Siddhattha Gotama - Vida y enseñanza de Buda
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Este documento sigue al anterior de la entrevista a "Airl" (Entrevista al Extraterrestre) pues ella hace referencia a este Buda, por eso esta tambien en misterio y otras realidades, para que llegue a los que estan activos intentando recordar que ES-SER somos....
Vida y enseñanza de Buda
Anton P. Baron
Publicación de Bosque Theravada 2011
www.bosquetheravada.org
Web budista dedicada al Tipitaka y a la Tradición Tailandesa del Bosque
Edición digital: Michael Zamot y Anton P. Baron
Corrección: Upasika Sabrina Pachón y Fernando Angulo
Publicación del Bosque Theravada 2011
bosquetheravada@bosquetheravada.org
Esta publicación tiene licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-
SinObraDerivada 3.0 Unported (CC BY-NC-ND 3.0)
Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra.
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partir de esta obra.
TABLA DE CONTENIDOS
1. Vida de Siddhattha Gotama
1.1. El nacimiento
1.2. Los cuatro encuentros
1.3. La gran renuncia
1.4. La vida de auto-mortificación
1.5. El triunfo final y el camino medio
1.6. Cuarenta y cinco años de ministerio
1.7. Los últimos días
2. La enseñanza central : Las Cuatro Nobles Verdades
2.1. La noble verdad del sufrimiento o insatisfacción
2.2. La noble verdad del origen del sufrimiento
2.3. La noble verdad de la extinción del sufrimiento
2.4. La noble verdad del sendero que lleva a la extinción del sufrimiento
2.4.1. Primera sección : pasos concernientes a l desarrollo de la sabiduría ( panna ,
en pali ):
1. Recta visión o comprensión
2. Recta intención o resolución
2.4.2. Segunda sección : pasos referentes a la moral o desarrollo de la virtud ( sila ,
en e l lenguaje pali ):
3. Recta forma de hablar
4. Recta acción
5. Recto medio de vida
2.4.3. Tercera sección : pasos relacionados con el desarrollo de la concentración
( samadhi , en pali ):
6. Recto esfuerzo
7. Recta atención consciente
8. Recta concentración
3. Otras enseñanzas importantes
3.1. Doctrina sobre la transitoriedad (anicca)
3.2. La insatisfacción o el sufrimiento (dukkha)
3.3. Sobre la no-existencia del yo (anatta)
3.4. Los cinco cúmulos (khandhas)
3.5. El kamma o karma
3.6. La reencarnación o el renacimiento
3.7. Nibbana o Nirvana
4. El desarrollo del budismo en diferentes partes del mundo
4.1. El budismo Theravada o " Camino de los Ancianos "
4.2. El budismo Mahayana o " El Gran Vehículo "
4.3. El budismo Vajrayana o " El Camino del Diamante "
4.4. El budismo Zen
Bibliografía
1. Vida de Siddhattha Gotama
Si bien la historicidad del Buda no deja lugar a dudas, muchos de los acontecimientos
relacionados con su vida y obra son muy inciertos, otros semi-legendarios y algunos,
directamente mitológicos. Sin embargo, el propósito de este capítulo no es un estudio
historiográfico del fundador del budismo sino más bien la descripción del trasfondo cultural y
religioso del budismo para una mejor comprensión de sus principales enseñanzas. Esto nos
permite, presentar al lector una historia simple, no exenta de aquel toque mitológico, de la vida
y obra de Siddhattha Gotama que opera en la imaginería popular budista. Todos los datos,
tanto históricos como legendarios, dibujan un perfil de una persona noble, que supo, mediante
sus propios esfuerzos, rechazar los lujos y placeres de su privilegiada posición social y escoger
un sacrificado camino hacia la liberación personal y proponer uno igual para todos los demás
seres sintientes.
1.1. El nacimiento
El fundador del budismo, conocido como Siddhattha Gotama (en sánscrito, Siddhartha
Gautama), vivió hace aproximadamente 2.500 años. Su padre, Suddhodana, fue el gobernante
de un pequeño reino de los Sakyas en Kapilavatthu, un lugar ubicado a los pies de Himalayas
que hoy en día se puede ubicar dentro de Nepal, cerca de su frontera con la India. Los
estudiosos calculan que la vida del Buda transcurriría entre el año 563 y 483 antes de Cristo.
La madre del Buda fue la bella princesa Mahamaya, la cual, según la leyenda, una noche de luna
llena, mientras dormía en su palacio tuvo un sueño premonitorio: He aquí que cuatro devas la
trasladaron de forma súbita al lago de Anotatta, cerca de las Himalayas, donde primero fue
bañada en sus cristalinas aguas, para luego ser vestida con esplendorosas ropas celestiales. Una
vez sucedido esto, la princesa fue ungida con perfumes y adornada con divinas flores. De
pronto, apareció en la escena un elefante blanco con una flor de loto igualmente blanca en su
trompa y, dando tres vueltas alrededor de Mahamaya, desapareció repentinamente.
Kapilavatthu, (hoy Lumbini, Nepal), lugar del nacimiento de Buda y
sitio de los intensos trabajos arqueológicos.
Lumbini fue declarado por la UNESCO como patrimonio de la humanidad.
Fuente de la imagen: Wikipedia
Cuando la princesa despertó y, al día siguiente, compartió su sueño con el rey Suddhodana, se
empezó a buscar alguna interpretación de la llamativa visión onírica. La explicación que la
pareja real recibió por parte de los sabios brahmanes fue, sin embargo, tajante y clara: los
devas eligieron a la princesa Mahamaya para que diera a luz a un gran, puro y noble ser.
Efectivamente, de acuerdo a esta premonición, unos diez meses más tarde, la princesa dio a luz
a un niño. De esta manera nació en Kapilavatthu el príncipe Siddhattha, conocido luego como el
Buda.
Cinco días después de su nacimiento, los mismos sabios brahmanes declararon que el pequeño
niño podría convertirse en un monarca universal si se dignara a gobernar el mundo, pero
también existía la posibilidad de que se convirtiera en un perfecto iluminado si es que algún día
renunciara a las glorias mundanas y a los placeres sensuales. La princesa Mahamaya, la madre
del niño, murió siete días después de haber dado a luz, y el pequeño príncipe, a partir de este
momento, fue criado por la hermana menor de su madre, la otra princesa de nombre Pajapati
Gotama. El rey Suddhodana no escatimó esfuerzos y recursos para garantizar a su hijo una
educación excelente en todo tipo de ciencias y artes.
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1.2. Los cuatro encuentros
El joven Siddhattha creció rodeado de lujos y abundancia de bienes materiales, separado
prácticamente por completo del mundo exterior. Esta situación se debió al temor paterno
sobre una eventual renuncia de su hijo a los privilegios mundanos, profetizada por los
brahmanes. El rey Suddhodana, deseoso de criar un sucesor suyo, casó a su hijo con una bella
princesa de nombre Yasodara. Les regaló además tres palacios en los cuales la joven pareja
pasaba las diferentes temporadas. El propósito principal del rey padre fue el de rodear a
Siddhattha de toda clase de confort para, de esta manera, evitar que el joven príncipe tuviera
alguna experiencia del sufrimiento y de penas que existían en el mundo exterior. Fue así como
Gotama pasó los primeros veintinueve años de su vida en toda clase de lujos y placeres, pero
gradualmente, la verdad sobre el nacimiento, el envejecimiento y la muerte le iba a ser
revelada, junto con el triste principio, según el cual los placeres de este mundo tan sólo serían
preludios de las futuras penas. Todo ocurrió mediante los cuatro inolvidables encuentros que
marcarían para siempre su destino.
En la primera ocasión, mientras paseaba en su carro por los jardines reales, Gotama divisó una
escena que antes jamás se había imaginado. He aquí, un hombre muy avanzado en edad,
debilitado en este su último estado de vejez, con un lastimero llanto y con una voz moribunda,
apenas perceptible, se dirigía a él con estas palabras: "¡Ayúdame maestro! ¡Levántame, por
favor, porque en caso contrario moriré aquí abandonado y sólo, antes de que pueda llegar a mi
casa!". Gotama, asombrado de lo que estaba viendo, empezó a indagar a su primo, el cual hacía
a la vez del conductor del carruaje: "Dime Channa ¿Es esta persona un ser humano de veras?
