El pasado lunes 5 de septiembre de 2016 estuvimos en el aire de Radio Light F.M. 97.3MHz con Cafe De Negocios, desde las 17 hasta las 18.00 hs. en un programa especial por cumplirse en el día de la fecha el 1° aniversario de la fundación del Club Empresarial Café de Negocios ( http://www.cafedenegocios.com.ar/ ).
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Arrancamos con el editorial de Juan Marcos Tripolone en Diario Clave: "¿Rehenes de nuestra industria nacional?" - http://www.diarioclave.com/economia-y-finanzas/2016/09/rehenes-nuestra-industria-nacional/
Cumplimos un año!!!!!, y lo festejamos con la visita en el primer bloque de Ana Paula Rodríguez y Yanina Sisterna, organizadoras Expo Sobre Gustos que se llevará a cabo el próximo domingo 9 de octubre de 14 a 22 hs. en Las Margaritas (Lateral de Ruta 40, Rawson). En el segundo bloque, como todos los lunes, llegaron nuestras panelistas de #CaféDeDiseño, MaGu Colque de Pow Buró Creativo y Maria Marta Baliña Scaini de Cruz Cuero. Entrevistaron a Mercedes Cardozo y Ana Giménez Gil, del Museo Franklin Rawson, en cuya tienda se encuentran a la venta productos de diseñadores de San juan, "Con identidad y Diseño".
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¿Rehenes de nuestra industria nacional?
Los industriales argentinos, sin nada que festejar en su día
4 septiembre, 2016
Por Juan Marcos Tripolone. Conductor de Café de Negocios de lunes a viernes a las 17 hs. por Radio Light F.M. 97.3MHz. Twitter: @JuanTripolone
Así como durante la gestión anterior ante cada mala noticia económica Cristina Kirchner denunciaba una conspiración, en los tiempos que corren ante cada problema económico Cristiano Rattazzi demanda una devaluación.
En efecto, en el marco del día de la industria, el presidente de Fiat opinó durante la semana que pasó que el dólar se encontraba retrasado hace tiempo, y reclamó un tipo de cambio a $18. El problema radica en que utilizar el tipo de cambio como solución única a todos nuestros problemas de competitividad, es equivalente a que los más de 40 millones de argentinos abonemos una especie de “impuesto a la falta de competitividad” en las góndolas, habida cuenta del casi instantáneo histórico paso a precios de cada devaluación, que vuelve todo el proceso a foja cero.
El Estado no puede hacer la vista gorda en este fenómeno. Precisamente porque el sector automotriz conlleva en cada precio un 60% de componente impositivo. Quizá si el fisco estuviese dispuesto a resignar algo de ingresos, y no aspirar sistemáticamente $60 por cada $100 que el usuario abona en la compra de su 0KM, no serían tan necesarias las cada vez más recurrentes devaluaciones de recupero.
Bajar impuestos suena sencillo al plasmarlo en palabras. La necesidad de quitarle al productor el aplastante pié estatal sobre su cabeza es apremiante, pero implementar esta medida en un marco de un déficit fiscal que, con ajuste y todo, no deja de ampliarse, no será tarea fácil.
Aparentemente por lo pronto, no figurará entre las prioridades de la agenda oficial. El convenio general de los economistas es que habría que morigerar gradualmente la presión tributaria con miras al 25% del PBI partiendo del asfixiante guarismo actual que canta el 35%, cifra que suena a bestialidad y no permite a ningún sector crecer y competir en el mercado externo.
Con el restante 40% para producir, comercializar y, con suerte, ser rentables, es previsible que el margen de maniobra sectorial resulte escaso. Quizá por ello, por el mismo precio con el que se obtiene localmente un modelo básico de baja gama de la automotriz mencionada, en Italia, su casa natal, puede adquirirse un vehículo que en cuanto a calidad general no tiene mucho que envidiarles a modelos de marcas de punta. La comparación en ésta materia entre el vehículo local y el equivalente producido en Europa es abismal.
