Rosa Luxemburg (o Luksenburg) nació en 1871 en la ciudad polaca de Zamosc (dominada entonces por la Rusia zarista) pero al poco tiempo su familia, judía, se trasladó a Varsovia donde la pequeña Rosa fue testigo de los primeros progromos sufridos en el gueto de la capital polaca, y en su propia calle: la calle Zlota. Una experiencia que la marcaría profundamente haciéndole ver la fragilidad de las estructuras sociales y políticas. A los 13 años, y ante la visita del emperador Guillermo de Prusia, le dirigió una carta mordaz en polaco (cuando la lengua impuesta a Polonia por la Rusia zarista era el ruso) en la que admira su capacidad para tutearse con el Jefe del Estado del poderoso país vecino: “Díle a ese canalla ladino de Bismarck, hazlo por Europa, emperador del Oeste, ordénale que no ensucie los pantalones de la paz”. Podría decirse que a partir de aquí la conciencia política de Luksenburg se expande como una supernova: ella es judía y polaca, y por ello víctima del antisemitismo bullente en la época y del dominio zarista, claramente antipolaco. Descubre la social democracia y a punto de ser detenida, un amigo, Karcin Kasprzak, la ayuda a escapar. Se refugia en Zurich, cuya universidad era la única en Europa en no poner trabas a las mujeres que querían estudiar. En las “pensiones eslavas” de Zurich rusos y polacos debatían apasionadamente sobre las posibilidades de una revolución social y política en sus países respectivos. ¡Había que cambiar el mundo! Es muy probable que Rosa Luksenburg fuera la primera doctora cum laude en Ciencias Políticas. Obtuvo su doctorado en 1898, cuando en España las primeras universitarias se habían ya licenciado y alguna de ellas, como Dolors Aleu, ejercía la Medicina.
“... ¡Qué interesante, qué significativo! Ha tenido que ser una mujer la que se encargue de escribir el primer trabajo profuso sobre el desarrollo industrial, tanto de la Polonia rusa como de Rusia, mostrando en qué medida están vinculados ambos países económicamente, y por tanto dependen uno del otro políticamente.¡Felicitamos al universo femenino por esta victoria moral! El trabajo sirve como nuevo argumento del derecho de la mujer a la igualdad con el hombre, si es que hacen falta nuevos argumentos. Felicitamos a nuestra camarada por su trabajo sustancioso, claro y cautivador.” Eran las palabras del redactor socialista Robert Seidel, en el periódico Zürcher Volksrecht ante la publicación de la tesis de Luksenburg. Ella decide instalarse en Berlín y adherirse al SPD. Muy pronto colaborará como agitadora social: viaja a los lugares donde nadie quiere ir, habla con los trabajadores, escribe, participa en mítines y manifestaciones y se muestra insatisfecha ante el modo de proceder de los dirigentes de su partido porque le parece que piensan sobre todo en sí mismos: “No estoy satisfecha con la manera en que se suelen escribir los artículos en el partido. Todo es tan convencional, tan seco, tan estereotipado... Sé que el mundo es diferente, y otros tiempos precisan de otras palabras”. Luksenburg se convertiría en una autoridad intelectual y en una celebridad en el seno del mundo obrero por la autenticidad de su pensamiento. ¿Reforma o revolución? La gran pregunta en el seno de los partidos socialistas ella la resolvía con claridad: ¡ambas cosas! El activismo político de la gran pensadora polaca, defensora de la huelga general como arma de combate y convencida pacifista, le ocasionó sucesivas detenciones y largas estancias en la cárcel que combatía estudiando, escribiendo su importante obra, manteniendo correspondencia con intelectuales de toda Europa, cultivando sus herbarios y creando pequeños jardines junto a las celdas. Su energía era ilimitada. Murió asesinada en 1919.
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Gracias,salva