¿Por qué su cuerpo está tan curvado? ¿Por qué tiembla tanto? ¿Por qué su cabello es canoso y
gris, y no negro como el mío? ¿Qué pasa con sus ojos: por qué tiene nublada la vista? ¿Dónde
están sus dientes? ¿Es así como nacen algunos? Respóndeme, buen Channa, ¿qué significa todo
esto?"
Entonces, Channa contó al príncipe que el sujeto que se encontraba en tan miserable estado
era un hombre viejo, y que el mismo no nació así, sino que envejeció: "cuando era joven se
parecía a todos nosotros; es más: cualquiera que viva en este mundo lo suficiente, llegará a ser
como él". Este fue el primer verdadero shock que afectó la mente del príncipe Siddhattha
profundamente, pero no fue el último.
Los cuadros, provenientes del famoso poema épico “Light of Asia” (La Luz de Asia) de Sir Edwin
Arnold, ilustran los encuentros del Buda con los llamados "Tres Mensajeros Divinos": la vejez, la
enfermedad y la muerte.
En la segunda oportunidad, cuando visitó la ciudad en compañía de su primo, Gotama encontró
a un hombre postrado en la calle con todo su cuerpo retorcido, sosteniendo su estómago con
ambas manos, llorando y gritando de dolor. El enfermo, lejos de responder al interrogatorio del
príncipe, seguía lamentando y gimiendo. "¿Qué le pasa a este hombre? -preguntó Siddhattha a
Channa- ¿Por qué no me responde?". "Oh, mi príncipe -contestó el primo- el hombre al que
tienes en frente está enfermo, su sangre está envenenada y padece de fiebre, la cual está
quemando todo su cuerpo. Es por eso que está llorando sin poder contestar tus preguntas".
En una tercera ocasión, Siddhattha vio un grupo de familiares, los cuales con clamorosas
lamentaciones, llevaban en sus hombros el cadáver de un querido pariente suyo para luego,
cremarlo. El cuerpo sin vida pareció al príncipe como algo más extraño aún: “¿Por qué este
hombre yace así como una piedra, sin moverse ni pronunciar palabra alguna?”, se preguntaba.
Pero su asombro aumentó cuando repentinamente la muchedumbre paró frente a una pila
fúnebre, a la cual, una vez prendido el fuego, se echó el cadáver del difunto. "¿Qué es esto
Channa? exclamó Siddhattha. ¿Por qué este hombre que no se movía fue lanzado a las llamas?
¿Será que no tiene conocimiento alguno de lo que está pasando?" "Él está muerto", respondió
Channa. "¡¿Muerto?! Channa, ¿Qué quiere decir, muerto?" "Sí, mi querido príncipe -contestó
Channa- Todos los seres vivos algún día tendrán que morir y nadie puede detener este
proceso". De esta manera el Príncipe, según la leyenda, “descubrió” que en este mundo, a
parte de la vejez había también enfermedades y muerte.
Mediante estos tres dolorosos encuentros Gotama comprendió también la verdad sobre la
universalidad del dolor humano y empezó a tener un fuerte deseo de encontrar alguna
explicación sobre este mal: ¿cuál es el origen de este sufrimiento del cual nadie puede
escaparse? ¿existe alguna panacea para apaciguarlo? Y si es así, ¿en qué consiste?
Después de unos días angustiosos, producto de las inesperadas experiencias, el príncipe
Gotama visitó la ciudad por cuarta vez. En esta oportunidad, al dirigirse al parque, vio a un
sujeto alegre, que parecía estar sereno y contento, pero vestido pobremente de solo una toga
de color naranja. "¿Quién es este hombre vestido de la toga anaranjada? -preguntó a Channa-
¿Por qué tiene su cabeza rapada y cuál es la razón de esta apariencia de felicidad que tiene
reflejada en su rostro? ¿De qué manera se gana el sustento?", seguía preguntando. "Él es un
monje -respondió Channa- Vive en el templo o, a veces, en el bosque y recorre las casas en
busca de alimentos, mendigando. Mientras camina de un lugar a otro se ocupa de enseñar a la
gente la manera de cómo sentirse bien y estar contentos consigo mismo". El príncipe, al
escuchar estas explicaciones, de repente se sintió reconfortado y risueño, pensando en sus
adentros: "Sería bueno, entonces, que yo también alguna vez me convirtiera en un personaje
parecido a este monje".
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1.3. La gran renuncia
Cuenta la historia que, un poco después de haber experimentado los cuatro mencionados
encuentros, en el silencio de una noche de luna llena del mes de asalha (correspondiente al
mes de julio) unos súbitos y sombríos pensamientos asaltaron la mente de Gotama: "la
juventud, la flor de la vida culmina en la vejez y los sentidos del hombre le fallan justo cuando
más los necesita. Personas que en un tiempo fueron semejantes a unos fuertes e inconmovibles
robles, pierden de repente su vigor y salud, mientras que la dolencia y la enfermedad
sigilosamente entran en sus cuerpos. Finalmente aparece la muerte que, repentina y a veces
inesperadamente, pone fin a este breve lapso de tiempo que dura la vida. Ciertamente, debe
haber alguna escapatoria de semejantes insatisfacciones, del envejecimiento y de la misma
muerte".
Al día siguiente, se celebró una gran fiesta en el palacio: con una ostentosa cena bailable se
festejaba el nacimiento del primogénito de Gotama, quien recibió el nombre de Rahula. En
aquella ocasión fueron invitados los mejores bailarines y bailarinas, cantantes y músicos. El rey,
constatando con preocupación el sombrío estado de ánimo de su hijo, preparó una gran
celebración para distraerlo. Durante la cena se sirvieron las más deliciosas comidas, mientras
que las encantadoras y bellas bailarinas divertían al público con sus danzas. Los músicos y los
cantantes más sensibles acompañaron con su arte la noche y los magos más extraordinarios
efectuaban unas asombrosas y estrambóticas proezas. Pero Siddhattha parecía estar cansado y
pensativo, muy ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor, de modo que muy pronto decidió a
retirarse a sus aposentos.
Fue entonces, esta misma noche, a la edad de los veintinueve años, cuando Gotama,
desencantado de la vida real, decidió abandonarla renunciando a todo: a su hijo recién nacido,
a su esposa, a la corona, al poder y a toda la gloria terrena. Acompañado por Channa, su fiel
primo y servidor, en la quietud de la medianoche partió del palacio, cortándose su larga
caballera, signo de la noble procedencia y, cambiando su vestido real por un simple ropaje de
los ermitaños, emprendió su viaje hacia la solución del problema de la vida.
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1.4. La vida de auto-mortificación
Los primeros pasos del príncipe convertido en mendigo se dirigieron hacia los grandes y
famosos maestros de meditación que practicaban la concentración y llegaban a desarrollar
grandes poderes mentales. Muchos de ellos habitaban en silenciosos y densos bosques y
Gotama empezó a estudiar y meditar con ellos. Sin embargo, siempre se repetía la misma
historia: luego de un serio y duro esfuerzo por parte de Siddhattha, cada uno de sus maestros
terminaba diciendo: "Tu ya llegaste al mismo nivel que yo. Ya no hay más diferencia entre
nosotros. Quédate acá en mi lugar y empieza a enseñar a mis discípulos". Pero Gotama no
aceptaba estos ofrecimientos, ni estaba interesado en ser sucesor de sus maestros: las místicas
experiencias le parecían insuficientes y su última meta devenía para él como algo que aún
estaba lejos por ser alcanzado.
En esta época el príncipe Siddhattha llegó a ser conocido como Gotama, el Asceta, ya que
durante el período de seis años se dedicó a practicar el sendero de la auto-mortificación como
medio para lograr la liberación. En la India de aquel entonces existían numerosos maestros,
refugiados en los bosques, quienes practicaban una extrema austeridad, frecuentes vigilias,
ayunos y rigurosas disciplinas creyendo que, de esta manera, lograrían la meta última de sus
esfuerzos: una auténtica liberación del sufrimiento. Gotama examinó este sendero con mucha
rigurosidad y seriedad. Se cuenta que durante estos seis largos años consumía solamente unos
cuantos granos de arroz por día. Su cuerpo pronto llegó a ser tan delgado que las piernas de
Gotama parecían unas astillas de bambú, y con sus ojos profundamente hundidos, él mismo se
asemejaba a un esqueleto viviente. El antiguo príncipe sufrió penas terribles y un hambre
monstruoso, pero seguía meditando.