Aunque éste fenómeno de alta presión tributaria y devaluaciones recurrentes y su respectivo reflejo en el precio de góndola, no es otra cosa que una mancha más del tigre. Los argentinos ya están acostumbrados a abonar en cada precio de sus bienes el impuesto a la incompetencia de ciertas producciones locales y el aplastante peso de un estado elefantiásico e ineficiente. Ciertos sectores industriales han recibido a lo largo de años grandes cantidades de subsidios, beneficios que rozan lo prebendario, únicamente con el objetivo de sobrevivir. Algunos empresarios abultaron sus activos en el exterior, aunque mientras tanto la capacidad, automatización y competitividad de sus plantas industriales casi se vio inalterada en el mismo lapso de tiempo.
Si bien nadie es llamado a ser un héroe de la economía nacional ni tiene porqué serlo, cada vez que se les pide a estos empresarios poner un peso en incrementar dichas variables en sus procesos productivos, encuentran algún problema que emplean como argumento para postergar la inversión. Cuando no es la inflación, es el tipo de cambio, la seguridad jurídica, o el escaso crecimiento. Y lamentablemente, la mala política que ha imperado en las últimas décadas siempre termina por darles la razón. Nos fue imposible reunirnos y fijar 3 o 4 políticas de desarrollo sostenible en el tiempo y trascendentes a los colores políticos de turno, independientes de ideologías y nacidas en el mero sentido común.
Subsidios por aquí, subsidios por allá, todos en conjunto lucen a parche de ocasión, con el objetivo de preservar el statu quo y evitar los titulares al estilo de “se pierden 1.500 puestos en X sector industrial” en las primeras planas de los matutinos. Ninguna política capaz de solucionar los problemas de raíz a la vista. Como reducir la presión fiscal, a lo que se antepone necesariamente reducir el déficit fiscal inflacionario. Lo cierto es que el único resultado obtenido ha sido mantener sectores industriales que se asemejan a un organismo en estado vegetativo, inconexo con la realidad de las cadenas globales de valor, semejante a sostener a subsidio limpio una fábrica de máquinas de escribir. Negacionismo a la hora de actualizarse, en medio de una realidad económica global cambiante de manera cada vez más vertiginosa.
“Ojo que si me quitás el subsidio, mañana me veré obligado a dejar a cientos de trabajadores sin trabajo”, es la amenaza constante de éste tipo de sectores. Finalmente, el costo de mantenimiento de todo este entramado, se abona con precios excedentes entre un 50% y 80% en rubros como la electrónica e indumentaria en comparación a sustitutos importados. Todo por el capricho de la industrialización sustitutiva, en una economía global en la cual dicho modelo ya quedó extemporáneo y la única manera de integrarnos a cadenas mundiales de producción es a través del aprovechamiento y el agregado de valor en los sectores con ventajas comparativas. Para nuestro caso, la agroindustria y el agregado de valor a la explotación de recursos naturales, en conjunto con algunas industrias de tecnología blanda como el software, las industrias creativas, y sectores de alta complejidad como el satelital y nuclear, en los cuales tenemos cierto grado de desarrollo y diferenciación, e integramos un selecto grupo de países que los explotan.
No se trata en ninguna manera de primarizar la economía y volver al modelo agroexportador. Se trata de construir valor y complejizar todo aquello en lo que somos buenos de raíz, aprovechando nuestro capital humano, ubicación geográfica y recursos naturales.
En definitiva, aparentemente la matriz productiva diversificada que pregonaban los muchachos del “modelo”, resultó en una economía a dos velocidades, con sectores que pican en punta siendo referencia a escala mundial como el agroindustrial, y sectores que se quedaron en los sistemas de producción de la primer revolución industrial, incapaces de convertirse en exportables, por lo que su sobrepeso recae en el bolsillo de los consumidores argentinos, sin alternativas para escoger otro tipo de oferta, víctimas de un proteccionismo que les impide la libertad de consumo y ahorro, a través de licencias no automáticas y cupos de importación.
No se puede desmantelar el sector productivo que se quedó en el tiempo de un día para el otro. Lo que sí se puede es fomentarlos, no sólo por la vía del estímulo, sino también por la de la presión, a que inviertan para volverse más eficientes, mientras el Estado aporta su parte bajando la carga fiscal. La economía del compartir y del conocimiento no espera: es innovar o morir.
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