: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a Mí; es decir, que el que acoge la humildad «en» el Nombre del Señor, es decir, «dentro» del Nombre del Señor, lo acoge a Él. Pero para acoger la humildad «dentro» del Nombre del Señor, es necesario estar «en» la gracia de Dios. La humildad, efectivamente, puede tenerla el hombre como virtud, pero para que esta humildad como virtud moral alcance el conocimiento de la humildad que viene de lo Divino, es necesario que le hombre la pida.
La humildad que viene como virtud del Espíritu Santo, da al hombre santidad, porque así nos dice Las SE:
Lo humilde será elevado, lo excelso será humillado. Ez. 21, 31
Es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de una asna. Za. 9, 9. Así se cumplió la Escritura cuando El Señor entró triunfante a Jerusalén.
Porque el pobre no será olvidado para siempre ni se malogra eternamente la esperanza del humilde. Sal. 9, 19.
El orgullo lleva al hombre a la humillación, el de espíritu humilde alcanzará honores. Prov. 29, 23.
Eclo 7, 17 Sé profundamente humilde, porque fuego y gusanos son el castigo del impío.
Luego El Señor añade: "y el que me acoge a Mí no me acoge a Mí, sino Al que me ha enviado." Dando a entender el Sentido Trinitario de Dios y Divino que tiene El Mismo Jesús, pues, no es que se acoja solo a Jesús, sino, que cuando el hombre acoge a Cristo también acoge al Padre que lo envió. Hay también un sentido de unidad con Sus hijos, porque todo aquél que acoja la humildad acoge a Cristo, todos en Cristo, y todos en El Padre.
Así mismo lo dice en Juan 17:
3 Esta es la Vida Eterna: que te conozcan a Ti, el Único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo… Proclamación del Mesías de Dios, Su Enviado.
9 Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos… Cristo declara que hay hombres ya perdidos, hijos del demonio (no ruego por el mundo), por quienes no ruega, pues, desde Su condición Divina, sabe cuáles son los hombres que no se salvarán, pues, como Verdadero Dios es conocedor del pasado, presente y futuro.
11 cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Proclamación de Unidad Trinitaria, Cristo también en este pasaje bíblico se proclama Dios, lo que ningún hombre en la historia de la humanidad jamás hizo en cualquier otra religión.
22 Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Cristo manifiesta la gloria como El Espíritu Santo que nos da para que exista la unidad del Cuerpo Místico de La Iglesia, aquella Unidad que se logra en la eternidad con La Iglesia Triunfante, y antes de esta eternidad es necesaria la perseverancia final, y para ella la vida en constante estado de gracia.
23 Yo en ellos y Tú en Mí– para que sean perfectamente uno. Una vez más las dos cosas juntas: La Unidad por El Espíritu Santo: Yo en Ellos: Cristo en nosotros, en Su Espíritu, en La Sagrada Comunión. Y Tú en Mí: Unidad Divina entre el Hijo y El Padre. Y si Cristo está en nosotros y El Padre está en El Hijo, es porque todos estamos unidos también con El Padre: Nosotros con Cristo y con El Padre; es decir, Unidad Eclesial (para que sean uno) con Dios (Padre e Hijo); es decir, Unidad Total del Cuerpo Místico de Cristo con El Padre; es decir, Unidad Eclesial con La Santísima Trinidad.
Por tanto querido hermano, para vencer el mundo, es necesario la humildad, para que no seamos del mundo, aunque estemos en el mundo; porque somos hijos de Dios, unidos en Él en La Santa Eucaristía.
Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)
En el nombre del Padre, etc…
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