Dentro del arte budista existen imágenes que recuerdan el periodo del extremo ascetismo de
Siddhattha Gotama, rechazado luego por él como un camino improcedente.
En aquel entonces, Siddhattha experimentaba con diversas formas de torturar su cuerpo. Una
de ellas consistía en mantener la respiración en los pulmones por un tiempo tan prolongado,
que la misma le causaba violentos dolores en los oídos, en la cabeza y en el cuerpo entero. En
numerosas oportunidades, luego de practicar semejantes "ejercicios espirituales", caía al suelo
sin conciencia. Las noches de luna llena y luna nueva las pasaba en vigilia meditando en los
cementerios o en el bosque. En estos lugares inhóspitos y peligrosos, frecuentemente divisaba
a los animales salvajes acercándose a su guarida, sin que él jamás se apartara del lugar o dejara
de meditar.
Después de los seis años de prolongadas penas, sufrimientos, privaciones y dolores, Gotama
llegó finalmente a la conclusión de la futilidad e inutilidad de las prácticas de automortificación,
ya que las mismas no le acercaban en lo más mínimo al logro de su último
objetivo: "Todas estas austeridades no constituyen un camino hacia la Iluminación", culminó y
dio por cerrada esta etapa de su búsqueda, abandonando la auto-tortura y el extremo ayuno.
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1.5. El triunfo final y el camino medio
El fin de la experiencia ascética de Gotama tuvo lugar en un pequeño pueblo llamado Senani,
en el cual el mismo aceptó la comida, que consistía de un plato de arroz con leche, de manos de
una bella muchacha de nombre Sujata. La comida fue deliciosa, porque según la leyenda, Sujata
alimentaba sus mil vacas con una planta especial de sabor dulce, por lo cual la leche que las
mismas producían también lo era. Una vez consumido el sabroso plato, Siddhattha tomó un
baño en el río, el cual significativamente, iba a ser su último baño en las siete próximas
semanas, como así también, el plato de arroz con leche que acababa de comer, iba a ser su
último plato de comida por este mismo lapso de tiempo. Esto se debió a que Gotama, luego de
haberse alimentado y tomado el baño, se sentó en la posición de meditación con la firme
resolución de no moverse de ahí hasta encontrar la respuesta definitiva a su búsqueda. Con las
piernas cruzadas, sentado debajo del árbol, que desde entonces se conocería con el nombre de
“Árbol de la Iluminación" o “Árbol Bodhi”, Siddhattha empezó a meditar, para llegar finalmente
a su ansiada meta.
La posición del Buda representada en esta imagen es una de las más frecuentes dentro del arte
budista. La escultura representa al Siddattha en el momento de conseguir la iluminación: la
mano derecha descansa en la rodilla derecha con los dedos en la dirección hacia la tierra.
Según la leyenda, Buda fue tentado en este momento por ´Mara´, la personificación del mal, el
cual le preguntó: “¿Quién testificará que tú realmente has alcanzado la iluminación?”.
El Buda tranquilamente tocó la tierra con los dedos y dijo: “La madre Tierra lo sabe”.
Este gesto simboliza la confianza indisputable y una firmeza absoluta en su propia experiencia
que luego, simplemente iba a ser autenticada por los hechos y la experiencia personal de cada
uno de sus seguidores.
Empezó su última batalla. Se cuenta que durante la noche, en la cual llegó al supremo y último
entendimiento o a la iluminación, Gotama practicó la meditación sobre la respiración: la
entrada y la salida del aire (anapanasati, en el lenguaje pali). Durante la primera parte de la
noche muchos inoportunos e insanos pensamientos, personificados por Mara, el maligno,
atacaban su mente: deseos, ansiedades, miedos y apegos perturbaban su concentración. Pero
gracias a su persistencia, en la segunda parte de la noche, en medio de la meditación percibió
perspicazmente el rasgo esencial de las cosas mundanas, a saber, su impermanencia. Y en la
tercera parte de su vigilia, descubrió la causa de todos los males y sufrimientos, como también
la manera de liberarse de ellos: el excesivo apego a las cosas y el camino del desprendimiento,
respectivamente. En otras palabras, descubrió cómo poner fin a la pena y la desdicha, al
sufrimiento y la insatisfacción, a la vejez y la muerte. Descubrimiento que iba a formular luego
como las Cuatro Nobles Verdades y el Óctuple Sendero hacia la liberación.
Gotama realizó su hallazgo durante la noche de la luna llena del mes de mayo, cuando tenía
treinta y cinco años, lo cual significó para él la obtención del pleno y acabado conocimiento, la
iluminación o el despertar de una falsa percepción del mundo. Desde este momento, nuestro
protagonista ya no era más el príncipe Siddhattha, ni tampoco Gotama, el Asceta, sino que llegó
a ser el Buda: el Iluminado o el Despierto.
El Buda tradujo su experiencia en una propuesta consistente en ensayar un camino hacia la
liberación que él mismo denominó como el "Camino Medio". Con esta expresión quiso significar
su rotundo rechazo a los dos extremos que había experimentado en su búsqueda espiritual: por
un lado, la excesiva indulgencia con lo sensual, con los placeres mundanos y con lo innoble que
ocasiona severos daños en la vida de la gente, pero por otro lado, también la automortificación,
la cual de la misma manera, carece de eficacia para conducirnos a buen puerto.
Consecuentemente, sólo el Camino Medio, aquel que evita a ambos extremos, es capaz de
llevar a un conocimiento que trae la calma, la realización y, finalmente, la iluminación o el
despertar final: el Nibbana (nirvana, en sánscrito).
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1.6. Cuarenta y cinco años de ministerio
Una vez iluminado, el Buda se dirigió al Parque de los Venados en Isipatana, un lugar de la India
conocido hoy como Sarnath, cerca de Benarés, para buscar a cinco de sus amigos ascetas, los
cuales escondidos dentro de una cueva seguían el camino de la auto-mortificación. Cuando los
encontró, se dirigió a ellos con las siguientes palabras: "Escuchen, ascetas: He aquí que
finalmente encontré el camino hacia la inmortalidad. Déjenme que se los enseñe y explique.
Una vez que lo escuchen, lo aprendan y lo pongan en práctica, tal como yo lo enseño, muy
pronto sabrán que es cierto. Además, lo sabrán no en alguna vida futura sino aquí y ahora, en la
presente vida y también mediante su propia experiencia. De modo que ustedes descubrirán por
si solos aquel estado que va más allá de la vida y de la muerte".
Los ascetas quedaron atónitos y al principio no querían creer lo que estaban escuchando. Sin
embargo, el poder de convencimiento del Buda era tan grande y la nobleza que transmitía tan
persuasiva que ahí mismo se convirtieron en sus primeros discípulos. El Buda les enseñó el
Camino Medio, el de evitar los dos extremos de la auto-indulgencia y la auto-tortura y también
compartió con ellos las Cuatro Nobles Verdades. Este primer sermón fue pronunciado por el
Buda a sus cinco primeros seguidores en la noche de luna llena del mes de julio del año 589
antes de la era común, y es conocido como la "Puesta en movimiento de la Rueda de la Verdad"
o el “Sermón de Benarés". También se considera, que este mismo día, en el Parque de los
Venados se dio comienzo a la orden de los monjes budistas (la Sangha) ya que aquellos cinco
ascetas se convertirían, luego, en los primeros monjes budistas.
A partir de este momento el Buda inició su largo ministerio que duró cuarenta y cinco años,
durante los cuales recorrió, junto a sus discípulos, todos los distritos norteños de India.
Siempre, sin embargo, durante los tres meses de la temporada lluviosa, los mismos
acostumbraban permanecer en un sitio fijo, aprovechando este tiempo para la meditación y la
enseñanza. De ahí que en los países de tradición budista hasta el día de hoy existe la costumbre
de organizar retiros espirituales durante esta temporada, lo cual se asemeja, al menos
externamente, a una especie de "Cuaresma budista": una época en la que se vive con mayor
espíritu de austeridad, se guardan algunos preceptos especiales y se dedica más tiempo a la
meditación y otros ejercicios espirituales.
