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Entender que están madurando las condiciones -objetivas y de la conciencia- para una gran mutación social y personal, es la precondición de adoptar un compromiso personal con la libertad, la verdad, la justicia, el bien moral y la virtud (cívica y personal). Es decir, con la revolución. Quienes contemplan lo por venir con temor se equivocan pues, aunque va a haber mucho sufrimiento, éste no será mayor que el padecido en el actual periodo de perverso bienestar zoológico, ausencia de libertad individual-colectiva, amoralidad inducida desde arriba, mentiras académicas y mediáticas y trituración de la esencia concreta humana. En cuanto el actual repunte alcista de la economía se disipe, en unos años, los muchos y graves problemas estructurales de las sociedades europeas se pondrán de manifiesto. Y con ello el antagonismo entre dominadores y dominados estallará.
La liquidación del capitalismo, en particular, el capitalismo concentrado de la gran empresa multinacional, resulta imprescindible para crear una sociedad de la libertad, la verdad y la moralidad. Hasta ahora tal tarea se admitía que debía ser realizada conforme a la logomaquia ignara, pedante y del todo equivocada del marxismo y sus continuaciones, que otorgaban al “Estado proletario” la tarea de “poner fin” al poder del capital. Todo ello, aplicado en numerosos países, ha llevado al fascismo de izquierdas y a un reforzamiento enorme del capital, lo que es previsible, pues el Estado, todo Estado, es el por naturaleza el sujeto agente número uno del capitalismo. Así las cosas, existe una experiencia histórica exitosa de eliminación de la gran propiedad concentrada, que es la del comunal. Éste ha existido desde el siglo V hasta hoy (aunque ya muy desnaturalizado por la revolución liberal española), y ha proporcionado un sistema de ideas, de prácticas colectivas, de modos de vida en comunidad, de prestaciones económicas básicas y de vivencias individuales en la que se ha combinado el control popular sobre los principales medios de producción con la libertad de la persona.
Se insistirá en ello: el compromiso es, ante todo, personal. Tiene que ser tomado a solas y aplicado primordialmente como obrar individual. El grupo no puede ser el espacio donde se disuelva y anule la individualidad sino la suma multiplicadora de las personalidades que lo compongan, pues el fundamento del colectivismo es el individualismo creador, sociable, servicial y entregado. No hay “nosotros” sin “yo”.
El momento actual demanda dos tipos de actividades: 1) de creación de argumentos, argumentarios y propuestas sobre las cuestiones decisivas, 2) de difusión de lo así creado, que ha de ser llevado al pueblo/pueblos.
La hora de adquirir compromisos ya ha llegado.
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