Como se puede apreciar en esta ilustración, el Buda admitió dentro de su orden religiosa tanto
hombres como mujeres. Sabemos además, que durante su ministerio enseñó a toda clase de
personas sin hacer distinción alguna; un hecho que en la tradicional, conservadora y altamente
estratificada sociedad india, tuvo que tener repercusiones casi revolucionarias.
Durante su ministerio, el Buda predicó su mensaje y admitió en su orden religioso tanto a los
reyes como a los desamparados, por igual a los nobles y a los siervos, a los letrados y a incultos,
a hombres y mujeres. De hecho, muy pronto, una vez establecido el orden de los monjes, el
Buda fundó otro, destinado especialmente a las monjas. Estaba rodeado por personas
pertenecientes a todas las clases y castas sociales, lo que en la sociedad india de aquella época
debería ser considerado como algo verdaderamente revolucionario. El éxito de su ministerio,
medido solamente en número de sus seguidores y en la fama de su sabiduría y nobleza que lo
acompañaba a dondequiera que iba, era enorme. Un conocido maestro budista de la
actualidad, quien dirige una organización internacional orientada a promover un budismo
socialmente comprometido, el inglés David Brazier, en su libro El nuevo budismo, explica estos
extraordinarios frutos del ministerio del Buda con las siguientes palabras:
El Buda alcanzó un impacto más allá de sus propias expectativas porque estaba dispuesto
vivir las implicaciones de lo que había comprendido. La completa fuerza revolucionaria de lo
que él representó vino porque lo vivía -no solamente hablaba de ello. Cada paso que daba a
través de la India era una demostración de que incluso alguien de una de las castas
privilegiadas puede salir de su jaula dorada y convertirse en completamente humano
-viviendo de forma transparente una vida basada en la compasión y no en el cálculo.
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1.7. Los últimos días
Los últimos acontecimientos de la vida del Buda, los sucesos que ocurrieron cuando cumplió los
ochenta años, están registrados en una de las escrituras budistas más conocidas, llamada
Mahaparinibbana Sutta, que significa "Discurso sobre el Gran Paso", pero que se conoce
también en el occidente con el nombre de "Los últimos días del Buda". Este Sutta contiene, en
forma resumida, casi toda la gran riqueza de la enseñanza que el Buda impartió a lo largo de su
ministerio: incluye sus instrucciones finales sobre cómo debería practicarse el budismo después
de su muerte, recuerda sintéticamente sus principales y fundamentales lecciones y describe, en
un simple y conmovedor lenguaje, el drama humano de los seguidores del Buda que fueron
testigos de su dolorosa partida.
La historia cuenta, que cuando el Buda cumplió los ochenta años y sintió que sus días en este
mundo estarían llegando a su fin, decidió pasarlos en un pequeño pueblo del norte de la India,
llamado Kusinaga. Durante su viaje, recorrió con el grupo de sus discípulos, los diferentes
pueblos, impartiendo enseñanzas sobre el futuro bienestar de la orden de los monjes y las
monjas y sintetizando sus doctrinas fundamentales: los factores que llevan a la iluminación, las
Cuatro Nobles Verdades, el Óctuple Sendero que lleva a la liberación, las instrucciones sobre la
moralidad, la concentración y la sabiduría; todo esto, para poner fin al sufrimiento.
Cuando el Buda y sus discípulos llegaron a un lugar llamado Pava, el hijo del orfebre de este
pueblo, de nombre Cunda, invitó a los ilustres huéspedes a una comida especial conocida, en el
idioma pali, como sukaramaddava. Los estudios no están de acuerdo sobre si se trataba de un
plato de hongos o de una comida hecha de carne de cerdo, pero lo cierto es que luego de
alimentarse con el refrigerio de Pava, el Buda sufrió un repentino ataque de disentería o un
cólico agudo, al cual resistió con un extremo esfuerzo, lo que debilitó mucho su ya delicada
salud. En consecuencia, se decidió inmediatamente continuar el viaje hacia el destino final.
Una vez llegados a Kusinaga, el Buda, muy cansado y debilitado, pidió a uno de sus discípulos
más cercanos de nombre Ananda, que le preparara un diván entre los árboles para poder
recostarse. La leyenda cuenta que, gracias a la influencia de los devas, los árboles de aquel sitio
florecieron fuera de la época y las flores caían sobre Buda como una señal de respeto y honra.
Entonces el Buda dirigió estas significativas palabras a su discípulo: “Ananda, en esta gran sala
de árboles hay una lluvia de flores sobre mí como muestra de respeto. Pero ésta no es la forma
de cómo se debería respetarme u honrarme. Preferiría, que los monjes y las monjas, los
hombres y las mujeres seglares que son mis seguidores, vivieran de acuerdo con mis
enseñanzas; ésta sería la mejor forma de honrarme y respetarme”.
“Parinibbana”: el paso del Buda al Nibbana Final es uno de los motivos
más frecuentes de la imaginería budista tradicional.
Después de esto, el Buda comunicó a Ananda que esta misma noche pasaría al nibbana
definitivo y que el mismo Ananda pronto se liberaría de todos sus males y también alcanzaría la
condición de arahant (completamente liberado).
Cuando la gente del pueblo de Kusinaga se enteró que el Buda estaba gravemente enfermo y a
punto de dar por terminada su vida, arribó en masa al lugar en el cual el mismo se encontraba
para rendirle homenaje y despedirse de él para siempre. Pero antes que esto sucediera, la
historia cuenta que un cierto asceta mendigante llamado Subhadda el cual, teniendo la
información, según la cual el Buda se encontraba en este lugar, quiso verlo y, una vez estando
frente a su lecho, le hizo la siguiente pregunta: “Oh Gotama, he aquí que existen muchos
famosos maestros religiosos quienes enseñan doctrinas diferentes de las que tu impartes.
Siendo así, ¿es posible que ellos también pudieran haber llegado a descubrir la verdad, tal como
lo reivindican? ¿O, quizá solo algunos de ellos la descubrieron, mientras que los otros no?”
Ya es suficiente, Subhadda -le interrumpió el Buda- La verdad que no debería
preocuparte lo que los otros maestros enseñan. Cualquier doctrina que no tiene en
cuenta la enseñanza sobre el Noble Óctuple Sendero que lleva a la liberación, tampoco
llevará a la santidad y liberación. Pero las doctrinas que enseñan dicho Sendero,
llevarán a las personas a alcanzar la liberación (a ser los arahants). En esta mi
enseñanza, Oh Subhadda, se encuentra el Noble Óctuple Sendero y también entonces,
los arahants pueden ser hallados entre nosotros (Mahaparinibbana Sutta).
Stupa, es una de las construcciones sagradas budistas más significativas. Es una especie de
tumba o monumento. Se cuenta que cuando los monjes preguntaron al Buda sobre qué
deberían hacer con su cuerpo después de su muerte, éste no contestando nada, sólo tomó su
tazón de comer y lo colocó al revés, de manera tal que su fondo quedó hacia arriba.
Puesto de esta forma, el tazón se asemejó a una especie de tumba o sepulcro que se
acostumbraba construir en esta época. Los discípulos entendieron, entonces, que algo parecido
debería hacerse con el cuerpo de su maestro. De ahí que, una vez cremado el cuerpo del Buda,
sus cenizas fueron compartidas entre ocho Stupas.
Se cuenta que luego de haber escuchado al Buda, Subhadda pidió ser admitido al orden de los
monjes, algo que le fue concedido y pronto, a través de mucha diligencia y esfuerzo, ha
alcanzado el estado de Iluminación.
Finalmente, el Buda se dirigió a sus discípulos con estas palabras: “Si alguien de ustedes tiene
alguna duda sobre el Buda, su enseñanza o sobre la orden de los monjes, pregúnteme ahora
mientras todavía estoy con ustedes, para que luego no tenga que lamentarse”. Pero resultó que
ninguno de los monjes pronunció una sola palabra. Por más que el Buda se hubo dirigido dos
veces más con la misma pregunta, los monjes permanecieron en silencio. “Quizá, esto se deba
al respeto que tienen Ustedes hacia su maestro, y es por eso que no hacen preguntas -dijo el
Buda- Seamos, entonces amigos, oh monjes; díganlo como si fuera de un amigo a otro”. Pero
aún así, ningún monje había expresado duda alguna.
En esta oportunidad, Ananda respondió en nombre de toda la comunidad: “¡Esto es
maravilloso! ¡Realmente sorprendente! Yo creo que entre toda esta compañía de los monjes no
hay ni uno solo que tenga duda alguna sobre el Buda, sobre su enseñanza o sobre el orden de
los monjes”. “Ya lo sé Ananda" -respondió el Buda- que entre todos estos quinientos monjes
congregados en este lugar no hay ni uno solo que no haya progresado espiritualmente y que no
estuviera destinado a obtener la iluminación”. Luego, el Buda una vez más se dirigió a sus
monjes y pronunció estas sus últimas palabras: “Presten atención, oh monjes, este es mi último
consejo que les doy: dado que todas las cosas de este mundo están sujetas a cambio y no son
duraderas, trabajen arduamente para ganar su liberación”.
Después de haber pronunciado estas palabras, el Buda entró en un profundo estado de
meditación y falleció o, según la tradición budista, pasó al perfecto estado de Nibbana. Este
hecho ocurrió en una noche de luna llena del mes de mayo del año 483 antes de la era común.
Este mes, según el antiguo calendario de la India, se llamaba Vesak y es por esto, que la
tradicional celebración que los budistas realizan cada año durante esta fecha, lleva este mismo
nombre.
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2. La enseñanza central: Las Cuatro Nobles Verdades
La exposición de las Cuatro Nobles Verdades, sin lugar a dudas, constituye el núcleo de la
enseñanza y práctica budistas. El Buda hubo enseñado esta doctrina tanto en su primer sermón
después de haber alcanzado la Iluminación, como en su última prédica transcrita en el
Mahaparinibbana Sutta (El Discurso sobre los últimos días del Buda), sin mencionar las
numerosas ocasiones, durante su casi cincuentañal ministerio, en las que hubo vuelto a hacer
referencia sobre este mismo tema. Sin embargo, es el Dhammacakkappavattana Sutta (el
Discurso sobre la puesta en movimiento de la Rueda de la Verdad), la transcripción del primer
sermón del Buda luego de su Iluminación, la que se constituye en la principal referencia sobre
este tópico.
Las Cuatro Nobles Verdades con el Óctuple Sendero forman parte de un sermón que fue
expuesto por el Buda, según la tradición, en Sarnath, inmediatamente después de haber
alcanzado la Iluminación y fue dirigido a sus cinco ex-compañeros de la vida ascética.
Las Cuatro Nobles Verdades, tal como fueron formuladas por el Buda, son las siguientes:
· La noble verdad del sufrimiento o insatisfacción
· La noble verdad del origen del sufrimiento
· La noble verdad de la extinción del sufrimiento
· La noble verdad del sendero que lleva a la extinción del sufrimiento
2.1. La noble verdad del sufrimiento o insatisfacción
La Noble Verdad del sufrimiento o insatisfacción (dukkha, en pali). La Primera Noble Verdad del
Buda se refiere a la realidad de la vida plagada de sufrimientos e insatisfacciones. Es un
postulado que reconoce el carácter universal de este mal.
En su primer sermón, Gotama lo expresó de la siguiente manera:
He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del Sufrimiento. El nacimiento es estresante, el
envejecimiento es estresante y la muerte es estresante. La tristeza, el lamento, el dolor,
la angustia y la desesperanza constituyen el sufrimiento. El estar ligado a lo indeseable
significa sufrimiento, pero el hecho de tener que separase de lo deseable también es
sufrido. Finalmente, cuando no se obtiene lo deseado, se sufre
(Dhammacakkappavattana Sutta).
En otras palabras, esta verdad considera el hecho fundamental ligado de manera inherente a
todas las cosas del mundo, según el cual la vida, en todas sus dimensiones, resulta
insatisfactoria para la mayoría de las personas. Obviamente, a los males mencionados en el
arriba citado fragmento, se podrían agregar muchos otros ejemplos que a menudo
experimentamos en nuestras vidas, pero lo que Buda quiso enfatizar era el carácter general de
esta experiencia. La universalidad del sufrimiento, se manifiesta, por ejemplo, en que en la
India de la época de Buda, las personas sufrían de la misma manera que sufren hoy en día en
América Latina o en cualquier parte del mundo. Este hecho nada tiene que ver con las
posesiones materiales u otros aspectos que hacen a la estratificación social. Si alguien pregunta
¿qué tienen en común el mendigo que duerme debajo del puente de Támesis en Londres y la
Reina de Inglaterra que descansa en su palacio, tan sólo unos pocos kilómetros de aquel lugar?
la respuesta sería que ambos, a pesar de la enorme distancia social que los separa, comparten
el mismo hecho de tener que sufrir: quizá en diferentes grados y de maneras distintas, pero lo
cierto es que ninguno de los dos se escapa de este sentimiento de insatisfacción y desesperanza
que, tarde o temprano, nos llega a todos.
Esta Primera Noble Verdad no debe ser comprendida como un principio filosófico metafísico
abstracto, sino como una realidad concreta que todos compartimos y experimentamos en la
vivencia cotidiana. El enfoque de Buda sobre la universalidad del sufrimiento puede parecer
muy pesimista, a primera vista, pero hay que señalar que la palabra dukkha, la cual se traduce
generalmente como “sufrimiento, en pali significa literalmente "incapaz de ser satisfecho" y se
refiere al mundo de los sentidos, que manifiesta una crónica imposibilidad de llenar el corazón
del hombre de una completa felicidad.
En numerosas ocasiones el Buda hace referencia al sufrimiento inherente a la vida. Una de las
fuentes budistas más antiguas y apreciadas es “Dhammapada” (Los Versos de la Verdad), la
cual empieza con el siguiente afirmación: “La mente precede todo lo que puede ser conocido. La
mente es su fundamento y le da forma. Si uno habla o actúa con una corrompida e impura, el
sufrimiento le seguirá de la misma manera que la rueda sigue la pezuña del buey”
(Dhammapada 1,1).
Finalmente, debemos notar que lo que expresa esta sentencia es que "el sufrimiento está
presente en el mundo de manera universal", y no que "yo estoy sufriendo". A primera vista, la
diferencia entre ambas expresiones no parece ser demasiado importante pero, como veremos
a continuación en los siguientes capítulos, la misma va a adquirir mucha relevancia a la luz de
una de las principales enseñanzas budistas sobre la no existencia real del "yo" o del "alma"
(anatta ): mientras que la primera afirmación sólo constata el hecho de la existencia del
sufrimiento, la segunda se identifica con él. De hecho, una de las principales características de
la meditación budista consiste precisamente en mirar nuestros estados de ánimo como si en
realidad no nos pertenecieran, no identificarse con ellos: "he aquí que hay un sentimiento de
angustia, alegría, dolor, pena, gozo, aburrimiento, emoción, etc. Cada uno aparece, dura un
tiempo y se desvanece. Unos duran más, otros menos, pero yo, en esencia, no soy este
sentimiento, ni tampoco el otro, no me identifico con ninguno".
Otros creen que el hecho de elevar el sufrimiento al estatus de una "Noble Verdad" parece muy
de mal gusto y que sería mucho mejor olvidarse de él por completo: en vez de centrarse en
penas y frustraciones, enfatizar lo positivo, lindo y alegre de la vida. ¿Por qué no hablar de la
belleza y de los placeres, en vez de ocuparse del envejecimiento, dolores y angustias? Para el
hombre moderno es espantoso hablar de estos temas, por eso prefiere evitarlos u olvidarse de
ellos. El hombre tiende a eliminar todo lo que en su camino encuentra molesto: tal como
extermina los mosquitos con el spray, pretende eliminar las penas con unos tragos, buenos
chistes o ceremonias religiosas. El Buda simplemente llama la atención que este método de
enfrentar los problemas es ineficaz: los mosquitos siempre vuelven. De lo que se trata, sin
embargo, no es luchar contra el sufrimiento sino comprenderlo: examinar su naturaleza y su
origen, para luego, sobre esta base, poder liberarse del mismo.
Para entender el sufrimiento necesitamos investigarlo o, por lo menos, mirarlo de frente.
Observar hasta las más mínimas insatisfacciones diarias: irritaciones, desilusiones,
nerviosismos, decepciones y otros. Ser conscientes de ellas y convertirlas en objeto de nuestro
entendimiento. Pero, ¿qué tanto podemos aprender observando el sufrimiento? Pues, antes
que nada, podremos descubrir su origen, lo que no es poco, pero de este tema ya se ocupa la
Segunda Noble Verdad del Buda.
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2.2. La noble verdad del origen del sufrimiento
La Noble Verdad del origen del sufrimiento. Esta Noble Verdad hace referencia a la causa u
origen del sufrimiento.
He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del origen del sufrimiento: el deseo que produce el
continuo llegar a ser, acompañado por la codicia de los placeres, y que encuentra
siempre algún nuevo deleite aquí y allá, es la causa del sufrimiento. El deseo puede ser
por los placeres sensuales, por la existencia como también por la no existencia
(Dhammacakkappavattana Sutta).
El sufrimiento, según se desprende de estas palabras del Buda, está causado por el apego a las
diversas clases de deseos. En el citado pasaje se mencionan tres tipos de deseos. El primero
consiste en lo que se denomina "el deseo de los placeres sensuales”. Es un tipo de deseos
fácilmente experimentable y que no requiere de muchas explicaciones: cuando, por ejemplo,
tomamos un bocadito de una de nuestras comidas favoritas de un sabor delicioso, podemos
fácilmente observar cómo inmediatamente nace el deseo de disfrutar un segundo bocado.
Estamos hablando de una experiencia cotidiana de la cual no hace falta filosofar demasiado:
simplemente, probar algo delicioso en una pequeña cantidad y observar lo qué ocurre en
nuestro interior. Éste, podría ser un simple ejemplo de lo que es un “deseo de los placeres
sensuales”.
En segundo lugar, el Buda menciona el "deseo por la existencia" que se manifiesta a menudo
cuando experimentamos aquellos deseos de llegar a ser alguien quien todavía no somos o
lograr algo que aún no obtuvimos. Ambicionamos cosas, nos esforzamos por ser valorados y
reconocidos en la sociedad, buscamos riquezas, deseamos avances laborales, en suma,
queremos llegar a ser algo diferente de lo que actualmente somos.
Esta situación, de acuerdo con la concepción budista, necesariamente nos lleva a experimentar
las desilusiones y, consecuentemente, reparar en el tercer tipo de deseos, llamado el "deseo
por la no existencia", o sea, el de “dejar de ser” o “dejar de sentir”. Quiero ser libre de la
angustia, libre de celos y ansiedades, quiero conquistar mi ira, enojo o cualquier otro mal que
me acosa. De esta manera, continuamente experimentamos los diferentes tipos de deseos
mencionados por Buda en esta Segunda Noble Verdad.
Hay que señalar, sin embargo que, según la enseñanza budista, no es el mismo sentimiento del
deseo que crea en nosotros el sufrimiento, sino nuestro apego a él. El deseo por sí solo no
produce el sufrimiento, solamente lo hace nuestra habitual costumbre de aferrarse a nuestras
pretensiones y apetitos. Cuando tenemos hambre, es perfectamente natural que aparezca el
deseo de comer. Tampoco, aparentemente, podemos evitar que aparezcan en nosotros otros
deseos, por ejemplo, los de querer ser más ricos, más saludables, menos gordos o menos
calvos, más inteligentes, más simpáticos y todo lo demás que podamos imaginarnos. Estos
deseos, en sí mismos no pueden causarnos sufrimientos, ni perjudicarnos de modo alguno,
salvo que procedamos a hacer con ellos una de las dos cosas: los abracemos con estima como
parte de nuestra naturaleza o nos reprochemos su existencia, decidiendo hacerles frente y
eliminarlos de nuestra mente. Lo que deberíamos hacer es, en vez de esto, es simple y
meramente reconocer que semejantes deseos existen, pero sin identificarnos con ellos: no
regañarnos por su existencia, pero tampoco apegarse ellos.
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2.3. La noble verdad de la extinción del sufrimiento
La Noble Verdad de la extinción del sufrimiento.En la Tercera Noble Verdad el Buda explica en
qué consiste el cese del sufrimiento.
He aquí, oh monjes, la Noble Verdad sobre la extinción del sufrimiento que consiste en
abandonar el deseo. El total cese, la total extinción y liberación del deseo ocurre
cuando lo abandonamos y renunciamos a él de manera total
(Dhammacakkappavattana Sutta).
El camino hacia la liberación del sufrimiento empieza como un estado mental, capaz de percibir
claramente la relación causal existente entre el apego a los deseos, por un lado y el sufrimiento,
por otro lado. En ningún caso se debe tratar esta verdad –tampoco ninguna otra, claro estácomo
si la misma fuera un dogma que debe ser aceptado a través de la fe ciega. Antes bien, la
misma debe convertirse en una experiencia personal basada en una perspicaz observación del
mundo y de uno mismo. Las técnicas de meditación que el budismo desarrolló como su
principal actividad espiritual, podrían ayudar a cumplir con este objetivo, pero de igual manera,
cada uno de nosotros debería aprender a observar de qué manera el apego a las cosas
materiales, a las ideas que defendemos muchas veces con excesiva vehemencia, las actitudes o
las costumbres ocasionan el sufrimiento.
Cuando descubrimos que todos los objetos de nuestro aprecio terrenal conllevan consigo el
inconfundible sello de la insatisfacción e impermanencia, nuestro apego puede verse
disminuido y con ello, también el sufrimiento. Todos nuestros placeres tienen carácter finito:
todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, probamos, pensamos o sentimos es finito, pasajero y
perecedero; en otras palabras, está destinado a desaparecer, a morir. En este sentido, podría
decirse que cuando abrazamos dichos placeres abrazamos la muerte y si no lo contemplamos
con suficiente perspicacia o no lo entendemos, entonces llegamos a una situación absurda, en
la cual pretendemos ser verdaderamente felices mediante cosas que sólo pueden ofrecernos
desilusión, desesperación y decepción.
El camino hacia la liberación del sufrimiento equivale a abandonar el apego a los deseos.
Los versos del “Dhammapada” así describen al hombre que sigue este camino:
“Se esfuerza por permanecer atento. A ningún lugar se apega. Como cisne que deja su lago,
abandona un lugar tras otro y se marcha. No acumula cosas y es moderado en su alimentación.
Su meta no es otra que la libertad incondicionada. Así como el curse de los pájaros en el aire es
imperceptible, así el sabio no deja huellas en su caminar” (Dhammapada 7,91-92).
Una de la principales metas de la meditación budista es permitir que aquellos sentimientos que
anteriormente tratábamos de ocultar o esconder en lo más recóndito de nuestra mente, ahora
afloren con toda la claridad: si estamos desesperados o angustiados por las cosas materiales, si
sentimos el temor del fracaso profesional, el odio o el rencor hacia personas más exitosas, etc.,
pues no huyamos más de semejantes sentimientos, sino más bien, estemos clara y
perfectamente conscientes de ellos. Este camino, a primera vista, no parece muy atractivo
debido a que, generalmente, estamos acostumbrados a estándares espirituales muy elevados:
el hecho de sentir envidia, irritación u odio, desearle a alguien mal, simplemente no debería
ocurrir a una persona “buena”, la cual nos consideramos. Pero el hecho de estar conscientes de
lo que nos pasa, es sólo la mitad del camino: la segunda mitad consiste en no permitir que todo
lo anterior nos envuelva en un sentimiento de culpa, sino más bien en observar cómo dichos
sentimientos se originan, se desarrollan y finalmente, cesan sin que haya algo que nos permita
identificarlos como nuestra propia esencia. Es como convertirse en un testigo imparcial de todo
lo que pasa en nuestro alrededor y dentro de nosotros. Ser un testigo imparcial que todo lo
observa, sin juzgar ni alabar nada. Finalmente, esta actitud nos permitirá apegarse cada vez
menos a nuestros deseos, verlos cada vez más como algo extraño y distante; a la larga, va a
disminuir nuestro sufrimiento o, quizá por qué no, va a cesar por completo.
Por último, debemos hacer en este momento una clara advertencia, que consiste en lo
siguiente: es mucho más fácil comprender intelectualmente lo expresado anteriormente que
descubrirlo y experimentarlo en la práctica. Es precisamente por eso, que hay que avistar el
camino de meditación budista no como una solución instantánea y milagrosa, realizada
mediante alguna poderosa fuerza externa, sino como un lento y paciente aprendizaje, capaz de
desarrollar el potencial escondido en cada uno de nosotros para autoayudarnos y liberarnos de
culpa y pena.
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2.4. La noble verdad del sendero que lleva a la extinción del sufrimiento
La Noble Verdad del Sendero que lleva a la extinción del sufrimiento. La Cuarta Noble Verdad
consiste en la especificación de los ocho pasos que conducen a la completa liberación del
sufrimiento, por lo cual, esta Verdad se conoce también bajo el nombre de Óctuple Sendero.
He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del sendero, cuya práctica conduce a la extinción
del sufrimiento, más precisamente el Noble Óctuple Sendero: Correcta visión, correcta
intención, correcta forma de hablar, correcta acción, correcto medio de vida, correcto
esfuerzo, correcta atención consciente y correcta concentración
(Dhammacakkappavattana Sutta).
Tradicionalmente, estos ocho pasos suelen agruparse en tres diferentes secciones, de la
siguiente manera:
Primera sección: pasos concernientes al desarrollo de la sabiduría (panna, en pali):
1. Recta visión o comprensión
2. Recta intención o resolución
Segunda sección: pasos referentes a la moral o desarrollo de la virtud (sila, en el lenguaje pali):
3. Recta forma de hablar
4. Recta acción
5. Recto medio de vida
Tercera sección: pasos relacionados con el desarrollo de la concentración (samadhi, en pali):
6. Recto esfuerzo
7. Recta atención consciente
8. Recta concentración
2.4.1. Primera sección: pasos concernientes al desarrollo de la sabiduría
(panna, en pali):
1. Recta visión o comprensión
La recta visión o comprensión (Samma-ditthi), en el contexto budista del Óctuple Sendero que
lleva a la extinción del sufrimiento, es particularmente importante porque condiciona a los
restantes siete pasos: todos ellos, en uno u otro sentido, dependen de aquel entendimiento
que uno debería poseer y que no es puramente intelectivo, sino más bien holístico e intuitivo,
el cual nos permite ver, clara y profundamente, el carácter insatisfactorio y no permanente de
las cosas y de la realidad, incluyendo nuestro propio ser personal.
En otro contexto, esta enseñanza se conoce como la doctrina de la impermanencia,
insatisfacción y la no-existencia del yo (anica, dukkha y anatta respectivamente, en el idioma
pali) y dada su importancia, dedicamos a ella una sección aparte. Ahora solamente, a modo de
resumen, digamos que el correcto entendimiento se puede reducir a una clara y perspicaz
comprensión y aceptación de un simple hecho encerrado en la siguiente sentencia, muchas
veces repetida por el Buda: “todo aquello que está sujeto a aparecer o llegar a ser, también
está sujeto a desaparecer o dejar de ser”.
Esto quiere decir que nada es permanente, absolutamente fijo, perdurable o dotado de alguna
esencia. Mientras más atentamente observamos la realidad, con mayor certeza descubrimos
que las “esencias” solamente existen en nuestra mente: son aquellas “etiquetas” que ponemos
a las cosas, personas, a lo que nos rodea y lo que experimentamos interiormente. Pero en
realidad, solo podemos advertir cambios: miramos cosas cambiantes, escuchamos sonidos que
cambian, percibimos olores que aparecen y desaparecen, apreciamos procesos mentales y
emocionales en un permanente devenir y desaparecer. Todo lo demás es pura ilusión. Por eso,
los maestros del Zen enseñan: “No busques la verdad, simplemente dejes de aferrarse a tus
opiniones”. La verdad no es algo que debe ser buscado, sino que es algo que está ahí, al alcance
de nuestras manos y aún dentro de nosotros: cuando uno deja de apegarse a sus teorías,
puntos de vista, ideologías y tradiciones, empieza a percibir esta realidad. Un fervoroso
discípulo afirmó frente a su maestro que estaba dispuesto a ir adonde sea para encontrar la
verdad:
-¿Y cuándo vas a partir?, preguntó el maestro.
-En cuando me digas adónde debo ir.
-Te sugiero que vayas en la dirección en la que apunta tu nariz.
-¿Pero cómo voy a saber en qué lugar detenerme?, preguntó el discípulo.
-Donde tu quieras. -¿Y estará allí la verdad?
-Sí. Justamente frente de tus narices. Mirando fijamente a esos ojos tuyos que son incapaces de
ver.
Anthony de Mello dijo una vez que la vida se parecía a una botella de buen vino: algunos se
contentan con leer la etiqueta, mientras que otros prefieren probar su contenido. Cuando
aprendemos a percibir este mundo tal como es, incluyéndonos a nosotros mismos: en una
continua transformación, carente de esencias y elementos fijos, vamos a adquirir esta correcta
y directa visión o comprensión, el primer paso para la liberación del sufrimiento.
La práctica de meditación debería ayudarnos en el logro de este fin: percibir el mundo de
manera directa, libre de la mediación de los conceptos o etiquetas. Algunos creen que la
meditación es una técnica alienada que sólo nos ayuda a escapar de los males de este mundo y
transportarnos a una ilusoria realidad “espiritual” libre de penas y sufrimientos. Sin embargo, la
meditación en el sentido budista es todo lo contrario: trata de abrir nuestros ojos a la realidad
tal como es. Pero, ¿acaso necesitamos meditar para percibir el mundo? -dirán algunos. ¿Acaso
cada vez que abrimos los ojos no miramos la realidad? ¿No escuchamos los sonidos del mundo,
no lo tocamos continuamente? Por más increíble que parezca, esta popular creencia es, al
menos, dudosa.
Entre los científicos sociales y lingüistas, desde hace mucho tiempo, existe una teoría, conocida
como la “hipótesis de la relatividad lingüística” o la teoría Sapir-Whorf , según la cual nuestras
ideas sobre la realidad dependen en gran parte del lenguaje que utilizamos. Metafóricamente
hablando, la lengua vendría ser como unos anteojos de color que tenemos puestos, a través de
los cuales miramos la realidad; entre alguien que usa los lentes de color, digamos, azul y alguien
que los usa marrones, nunca habrá acuerdo sobre cómo realmente son las cosas. Y las palabras
son los conceptos que median nuestra percepción del mundo como los anteojos. Sin darnos
cuenta, lo que generalmente percibimos no son las cosas sino nuestros conceptos que tenemos
de ellas. Por eso uno de los maestros del Oriente dijo: “El día en que enseñes al niño la palabra
´ave´, el niño dejará de ver las aves por siempre”. Efectivamente, cuando el niño observa
maravillado aquel ser vivo volando y alguien le dice, “Ah, pero este es un gorrión”, el día
siguiente el niño dirá “he visto otro gorrión... estoy cansado de los gorriones”. El mundo
concreto es cambiante, dinámico y sorprendente, mientras que los conceptos son estáticos y
generales.
El mencionado místico jesuita de la India, Anthony de Mello , propone la siguiente parábola
para ilustrar este tópico: Imaginemos que un grupo de turistas está viajando en un bus lujoso
con ventanillas cerradas y cortinas bajadas. Los pasajeros no pueden escuchar, oler ni ver nada
del exótico y hermoso paisaje que está afuera; solamente escuchan la monótona descripción de
lo que pasa afuera, hecha por el chofer. Lo único que experimentan los turistas son imágenes
creadas por las palabras del guía. Suponiendo que el bus estacione y se les permita salir afuera,
los pasajeros saldrán ya con ideas fijas preconcebidas sobre lo que podrán y deberán ver, sentir
y apreciar. Su experiencia será distorsionada y condicionada por la narrativa del chofer: no van
a percibir la realidad en sí misma sino una realidad filtrada por medio de sus conceptos.
El primer paso del Óctuple Sendero, nos enseña sobre nuestra necesidad de recuperar la
correcta visión del mundo, una visión directa y libre de prejuicios para volver a poder
sorprendernos y maravillarnos de él.
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2. Recta intención o resolución
Algunos traducen también este segundo paso como “recta aspiración”, lo que nos proporciona
aún mayor claridad de lo que se trata: examinar nuestros motivos más íntimos, preguntarnos
por qué actuamos de una determinada manera o hacemos ciertas cosas, qué aspiramos y para
qué. En otras palabras, se trata de examinar nuestra actitud, muchas veces escondida, detrás
de las acciones. En consecuencia, se trata de evitar acciones malintencionadas que podrían
ocasionar daños a los demás y a nosotros mismos.
En cierto sentido, la correcta intención es un camino de continuos descubrimientos: porque
cuando somos sinceros, nos serán reveladas nuestras reales aspiraciones, los motivos ocultos y
profundos de nuestras acciones, cuya existencia a veces, ni siquiera fue sospechada. Esto puede
resultar doloroso, especialmente cuando tratamos de averiguares los motivos ocultos de
nuestras acciones nobles, aquellas de las cuales nos sentimos orgullos y felices. Pero lo más
importante en este segundo paso es, realizar nuestros descubrimientos sin juzgarnos a nosotros
mismos, sin producir remordimientos y sentimientos de culpa: simplemente tomar notas de las
intenciones y aspiraciones existentes tanto correctas como incorrectas y, eventualmente,
cuando se trata de estas últimas, empezar a renunciar a ellas. Por más que hoy en día, en medio
de nuestro mundo altamente consumista, la palabra “renuncia” no es muy popular, la
espiritualidad budista la tiene en gran estima y la utiliza frecuentemente, partiendo del
principio, según el cual la resignación de algunas aspiraciones malsanas, es mucho menos
dolorosa que el hecho de aferrarse irreflexivamente a ellas.
El camino de meditación, con su consecuente liberación, propuesto por el Buda no consiste,
como algunos piensan, en sentarse cinco minutos antes de comer y, juntando los dedos,
murmurar un poco la sagrada sílaba hindú “Om”, para luego comer en paz y sentirse feliz
durante el resto del día. Por el contrario, este es un camino arduo, para nada instantáneo, que
requiere de mucha paciencia e implica la renuncia no sólo a las cosas sino hasta a las personas y
a nosotros mismos: renuncia a nuestro propio ego. Pero, por otro lado, según lo testimonian las
generaciones que lo practican por más de 2.500 años, éste es un camino que vale la pena ser
recorrido, una vez que el viajero entienda que para este viaje necesita, como lo diría San
Francisco de Sales, “una taza de conocimiento, un barril de amor y un océano de paciencia”.
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2.4.2. Segunda sección: pasos referentes a la moral o desarrollo de la virtud
(sila, en el lenguaje pali):
3. Recta forma de hablar
Con el correcto hablar entramos en la segunda categoría de pasos que hacen referencia a la
moral, a la conducta ética o al desarrollo de la virtud.
En este campo, el budismo propone a sus seguidores cinco tradicionales preceptos, que son los
siguientes:
1º abstenerse de matar o producir daños intencionalmente;
2º abstenerse de robar o tomar algo que no nos fue explícitamente ofrecido;
3º abstenerse de cometer adulterio u otro tipo de conducta sexual impropia;
4º abstenerse de mentir y hablar de modo violento;
5º abstenerse de tomar bebidas embriagantes y drogas parecidas.
Los maestros budistas siempre subrayan que estos preceptos no deberían ser interpretados
como mandamientos, o sea, no deberían ser vistos como si constituyeran una especie de
revelación divina o como si fueran ordenados por alguna fuerza superior de manera absoluta.
Esta es simplemente una forma de conducta que cada uno ensaya de acuerdo a sus propias
convicciones, condiciones y circunstancias. El cuarto de dichos preceptos se relaciona
directamente con el paso que ahora estamos estudiando, mientras que en los siguientes
encontramos el eco de los demás preceptos.
Las palabras tienen mucho poder. Se cuenta que un día cierto maestro trataba de explicar esta
verdad a un grupo de personas. Mientras hablaba, se levantó de pronto un oyente y dijo:
“perdone Usted, pero me parece que lo que está diciendo aquí es un montón de sandeces:
¿cómo podrá Usted creer que las palabras en sí mismas tendrán algún poder?” “¡Cállese,
maldito imbécil!”, le respondió el maestro. El hombre quedó estupefacto y dijo: “¿Cómo puede
ser que Usted se crea un maestro espiritual e insulta la gente? ¡Esto es una vergüenza!”.
“Bueno, perdóneme -dijo en tono reconciliador el maestro- es que me excedí en palabras; le
ruego, por favor, que no se enoje”. El hombre se tranquilizó y, una vez sentado escuchó estas
palabras: “¿Se da Usted cuenta? Tres palabras mías le pusieron furioso y seguidamente unas
otras pocas palabras le devolvieron la calma. ¿Y luego seguirá Usted negando que las palabras
tengan poder?”.
Tradicionalmente, en el budismo el correcto hablar significa no mentir, no utilizar un lenguaje
violento capaz de producir daño en las personas, no divulgar chismes y abstenerse de charlas
frívolas o ligeras. Pero esto tiene también su lado positivo: el de convertir el lenguaje en un
vehículo de amor y comunión. No se trata solamente de no mentir, sino decir la verdad de
manera amable y cuidadosa. Sabemos bien que la llamada “cruda verdad” muchas veces es mal
intencionada y dañina, cuando se la pronuncia de manera incorrecta.
Algunos maestros, prefieren traducir el correcto hablar como “hablar desde el corazón”,
porque ellos creen que “hablar con la verdad significa poder tocar el corazón del que oye”
(Kornfield, 1995:37).
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4. Recta acción
Mientras que el recto hablar se refiere al cuarto precepto budista, este paso del Óctuple
Sendero hace referencia a las restantes cuatro recomendaciones.
El más importante, sin duda, es el de abstenerse de infringir algún dolor de manera consciente
y voluntaria a nosotros mismos, a las demás personas o algún otro ser vivo. Cuando uno se
pregunta sobre la causa de esta actitud, sobre la fuente de la cual proviene semejante facilidad
que tenemos de ser crueles, inhumanos y violentos, muchas veces descubrimos que son los
miedos e inseguridades bien escondidos en nuestro interior, relacionados con lo que queremos
proyectar como nuestra persona, como el “yo”, los que se encargan de producir estar
conductas violentas. La meditación budista, orientada principalmente al descubrimiento de la
futilidad de nuestro ego que tanto apreciamos, es una buena herramienta para liberarse de
dichos temores y, por ende, disminuir nuestra agresividad y la tendencia de causar dolores.
Cuando al Buda se le pidió que resumiera de manera más sucinta su enseñanza, simplemente
dijo: “Absténganse de todo lo que no es sano o que puede ocasionar daños, practiquen el bien
y purifiquen su corazón”: en esto consiste, en resumidas cuentas, practicar la correcta acción en
nuestras vidas. En la tradición budista, este principio se traduce en unas reglas prácticas como
la de no guardar el odio, no actuar impulsado por la aversión, no matar a personas ni animales,
entre otras. Cuando se menciona este último tema, lo usual es que empieza a surgir la polémica
sobre si el budismo requiere de sus seguidores que sean vegetarianos, sobre si pueden matar a
los insectos, etc. Aunque es cierto que no todos los budistas son vegetarianos, de hecho los
monjes de la tradición Theravada no pueden serlo, porque viviendo exclusivamente de la
ofrenda no pueden discriminar entre una u otra comida que les sea regalada, el hecho de
consumir la carne o no, no es lo más importante. Antes bien, lo que propone el budismo es
procurar a conectarse con la vida y cuidar de ella. Comprender que formamos parte de este
universo y estamos, de alguna forma, interconectados con todo lo que respira o tenga algún
tipo de vida. Como lo expresó un maestro, cada uno debe pensar y responder la siguiente
cuestión: ¿te imaginas que apareciste en este mundo como caído de un planeta o, más bien,
piensas que llegaste a existir como un árbol que surgió, creció y se desarrolló a partir de una
semilla? ¿Cuál de los dos cuadros se ajusta mejor a la visión que tienes de ti mismo y del
mundo? Imaginarnos en este segundo plano, nos llevará a sentir más solidaridad e identidad
con toda la manifestación de la vida existente en este universo. De esta forma, el principio de
no causar voluntariamente daño alguno, tendrá también su lado positivo: el de cultivar el
respecto, si no reverencia, por la vida y el sentimiento de la interconexión entre tod
paranormal misterio profecías budismo psicología moral investigación enigmas secreto teología
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